Normalizar golpistas es muy progresista
Edurne Uriarte.- Normalizar fue uno de los verbos preferidos de izquierda y nacionalistas durante los años de terror de ETA. Y muchas veces me pregunté entonces qué me repugnaba más de su uso, si su inmoralidad democrática o la jeta sin límites que había que tener para usarla. Pues he aquí que vuelven a la carga con ella, ahora para un uso no sé si igual de repugnante, ya no hablamos de asesinos sino de golpistas, pero sí igual de contrario a los valores democráticos. Y es que el argumento principal de la izquierda para justificar la impresentable visita de Illa a Puigdemont, lo mismo que para blanquear indultos y amnistía, es que sirve para «normalizar Cataluña».
Normalizar, es decir, equiparar la posición, los argumentos, la moral y la validez democrática de ciudadanos y partidos respetuosos con el Estado de derecho y la democracia y de ciudadanos y partidos partidarios del golpismo; aún más, de líderes condenados por golpismo. El relato progresista nos dice que negociar con los golpistas y darles lo que pidan es una manera de normalizar la sociedad, es decir, de pacificarla. Es mejorar la convivencia, dice también el relato: hacer felices a quienes atacan la ley y los derechos de los demás mejora la convivencia, porque los delincuentes estarán más felices y nos amenazarán menos.
¿Y los demócratas y víctimas de los delincuentes? Pues se espera que también estén contentos con la normalización, puesto que los delincuentes estarán más tranquilos y serán menos proclives a nuevos ataques. La bazofia ética de esta argumentación es brutal, y, sin embargo, el progresismo la usa sin el menor asomo de vergüenza. Para algunas normalizaciones, claro está. Depende de lo que se quiera normalizar. Porque dígales usted que normalicen también a grupos neonazis y cedan a sus exigencias, o que normalicen a los asesinos de mujeres, por ejemplo.
Lo mismo pasaba con ETA, que a la izquierda y a los nacionalistas les gustaba mucho la idea de normalizar, si de etarras y proetarras se trataba. Eran los mismos que a lo de ETA le llamaban conflicto, es decir, una diferencia de opiniones y objetivos entre asesinos y víctimas. Y aconsejaban normalizar, o, lo que era lo mismo, negociar con los asesinos y mejorar la convivencia, pues todo el mundo iba a ser más feliz si los etarras eran también felices.
Ahora como entonces, izquierda y nacionalistas no tienen reparo alguno en usar esta impresentable argumentación. Y no lo tienen por dos motivos. Porque a ellos no les repugna equiparar a un golpista nacionalista con un demócrata. Pero, además, porque han comprobado que la argumentación es notablemente eficaz. Y es que, en efecto, hay muchos ciudadanos dispuestos a aceptar la normalización, por miedo, por comodidad, o por presión social.
Ciudadanos que aceptan la equiparación, con tal de que les dejen en paz. Que les dejen en paz los golpistas, pero también los amigos de los golpistas, que les llaman fachas y ultras como no acepten la normalización.
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