Un profesor de música palestino y sus alumnos transforman el rumor de la muerte en un cántico
Andrés Palomares.- La secuencia filmada ofrece un espectáculo inesperado, casi trágico: Ahmed Muin Abu Amsha, profesor de música palestino, se nos presenta como un viejo maestro, pero su instrumento no es la lira ni el clavicordio, sino el zumbido inflexible y metálico de una máquina de guerra, un dron. A este zumbido mecánico, sintoniza su voz y la de los niños, construyendo una melodía conmovedora y respuestas polifónicas en torno a este estruendo incesante. Este sonido lúgubre y mecánico, que flota sobre sus cabezas como una amenaza suspendida, se convierte de repente en el equivalente del antiguo zumbido de basílicas y catedrales: esa nota fija e inmóvil sobre la que se han construido las oraciones de la humanidad durante siglos.
Es inevitable sonreír ante la ironía que sólo el destino parece orquestar: el mismo sonido que mata y vigila se convierte aquí, en manos del profesor palestino, en el eje de una música que nos atrevemos a llamar “drone”. Esto es lo que Wikipedia nos dice al respecto:
“Drone es un estilo de música minimalista que se caracteriza por el uso de sonidos, notas o clústers sostenidos o repetidos en el tiempo. A este tipo de sonido se le denomina pedal (llamado drone en inglés). Suelen ser habituales en este género las composiciones largas prácticamente desprovistas de variaciones armónicas durante toda la pieza.”
Así, esta pieza utiliza con cierto estilo el rugido omnipresente del dron como materia prima: ronco, mecánico, se transfigura en una base tonal sobre la que el maestro improvisa sus arabescos vocales, invitando a los niños a cantar en armonía o contrapunto. La guerra, o más bien su eco, se convierte en la madre misma de la canción; el sonido de la destrucción se transforma en poesía sonora, y el zumbido que inspiraba miedo se convierte en un instrumento de vida.
Cada dron, en su obstinación, evoca aquellos antiguos zumbidos que siempre han sostenido la melodía humana: “el organum medieval, los cantos bizantinos, la tanpura india o las gaitas escocesas” (Wikipedia). Aquí, sin embargo, el mismo bordón que amenaza la vida humana se convierte en la frágil pero tenaz base de la resistencia, una música que, con su sola presencia, transforma la sombra en luz, el estruendo en esperanza.
Pero la acción de este maestro gazatí no puede reducirse a una simple apropiación artística: se eleva, como una llama frágil, al rango de himno de supervivencia. El alma palestina, a pesar de los días devastadores, persiste y se afirma en cada vibración del conflicto, en cada resonancia de dolor y esperanza. Así, en este movimiento, tímido e intrépido a la vez, la ocupación sonora se transforma en una canción de cuna de resistencia, y la cacofonía se convierte en un trampolín para la humanidad herida.
La letra de la canción, repetida con insistencia, proclama contundentemente:
“Sigue, sigue, oh camellero, sigue.
¡Que Dios te proteja!
La sangre del mártir está perfumada con cardamomo.
¡Oh noche, oh mi noche!
¡Ay, ay del opresor!
¡Ay, ay de él, de parte de Dios!
Velaré con las estrellas de la noche.
Clamo por él”.
Este canto se alza como una velada plegaria de resistencia. Llama a preservar la memoria de los mártires, cuya sangre, perfumada con cardamomo, se eleva como incienso sagrado. No es un llamado a la venganza, sino un homenaje inmemorial, una alabanza silenciosa a las almas irremplazables de los muertos.
El coro se alza en la noche, desafiando la opresión y rechazando el miedo: «¡Ay del opresor!…» no es sólo un grito de condena, sino una confesión de la fuerza divina que sustenta la justa resistencia. Permanecer «con las estrellas de la noche» es permanecer despierto ante la memoria, velar por la presencia invisible pero viva de los muertos. Es un acto de desafío.
Y cuando el zumbido de los drones -ese instrumento de terror- se transforma bajo sus dedos en material sonoro y poético, el alma se conmueve. En el corazón de la invasión militar, el profesor Ahmed Abu Amsha erige un templo sonoro donde cada canción es un acto de vida, una respuesta a la maquinaria de guerra.
Es allí, en este frágil milagro musical, donde se revela la sublime verdad humana: el arte sigue siendo la primera de las murallas y el último refugio de la libertad. Un pueblo que escucha el zumbido de la muerte y responde con el canto de la vida: ¿no es esta la más deslumbrante de las resistencias?












Mientras tanto, asomándose al genocidio en curso, en la misma frontera de la hambruna provocada, ante el martirio de cientos de miles de seres humanos de toda edad y condición, frente al mayor cementerio a cielo abierto del planeta, los valores de la comunidad dorada están en acción, el pueblo elegido por Yahvé ejerce sus dotes. https://x.com/i/status/1966983837122187656 ¡Y esta gente se queja del odio de los demás! ¿Qué pensar y qué decir de una gente que educa a sus hijos en la maldad más descarnada? ¿Con esta satánica ralea pretenden algunos que nos asociemos y vayamos juntos por el mundo cogidos… Leer más »