Por qué Junts debe echar a Pedro Sánchez
Antonio Naranjo.- Nunca ha escondido Puigdemont el carácter instrumental de su respaldo a Pedro Sánchez, sin el cual simplemente no sería presidente: se trataba de lograr una amnistía, a costa de degradar la Constitución, y de progresar en la legalización de los objetivos que le llevaron a fugarse a Waterloo para escapar de las consecuencias penales que sí pagaron, hasta sus indultos, los otros responsables de la asonada.
Tampoco ha disimulado el jefe de Junts su incomodidad con el líder socialista, cuya palabra vale lo mismo que una factura escrita en una barra de hielo y puesta al sol: lo suyo es un matrimonio de conveniencia, un poco de sexo sin amor, un negocio sin sentimientos en el que cada parte sabe lo que pone y lo que recibe, aunque luego no se soporten ni se entiendan.
El obsceno cambalache retrata peor a Sánchez que a Puigdemont: de un independentista no puede esperarse otra cosa que ser independentista y aprovechar la coyuntura para lograr por lo civil lo que se estaba dispuesto a conseguir por lo militar. Pero de un aspirante a presidir el Gobierno de España sí cabía esperar que situara sus intereses personales por debajo de los nacionales, pisoteados sistemáticamente por la naturaleza viciada del único acuerdo capaz de darle el poder negado por las urnas: aquel que le convierta en el más firme aliado y cómplice de todo aquello que, en realidad, debería frenar.
Puigdemont no nos gusta, pero en su lógica es perfectamente coherente, como lo son todos los partidos políticos que han intercambiado sus votos para la investidura por la suscripción, desde el Gobierno, de sus aspiraciones gremiales, a cual más incompatible con los valores constitucionales, traicionados sin pudor por un insensato ambicioso y perverso.
El problema es que, desde dos años de prueba, Junts se ha debido dar cuenta de que los beneficios están muy por debajo de las expectativas: sí, Sánchez es capaz de firmar y prometer lo que haga falta y hasta de intentarlo, pero su ejecución no es sencilla por la combinación entre la respuesta del Estado de derecho y de Europa; la incompatibilidad ocasional entre las exigencias de sus distintos apoyos; su evidente minoría parlamentaria para casi todo y la evidencia de que todas las cesiones acaban en manos de Salvador Illa, que es quien amortiza desde la Generalitat y para el PSC casi todo lo que Puigdemont impone.
Si a ese paisaje se le añade que el ímpetu electoral de Alianza Catalana, que hace en Cataluña el mismo trabajo que Bildu en el País Vasco sin que nadie le reproche a Otegi tener un mensaje similar al de Orriols, genera un inesperado competidor en la derecha para Junts, la conclusión no es muy difícil de alcanzar: Puigdemont sigue en Bélgica, su partido no maneja poder institucional ni presupuesto y la proximidad a Sánchez le está perjudicando de manera notable en las encuestas.
Que la alternativa no sea mejor desde su perspectiva, pues un Gobierno del PP no podría ni querría pagar las facturas lascivas del inmoral líder socialista, frena las ganas de acabar con Sánchez que Junts, a diferencia de un PNV dependiente del PSOE para mantener el Gobierno vasco, sin duda tiene y puede permitirse.
Pero con una amnistía difícil de revocar ya, al menos en sus efectos prácticos; un paisaje electoral a la baja y una complicidad pública con un presidente que encarna la corrupción, el desvarío ideológico y el fracaso económico; quizá sea peor aparecer en esa foto que enfrentarse al incierto vacío del cambio.
Junts, en fin, tiene que decidir si sigue jugando a los independentistas a sabiendas de que esa vía está limitada a pesar de la disposición a todo de Sánchez; o antepone en su agenda todo aquello que cabe esperar de un partido conservador y necesitado de controlar instituciones, ahora entregadas casi gratis al PSC y quién sabe si mañana a los ultras capitaneados por la alcaldesa de Ripoll. Quizá sea susto o muerte, pero lo segundo lo está degustando ya en directo, con Puigdemont recluido entre mejillones cocidos a la belga y Sánchez de veraneo eterno en La Mareta, con más cara que espalda, en ambos casos coloradas.











