El epitafio de Pedro Sánchez

“Debe ser muy duro para Sánchez el contraste entre cómo le recibe a él la calle y cómo aplaude al Rey”.
Antonio R. Naranjo.- Debe ser muy duro para Pedro Sánchez el contraste entre cómo le recibe a él la calle y cómo aplaude al Rey, y quizá eso explique por qué Moncloa gestiona la presencia de Felipe VI en las zonas catastróficas con el ánimo del responsable de las cartillas de racionamiento en una postguerra.
La mejor manera de medir el respaldo de un pueblo a un político está en las urnas, que decantan siempre su futuro, o lo hacían hasta el aterrizaje forzoso de Sánchez en el poder: él ha logrado cinco de los seis peores resultados históricos del PSOE, no tiene fuerzas para aprobar unos Presupuestos desde la pasada legislatura, su placa de sheriff depende de que ayude a los ladrones separatistas a robar el Banco de España y es un fraude inconmensurable: su mayoría artificial se sustenta exclusivamente en el deseo de sus aliados de arrinconar al ganador de las Elecciones y utilizarle a él para conseguir sus objetivos ilegales y dañinos.
Pero hay otras formas de conocer el pálpito ciudadano y una está en qué ocurre cuando pisas la calle. Prescindamos de las reacciones más inguinales, de esos atracones despectivos que vimos en Paiporta y han desembocado en la canción del verano, con un estribillo coreado sobre Pedro Sánchez en verbenas populares, conciertos de canis, partidos de fútbol y corridas de toros; todos ellos protagonizados por una juventud que expresa sin tacto un rechazo histórico al personaje.
No se puede defender el insulto, pero no se puede obviar el significado de esa protesta coral, masiva, espontánea y juvenil contra un déspota poco ilustrado que dice gobernar para el pueblo pero lo hace contra él: privilegia al separatista y castiga al español; despliega o no recursos ante catástrofes en función del color político del territorio afectado; convierte en delito de odio la chorrada residual mientras consiente la exaltación pública de terroristas en el País Vasco o encasqueta la inmigración masiva irregular a ciudades y regiones que no votan lo correcto, mientras dispensa a las que le apoyan a él.
Ése es el contexto que explica las vacaciones palaciegas del líder socialista, encerrado en una jaula de oro en la que ha desplegado más cortafuegos contra los abucheos que contra los incendios: atrincherarse en La Mareta, cerrar el espacio marítimo, movilizar a casi un centenar de agentes y pegarse casi un mes fuera de Madrid son aparentes gestos de sultán, pero también la metáfora de su triste supervivencia, con el miedo a que alguien le reconozca y le cante el himno estival que antes hablaba de bombas y chiringuitos y ahora le tiene a él en todos los tarareos.
Hace ya unos meses que Sánchez dijo que, además de gobernar sin votos suficientes y contra el Poder Judicial, lo haría sin contar con el legislativo, que es el Parlamento, porque todo le sobra y su perversa ecuación solo sale si se salta todos los preceptos democráticos y europeiza el chavismo con una corbata y mejor colonia.
Pero ahora, entre inundaciones, apagones y fuegos, ha dado el paso definitivo: también le molesta el pueblo, que tiene el vicio de creer lo que ve con sus propios ojos y no lo que le cuenta el Régimen, cuya propaganda televisiva hace del No-Do un aspirante al Pulitzer de periodismo: Sánchez se va a bucear con Begoña, en un trozo de mar privatizado, para que no le piten los oídos. Y alguien que se esconde bajo el fondo del mar y no es Bob Esponja ya ha escrito su epitafio.











