La Paseata

Ignacio Andrade.- Pedro Sánchez no gobierna: trafica con España como si fuera su cortijo personal. Ha reducido la política a un mercadeo obsceno en el que todo vale con tal de prolongar su estancia en La Moncloa. No hay línea roja que no haya cruzado, ni promesa que no haya pisoteado. Su única ideología es él mismo, su único proyecto es el poder.

El engaño es su forma natural de actuar. Mintió a sus votantes, mintió a sus socios, mintió a los españoles. Prometió firmeza frente al independentismo y acabó arrodillado ante quienes quieren romper la nación. Se envolvió en la bandera de la regeneración y ha terminado instaurando un régimen de propaganda que insulta la inteligencia de los ciudadanos. Bajo su mando, la mentira ya no es excepción: es rutina.

Su manera de gobernar no es pactar, es humillarse; no es negociar, es rendirse. Ha vendido la dignidad del Estado a cambio de votos parlamentarios, entregando privilegios, perdones y concesiones a quienes desprecian la Constitución. España se ha convertido en rehén de un presidente dispuesto a hipotecar el futuro del país para asegurarse un presente en el poder.

Lo más grave no es solo la traición a sus palabras, sino la corrupción moral que deja a su paso: un país acostumbrado a ver cómo su líder se desdice sin sonrojo, cómo cada decisión es un truco, cómo la política se convierte en un espectáculo cínico. Sánchez ha inoculado el virus del desprecio: desprecio a la coherencia, desprecio a la verdad, desprecio a los ciudadanos.

Pedro Sánchez será recordado no como un estadista, sino como un prestidigitador del poder, un ilusionista de sí mismo. Un presidente que, por mantenerse un día más en el trono, estuvo dispuesto a arrastrar la política española al lodazal del cinismo y la degradación.