AD.- Pablo Iglesias e Irene Montero han dado un espectáculo de hipocresía que haría sonrojar al más veterano político. Durante años han vendido la bandera de la educación pública, la igualdad de oportunidades y la lucha contra los privilegios de la élite. Sin embargo, cuando se trata de sus propios hijos, la teoría se evapora: privado, elitista y exclusivo, porque la izquierda de salón no confía en la educación que exigen para los demás.

Que nadie se engañe: enviar a tus hijos a un colegio privado siendo los líderes de Podemos no es una elección inocente. Es un mensaje brutal a la sociedad: “sí, defendemos lo público… pero nuestros hijos no van a pasar por ahí”. Iglesias y Montero han demostrado que, para ellos, los sacrificios y las promesas de igualdad tienen un destinatario muy concreto: otros ciudadanos, nunca su familia.

La ironía es imposible de ignorar. La pareja que atacaba a las familias que buscaban lo mejor para sus hijos, criticando con desprecio “el elitismo disfrazado de preocupación por la educación”, hoy hace exactamente lo mismo. Solo que con más dinero, más visibilidad y más hipocresía. Han convertido la coherencia política en un juego de espejos donde la realidad privada se contradice con el discurso público.

Podemos alguna vez quiso ser la voz de los humildes. Hoy, Iglesias y Montero son la imagen del doble rasero progresista: palabras rimbombantes para las cámaras, decisiones privadas que delatan que la igualdad solo se aplica a quienes no son ellos. Y mientras predican austeridad y defensa del sistema público, ellos se aseguran lo mejor del sector privado para sus hijos.

En resumen: la izquierda populista de boquilla ha mostrado su verdadera cara. Para Iglesias y Montero, la educación pública es una causa noble… para todos los demás. Sus hijos, en cambio, tendrán la excelencia que ellos mismos cuestionan, porque la coherencia política, al parecer, es un lujo que ni siquiera su partido está dispuesto a pagar.