¿Cómo se puede condenar la muerte de un toro en la plaza y, al mismo tiempo, amparar la eliminación de vidas humanas en gestación?
AD.- Hay algo que los partidos, los legisladores y los antitaurinos deberían explicar de una vez por todas: ¿cómo se puede condenar con tanta furia la muerte de un toro en la plaza y, al mismo tiempo, levantar la mano en el Parlamento para aprobar leyes que amparan la eliminación de vidas humanas en gestación?
La incoherencia es brutal. Los mismos que se envuelven en banderas “animalistas” y se fotografían con lemas de compasión y sensibilidad son los que redactan, votan y celebran leyes que permiten —y hasta financian con dinero público— la práctica del aborto. Una práctica que no se da en la arena, frente a focos y flashes, sino en silencio, en clínicas donde la vida más indefensa se descarta como un desecho.
¿Dónde está la compasión de esos dirigentes? ¿Dónde el respeto a la vida que tanto predican cuando el tema es un toro? Parece que la vida solo importa cuando es políticamente rentable. La tauromaquia es el enemigo perfecto: es tradición, es identidad, es cultura española. Atacarla da titulares, votos urbanos y buena conciencia “progresista”. En cambio, cuestionar el aborto incomoda, rompe la corrección política y amenaza con restar apoyos en el mercado electoral.
La política se convierte así en un espectáculo de hipocresía: sensibilidad selectiva, indignación calculada, lágrimas por conveniencia. Un toro muerto se convierte en arma política; un niño abortado, en silencio administrativo.
Se llenan la boca de palabras como “derechos”, “empatía” o “justicia social”, pero cuando llega el turno de proteger la vida humana en su etapa más frágil, miran hacia otro lado. La coherencia moral no se mide por los tuits ni por las pancartas: se mide en los votos y en las leyes. Y ahí los antitaurinos instalados en la política han demostrado que su defensa de la vida no es más que pose.
Quien defiende la vida lo hace siempre, sin excepciones. Todo lo demás es hipocresía legislada.













Son hipócritas con serrín en vez de cerebro, el toro es un ser viviente según ellos, pero un feto al cual le esta latiendo el corazón no es un ser vivo. Esta gente deberían estar internados en un maní comió como los de antiguamente.
¿Porqué no se ponen delante del toro cuando sale de los corrales ?
Nota del administrador: Lo peor de un tonto es que no sabe estar callado. A ver, tonto, ¿sabes lo que es la porta gayola?