Agarrar a Maduro por la entrepierna
Ramón Pérez-Maura.- Afortunadamente Donald Trump debe haber comprendido que en los días que corren no tiene sentido seguir vanagloriándose de que era el único presidente reciente de los Estados Unidos que no había metido al país en una guerra. Lógicamente, eso ya no lo puede decir después del demoledor ataque de Israel a Irán en el que Estados Unidos jugó un papel crucial.
Y no digamos después de que haya puesto en marcha el cambio de nombre del Departamento de Defensa bautizado así por Harry Truman en 1947. Pretende Trump la vuelta al nombre primigenio de Departamento de Guerra que fue el que le dio George Washington en 1789.
Trump, bien guiado por su secretario de Estado, Marco Rubio, ha enviado ahora a su armada a controlar la costa de Venezuela. Bush hijo libró una «guerra contra el terrorismo» en la que no había un ejército enfrente hasta que llegaron a Irak –donde había uno en un estado lamentable. Es evidente que en Venezuela sí hay un ejército, aunque tampoco tengo claro cuál es su verdadera capacidad. Y lo de reclutar a octogenarios ha sido de opereta bufa. Sí, ya comprendo que es una forma de insuflar ánimos a la población y reforzar la posición de la dictadura. Pero yo no veo nada probable ningún tipo de desembarco de los norteamericanos en Venezuela. Esta guerra se va a librar en el mar contra los narcotraficantes. Va a ser una especie de tiro al plato, pero no contra el Ejército de Venezuela. Al menos en teoría.
En cualquier circunstancia normal, un Gobierno agradecería toda ayuda en la lucha contra el tráfico de drogas. Pero esta situación que estamos viviendo no es nada normal porque quien comete ese delito es el propio Gobierno venezolano por medio del Cartel de los Soles que recibe ese nombre del símbolo que llevan en sus uniformes los altos mandos del Ejército de Venezuela.
Tenemos el precedente de Colombia donde Andrés Pastrana se encontró al llegar a la Presidencia en 1998 un país bajo la bota del narcotráfico. Y lo sacó de ahí con el Plan Colombia que firmó con Bill Clinton. Se diezmó la producción de narcóticos, se rearmó al Ejercito colombiano y, en buena medida, se pasó página. Pero bajo Juan Manuel Santos, el del Nobel de la Paz, la producción de narcóticos volvió a multiplicarse ante la indiferencia del presidente colombiano.
Las guerras están cambiando mucho y parece que también la Administración Trump está interesada en proseguir una estrategia que ya libró la Administración Bush y el Gobierno de Tony Blair: no emplear tropas y sustituirlas por mercenarios. Ése es un negocio floreciente en el que quienes van a luchar tienen sueldos muy superiores a los soldados regulares y seguros de vida muy sustanciosos. Y cuando mueren no hay que rendirles homenaje con las cámaras de televisión recogiendo la tragedia y la bandera nacional cubriendo el féretro.
La clave de este enfrentamiento con el narcoestado venezolano está en que hoy es casi posible hacer intransitables las aguas del Caribe venezolano sin ser detectado. Sólo veremos el hundimiento de las lanchas que Estados Unidos quiera que veamos. Y aunque no se publicitaran más hundimientos, los propios narcotraficantes irán sabiendo de sus bajas y siendo más remisos a participar en el transporte de la cocaína o la sustancia que sea. Y, lo que es más importante, la narcodictadura venezolana pronto empezará a percibir que ya no le llegan los ingresos de los que depende. A eso se le llama agarrarte por la entrepierna.












