Crímenes de la izquierda en la Segunda República: una deuda con la verdad histórica
La Segunda República española (1931-1939) suele evocarse desde la historiografía oficial como un periodo de esperanza frustrada, un intento modernizador aplastado por el golpe militar de 1936. Sin embargo, un análisis honesto y crítico obliga también a reconocer la otra cara de la moneda: los crímenes, abusos y excesos cometidos por sectores de la izquierda, que contribuyeron de manera decisiva a la degradación del sistema republicano y al estallido de la Guerra Civil.
El sectarismo y la violencia política
Desde los primeros años, la República se vio sacudida por una violencia política que no fue patrimonio exclusivo de la derecha. Los sindicatos revolucionarios (CNT y UGT) protagonizaron huelgas insurreccionales con episodios sangrientos, como la revolución de Asturias en 1934, donde milicianos y mineros armados asesinaron a guardias civiles, religiosos y civiles indefensos. La izquierda justificó aquella insurrección como “defensa de la democracia”, cuando en realidad se trató de un levantamiento armado contra un gobierno legítimamente constituido.
La persecución religiosa y los crímenes contra el clero
Uno de los aspectos más sombríos de este periodo fue la persecución religiosa. Mucho antes de 1936, ardieron iglesias y conventos en oleadas de violencia anticlerical fomentadas por sectores de la izquierda radical. En Asturias (1934) y, con mayor intensidad durante la Guerra Civil, fueron asesinados miles de sacerdotes, monjas y laicos católicos por el mero hecho de profesar su fe. Estos crímenes, a menudo silenciados en ciertos relatos, constituyen una de las páginas más oscuras del republicanismo militante.
Terror en la retaguardia republicana
Tras el inicio de la guerra, la zona republicana se convirtió en un escenario de terror revolucionario. Milicias socialistas, comunistas y anarquistas organizaron “checas” donde se practicaron detenciones arbitrarias, torturas y ejecuciones sumarias. Se estima que, solo en Madrid, miles de personas fueron asesinadas sin juicio previo. Las víctimas no fueron únicamente opositores políticos, sino también simples ciudadanos acusados de “desafecto” a la causa.
La responsabilidad política
Los dirigentes de la izquierda republicana —con pocas excepciones— fueron incapaces de frenar esta espiral de violencia. Muchos la alentaron, considerándola parte inevitable de la “lucha de clases”. Así, en lugar de defender un Estado de derecho, toleraron la sustitución de la justicia por la venganza revolucionaria.
Una verdad incómoda
Reconocer los crímenes de la izquierda durante la Segunda República no significa justificar el golpe militar de 1936 ni las atrocidades cometidas por la derecha. Significa, simplemente, asumir que la violencia no fue patrimonio exclusivo de un bando, y que la República fracasó en gran medida porque quienes debían defenderla la convirtieron en un campo de experimentación revolucionaria, minando la legalidad y sembrando odio.
La memoria histórica, si pretende ser honesta, no puede callar ante estos hechos. Recordar a las víctimas de la represión izquierdista es un deber de justicia, tan irrenunciable como la memoria de quienes sufrieron bajo el franquismo.












