La foto del presidentilla
Mayte Alcaraz.- El 2 de septiembre no se celebra la Diada en Bruselas. También en esto mintió Pedro Sánchez en TVE. Fue otra trola para justificar que Salvador Illa (presidentilla, para Sánchez) se iba a reunir con el tupé más famoso de España. El presidente del Gobierno argumentó que presidentilla le había dicho que ese día (ayer) es cuando los catalanes que viven en la capital de Bélgica se ponen la barretina y celebran su fiesta. Parece una cosa banal pero no lo es: aquí, en Barcelona, en Laos y en Kazajistán esa fiesta es el día 11 de septiembre. Archidemostrado que Sánchez miente en lo importante, acabamos de descubrir que también lo borda en lo menor. Abreviando: no le dice la verdad ni al médico.
Lo que sí es cierto y no se lo dijo Sánchez a Pepa Bueno es que el presidente catalán fue ayer de avanzadilla para abrir paso a la madre de todas las ignominias: la visita de Pedro a Carles en Bruselas o Suiza, la foto de la claudicación del Estado ante un prófugo de la justicia. Las tardes en Lanzarote de Salvador, Zapatero y el presidente han derivado en una convicción: hay que hacerle mucho la pelota a Puchi, que está muy cabreado con la corrupción y que fuera Santos Cerdán el elegido para retratarse con él y ahora almuerce todos los días el rancho de Soto del Real. Voy a usar palabras de Salva –como también le llama su jefe– sobre este tipo de bajada de pantalones ante un delincuente que se marchó escondido en el maletero de un coche. Cuando el racista Quim Torra se fotografío con Puchi, el hoy presidente de la Generalitat dijo en 2018 que «era inadmisible» que un molt honorable fuera «a recibir instrucciones de una persona que ha huido de Cataluña». Illa, asimismo, añadió que «no iba a haber amnistía ni nada de eso. Y si a alguien se le ocurriese volver a hacerlo, actuaría el Estado de derecho como en 2017 y volveríamos a estar los socialistas catalanes con la ley». Todo embustes. Lo primero que hizo ayer el líder del PSC fue quitar todas las banderas de la sede de la reunión. No fuera a molestarse Puchi con la española.
El presidentilla ya se ha citado en este último año con el racista de Torra, con Aragonés, con Mas, con Montilla y hasta con el corrupto Pujol. En su particular galería de los horrores le quedaba colgar el cuadro de ayer. Sus códigos éticos son tan flexibles como los de Pedro: cero. Porque pasa por ser un flemático y cortés señor de 59 años que llegó hace uno a la presidencia de la Generalitat catalana, quedándose a 26 escaños de la mayoría absoluta. Pero si no es por Oriol Junqueras, hoy estaría formando pareja cómica con el doctor Simón, después de firmar con él la peor gestión en Europa contra la pandemia. Está cumpliendo a las mil maravillas su cometido: defiende el cupo fiscal para que Esquerra le mantenga y, a la vez, también sostenga a Sánchez. Y se ha abonado al victimismo de los soberanistas. Porque Illa es un nacionalista revestido de progre. No se le conoce una mala palabra, pero tampoco una buena acción. Basta con recordar su desastrosa política contra la covid.
Ahora en teoría ha blanqueado al huido –aunque ni encalándolo se puede asear un expediente tan turbio como el de Puchi. Los sesudos analistas nos dirán que esto es la realpolitik, la desinflamación de Cataluña, la desaparición del separatismo. Claro que la política de diálogo de Illa y Sánchez ha amansado a la fiera. Porque le ha entregado al león todo lo que ha pedido a cambio de que vote en el Parlamento la continuidad de Pedro. Falta la amnistía de Carles, tuneada por Cándido, pero sobre la que tiene que pronunciarse el Tribunal Europeo, que no está por la labor de legalizar la malversación. Sería un negocio redondo para los delincuentes: primero les condonan la deuda que generaron engañando a los catalanes con el procès y además les sale gratis penalmente la malversación del dinero público.
Pero, mientras tanto, vaya por delante la foto del oprobio del presidentilla. Que hablará muy bajito, pero más bajita es su dignidad.











