Rafael de Casanova y su españolidad: mito, historia y política
Rafael de Casanova (1660-1743) es una de las figuras más simbólicas de la historia catalana y española. Nacido en Moià, formado en derecho y convertido en jurista y político de relevancia, ha pasado a la memoria colectiva como el “conseller en cap” que defendió Barcelona durante el asedio final de 1714, en el marco de la Guerra de Sucesión Española. Sin embargo, su recuerdo suele ser interpretado desde perspectivas contrapuestas: para algunos, Casanova representa el espíritu de la resistencia catalana frente a la monarquía borbónica; para otros, su trayectoria demuestra un firme compromiso con la causa hispánica y una lealtad al marco político de la Monarquía Española.
Contexto histórico: la Guerra de Sucesión
La Guerra de Sucesión (1701-1714) enfrentó a dos grandes bandos europeos y peninsulares: los partidarios del archiduque Carlos de Austria y los que apoyaban al nieto de Luis XIV, Felipe de Borbón, futuro Felipe V. Cataluña, al igual que otros territorios de la Corona de Aragón, acabó inclinándose por la causa austracista, motivada más por la defensa de sus instituciones forales que por un proyecto de secesión nacional.
Casanova, como conseller en cap de Barcelona, se convirtió en un líder institucional dentro de este contexto. El 11 de septiembre de 1714 encabezó la resistencia barcelonesa contra las tropas borbónicas. Fue herido en combate y, tras la derrota, se refugió en una vida discreta como abogado. Nunca fue ejecutado ni condenado a muerte, como la mitificación posterior a veces ha sugerido.
Casanova y la idea de España
Lejos de proclamarse enemigo de España, Casanova y sus contemporáneos actuaban en nombre de una concepción distinta de la monarquía hispánica. Los textos que firmó en calidad de dirigente muestran un lenguaje de fidelidad a la “libertad de España” y a los “derechos de la nación española”, entendidos desde la pluralidad de reinos que componían la monarquía compuesta de los Austrias.
En su célebre bando del 11 de septiembre de 1714, Casanova apelaba no solo a los catalanes, sino también a los “castellanos, aragoneses, valencianos y demás españoles” a unirse en defensa de las libertades comunes frente a lo que se percibía como una amenaza de absolutismo centralista borbónico. Este testimonio desmiente lecturas nacionalistas modernas que lo presentan como un precursor del independentismo.
El mito político posterior
Durante el siglo XIX, en plena construcción del catalanismo político, la figura de Casanova fue reinterpretada. De héroe austracista y defensor de los fueros pasó a ser símbolo de una supuesta lucha nacional catalana contra España. Su estatua en Barcelona y los homenajes anuales del 11 de septiembre reforzaron esta narrativa.
Sin embargo, la historiografía más rigurosa subraya que Casanova no luchaba por la independencia de Cataluña, sino por una España alternativa, de corte pactista y austriacista, en oposición al centralismo borbónico.
La españolidad de Rafael de Casanova es indiscutible: fue un dirigente que se entendía a sí mismo como español y que luchaba por una España distinta, más plural y respetuosa con sus instituciones históricas. Su figura es testimonio de que la historia no puede reducirse a simplificaciones ideológicas. Entenderlo en su contexto permite apreciar la complejidad de la identidad española y catalana en los albores del siglo XVIII.












