Que trabajen y tengan niños los inmigrantes
Antonio R. Naranjo.- La cesta de la compra ha subido un 40% desde 2020, como sabe cualquiera con algo de memoria y 50 euros en el bolsillo: antes daban para comprar carne, pescado y fruta; hoy apenas se estiran para cubrir las necesidades elementales y llenar un par de bolsas, sin productos frescos, con mucha pasta y legumbre para llenar estómagos nostálgicos de ternera, lenguado o melocotón.
En parecido lapso de tiempo la recaudación fiscal del Gobierno ha subido en 140.000 millones de euros, con sablazos endémicos sustentados en la falacia de que en España se pagan pocos impuestos, en comparación con Europa: cogen las cifras recaudadas, las comparan porcentualmente con el PIB y, como la resultante es algo menos, concluyen que se puede pagar todavía más.
La trampa es tan infantil que sorprende su éxito: se puede pagar mucho, como es el caso, y que eso suponga menos porque pagan pocos, por la subsistencia de una espectacular economía sumergida que no cotiza y por la peor bolsa de desempleados de Europa, que tampoco acoquina al fisco.
Y así tenemos el célebre «nuevo modelo productivo», el rimbombante y vacío término que no se le cae de la boca al Gobierno y es, a la economía, lo que un unicornio a la fauna. Aquí consiste en empobrecer a la sociedad productiva, con una presión fiscal intolerable, para tener recursos políticos con los que mantener a la sociedad subsidiada, compuesta a menudo por personas que desprecian a quienes les mantienen y votan a quien perpetra el atraco en nombre de una vocación social en realidad clientelar.
Todo ello completado por un incremento exponencial de la deuda pública, que es al futuro del Estado de bienestar lo que la contaminación a la preservación del planeta, y una pavorosa consolidación de «lo público» como gran agente dinamizador, empresarial y económico de un país que, con esas premisas, es inviable.
Vivimos la edad de oro de los vagos, presentados como víctimas o vulnerables sin un mínimo examen critico de sus verdaderas circunstancias; que convive con un infierno global para quienes, simplemente, actuán como lo hacían sus padres y sus abuelos: se levantan pronto, trabajan, no se meten con nadie y quieren llegar a finales de mes, aunque sea con ciertos apuros.
La apuesta se completa con hacer de la inmigración la fuerza laboral emergente, en el país con más paro de Europa, y también con adjudicarle las expectativas demográficas de España, confiándoles un repunte de la natalidad que debería corresponder a los propios españoles.
Y se remata con hacer de ese fenómeno migratorio y del turismo los dos otros ejes de supervivencia de un país intervenido como nunca por la política. Todo ello junto dibuja un paisaje lunar, de receptores de todas las edades de pensiones con distintos nombres y excusas; de un intrusismo estatal sin precedentes en todos los órdenes de la vida; de una sociedad sumisa y subvencionada y de un sector empresarial limitado al IBEX 35, siempre alineado con el Gobierno, en el que apenas podrán sobrevivir las empresas familiares, los autónomos o el pequeño comercio.
Cuanto más caro sale comer, más dinero tiene Pedro Sánchez y menos queda en el bolsillo del españolito medio: si eso no se parece a Venezuela, con todos los matices que se quiera por costumbre o por ubicación geográfica, que venga Chávez y lo vea.











