Una de las niñas explotadas por bandas pakistaníes en Rotherham revela que no puede tener hijos porque la hirieron internamente con una botella de cristal
Una de las víctimas de las bandas de abusadores sexuales pakistaníes que actuaron durante décadas en Rotherham ha revelado que en una ocasión fue violada y herida con una botella de cristal, acción que a día de hoy no le permite tener hijos. Ese episodio resume la brutalidad de un entramado criminal que operó durante años en la ciudad inglesa mientras la policía y los servicios sociales elegían ignorar las denuncias. Se calcula que entre 1997 y 2013 al menos 1.500 menores fueron explotadas con absoluta impunidad.
Las alertas se remontan a los años noventa, cuando trabajadoras sociales como Jayne Senior denunciaban que niñas eran recogidas en taxis por hombres adultos de origen asiático y trasladadas a fiestas donde eran agredidas. Informes internos de 2003 y 2006 ya reconocían que había redes organizadas implicadas en drogas y armas, pero las autoridades evitaron actuar. El temor a ser acusados de racismo pesó más que la obligación de proteger a las víctimas.
Uno de los casos más emblemáticos es el de Laura Wilson, apodada «Niña S» en los primeros informes, asesinada en 2010 con solo 17 años. Su cuerpo apareció en un canal tras ser apuñalada y arrojada al agua por Ashtiaq Asghar, que poco antes había escrito que enviaría a la «kuffar» al infierno. Documentos filtrados revelaron que desde los 11 años Laura había sido derivada a programas de protección infantil por sospechas de abuso, pero la policía archivó repetidamente las pruebas. Su madre incluso mostró a los agentes el teléfono de la menor con más de 170 contactos de hombres adultos, pero se le dijo que investigar violaría la Ley de Protección de Datos.
Los patrones de captación eran repetitivos: los agresores se presentaban como novios, daban alcohol o drogas y luego exigían sexo en grupo. Muchas chicas eran sacadas directamente de colegios y hogares de acogida. Los propios taxis usados en los abusos llegaron a tener contratos oficiales con el ayuntamiento para transportar menores, lo que hizo aún más descarada la connivencia institucional.
La revisión del caso, dirigida por Alexis Jay en 2014 y seguida por el informe Casey en 2015, fue demoledora: la policía había ridiculizado denuncias, calificando a las niñas de «mentirosas» o «promiscuas», mientras el consejo local censuraba informes que señalaban explícitamente a hombres de origen pakistaní como responsables. Sólo la presión pública y la filtración de documentos permitieron conocer el encubrimiento sistemático.
Hoy Rotherham sigue marcada por aquel escándalo. Lugares como Clifton Park, presentados como espacios familiares, fueron escenarios habituales de captación. Allí, según actas de 2007, los mismos hombres esperaban a nuevas niñas cuando las anteriores ya no «servían». El contraste entre los edificios de cristal del ayuntamiento y la realidad oculta tras sus muros se convirtió en el símbolo de una negligencia que muchos supervivientes califican directamente como un «genocidio de violaciones».











