Majestad, hoy no
Ramón Pérez-Maura.- Aprendí de mis mayores, empezando por don Antonio Maura a quien la Universidad Internacional Menéndez Pelayo ha dedicado un excelente seminario esta semana dirigido por Darío Villanueva, que la primera muestra de lealtad al Rey es no ser nunca cortesano y hacer ver lo que uno piensa que puede ser un error. No hay nada peor para un Rey que estar rodeado por cortesanos.
Llevo toda mi vida profesional diciendo en este contexto lo que de verdad pienso y en alguna ocasión esto me ha generado disgustos, pero eso es ahora irrelevante. Hace ya tiempo que decidí que era bueno ser muy prudente en la crítica porque bastante tiene que aguantar el Rey de un jefe de Gobierno que viene dando pruebas incuestionables de deslealtad. Ningún otro presidente del Gobierno desde la muerte de Francisco Franco ha demostrado semejante perfidia ante el Monarca. Ni siquiera José Luis Rodríguez Zapatero en el que tantos vemos al mentor ideológico de Pedro Sánchez.
El 2 de junio de 2014 se anunció la intención del Rey de abdicar en el Príncipe de Asturias y el martes 3 me pidieron que acudiera a ‘Al Rojo Vivo’ pese a no ser mi día habitual, que era los miércoles. Lo hice y me encontré con que el 4 a 2 habitual se había convertido en un 5 a 1. Todos los que yo tenía enfrente atacaban al Rey sin piedad. No había una sola cosa que Don Juan Carlos hubiera hecho bien. El sectarismo desbordaba y confieso que estuve a punto de levantarme y marcharme. Pero cuando quedaban unos 45 minutos de programa, García Ferreras interrumpió la algarada y dijo que en un día tan especial íbamos a tener un contertulio más y muy especial también. Y como quien anuncia una vedete exclamó: «¡José Luis Rodríguez Zapatero!» Y apareció en el estudio el expresidente al que sentaron a mi lado. Para mi consuelo, Zapatero hizo una defensa encendida del Rey y sólo dijo cosas positivas de él, lo que acalló un poco a los que habían venido a ejecutar sumarísimamente a Don Juan Carlos. Yo escuchaba las palabras de Rodríguez Zapatero con una satisfacción que nunca antes había sentido cuando él hablaba y al fin pude apostillarle diciendo: «Si hay algo que jamás pude imaginar es que un día yo me iba a encontrar en un debate de ‘Al Rojo Vivo’, alineado con José Luis Rodríguez Zapatero contra el resto del mundo.» A lo que el expresidente respondió: «No digas eso que me hundes. ¡Con lo que tú has escrito de mí!». Pues en estos tiempos en que tanto se critica al Rey Juan Carlos, creo que es difícil discutir que el Rey Felipe está teniendo una actuación impecable en las materias por las que su padre ha recibido críticas implacables.
Esta actuación casi perfecta del Rey se da en un contexto de hostilidad del que hay múltiples ejemplos que hemos visto desde la llegada de Sánchez a la Moncloa. Fue ya el 12 de octubre de 2018 cuando en el besamanos del Palacio Real el presidente y su mujer se pusieron al lado de los Reyes para recibir el saludo de los invitados. Tuvo que ir el pobre Alfredo Martínez, a la sazón jefe de protocolo de la Casa, a llevarse a la pareja. Los medios afines lo justificaron como un error por la inexperiencia del presidente. Será que Sánchez no llevaba años asistiendo a esa recepción.
Y recuerdo todo esto porque ayer me preocupó sinceramente la sonrisa con la que el Rey recibió y saludó al fiscal general del Estado cuando fue a entregarle la memoria de la Fiscalía. Qué contraste entre ese gesto del Rey y la cara desencajada de Álvaro García Ortiz, como si acabaran de comunicarle que su madre había pasado a mejor vida. Más bien parecería que lo lógico sería a la inversa: una cara muy seria del Rey ante la irregularidad que supone seguir teniendo en ejercicio a un fiscal general al que están a punto de abrirle juicio. Y con el que tendrá que sentarse mañana ante las cámaras en la apertura del Año Judicial. Y una enorme sonrisa del procesado por ser recibido por el Rey a pesar de todo lo que lleva encima. Pues no.
Majestad, ya comprendo que es muy difícil encontrar el punto de equilibrio en la dificilísima relación con esta administración. Pero, con toda lealtad, creo que la sonrisa no es la mejor opción ante ciertos interlocutores procesados. Ayer no tocaba sonreír.











