La tiranía de la agenda woke: un cáncer cultural
La llamada “agenda woke” se vende como una causa justa, un movimiento por la inclusión, la justicia social y la igualdad. Pero bajo esa fachada progresista se esconde un proyecto profundamente autoritario, que erosiona la libertad individual, infantiliza a la sociedad y convierte la vida pública en un campo minado de censura, victimismo y manipulación.
El wokismo no busca la igualdad de oportunidades, sino la igualdad de resultados impuesta a martillazos. No persigue la justicia, sino la revancha. No promueve el pensamiento crítico, sino la obediencia a dogmas ideológicos. Quien no comulga con su religión política es estigmatizado: racista, machista, transfóbico, fascista. La demonización sustituye al debate; la cancelación reemplaza al argumento.
El gran triunfo de esta agenda no ha sido convencer, sino amedrentar. Universidades, empresas, medios de comunicación e incluso gobiernos tiemblan ante la posibilidad de ser señalados en redes sociales por la turba woke. La autocensura se ha convertido en el aire que respira Occidente: nadie se atreve a decir lo que piensa por miedo al linchamiento digital. La diversidad de pensamiento, que debería ser el alma de la democracia, es destruida por la inquisición de la corrección política.
Además, el wokismo infantiliza a la sociedad. Convierte cualquier incomodidad en “trauma”, cualquier palabra en “violencia”, cualquier desacuerdo en “odio”. Bajo este prisma grotesco, la realidad debe adaptarse a las sensibilidades más frágiles, en lugar de que las personas desarrollen fortaleza para enfrentarse a ella. El resultado es una cultura débil, incapaz de soportar la más mínima fricción, y por tanto, incapaz de progresar de verdad.
Lo más perverso es que la agenda woke no construye nada: solo destruye. Destruye la libertad de expresión, destruye la meritocracia, destruye el arte y la literatura al reescribirlos bajo sus filtros ideológicos, destruye la ciencia al someterla a dogmas políticos. Todo lo que toca lo contamina de resentimiento y mediocridad.
La sociedad tiene que reaccionar antes de que esta ideología parasitaria consuma lo que aún queda en pie. La libertad no se defiende con silencios, sino con voces firmes que digan lo obvio aunque sea impopular. No se trata de ser valientes mañana, sino hoy.
Porque si dejamos que la agenda woke imponga su dictadura blanda, descubriremos demasiado tarde que ya no queda nada por defender.











