¿Pacto de Estado climático?
Antonio Naranjo.- Pedro Sánchez no quiere pactos de Estado para excluir al independentismo de la gobernación de España y que su pírrico 4.9% de voto entre todos sus partidos deje de ser una pistola humeante en el Congreso. Tampoco los quiere para reformar el sistema fiscal, gestionar la inmigración, acordar un modelo de financiación autonómica, gestionar los fondos Next Generation, apostar por la natalidad ahora en cifras trágicas o, entre tantas cosas, fijar una posición internacional sólida y reconocible.
En todo ello Sánchez actúa sin otra brújula que su propio interés, a menudo incompatible con el de España y con frecuencia opaco, desde una premisa inmutable: no quiere entenderse con el PP porque eso le impediría gobernar, como ocurre en cualquier lugar de Europa donde socialdemócratas y conservadores alcanzan acuerdos.
Aquí su posición es rechazar todo entendimiento con el primer partido de España, criminalizar sus alianzas con VOX, perfectamente legítimas y, a la vez, blanquear las suyas propias con los enemigos de la Constitución, con una intención siniestra: abolir la alternancia y eternizarse él, un perdedor contumaz, en el cargo.
Pero, con esos antecedentes, ha propuesto sin embargo un pacto de Estado por el «cambio climático», que es tanto como no decir nada: buscar un culpable verosímil pero inconcreto equivale, siempre, a tapar el resultado de las propias negligencias, desechar soluciones precisas y sustituirlo todo por un mantra ideológico con el que justificar un sinfín de políticas sectarias e inútiles.
Decir que el clima cambia es tan obvio como señalar que la luna y el sol se turnan, la Tierra gira y las manzanas caen de los árboles por la fuerza de la gravedad: es obviamente ciencia, tan indiscutible como el deterioro neuronal del ser humano, la reproducción de las especies por el cruce del macho y la hembra o el carácter biológico del sexo, por mucho que ahora se borre la línea que separa a ambos con un sainete a menudo delirante sobre la autodeterminación sentimental del género.
La discusión no está en la existencia del fenómeno en cuestión, pues, sino en la identificación correcta de las causas y la adopción sensata de medidas paliativas: un negacionista es alguien que rechaza la propia existencia del cambio climático y minimiza su efectos, pero también quien utiliza esa certeza para lanzar una batería de medidas estúpidas, equivocadas, sectarias o económicas destinadas, sin más, a consolidar con ella un proyecto más ubicado en la ingeniería social que en la ciencia.
Es saludable leer Premoniciones. Cuando la alerta climática lo justifica todo, del catedrático de Física Alfonso Tarancón y del doctor en Geología Javier del Valle, y Cambios climáticos, de los científicos Enrique Ortega, José Antonio Sáenz y Stefan Uhlig o escuchar al Premio Nobel de Física John Clauser para entender la diferencia entre ocuparse del cambio climático y convertirlo en una excusa totalitaria para asustar al personal y aplicarle la ley del embudo en casi todo.
En el caso de los incendios, a Sánchez le pasa como con la dana: culpar en exclusiva a un agente externo, monstruoso y a la vez sin DNI a efectos de citaciones parlamentarias o judiciales, desvía el foco sobre sus políticas en materia ambiental, sustentadas en una agresión sostenida al sector primario y de la vida rural y, cuando se desata la tragedia, en respuesta de emergencias.
Si leer a los expertos en ciencia garantiza una razonable posición ante el fenómeno climático, alejada de la indiferencia dolosa pero también del apocalipsis contemporáneo, consultar a los juristas también disipa las dudas al respecto de cómo suelta humo Sánchez para esconder sus propios fuegos: es la segunda vez en ocho meses que este pontífice de las emergencias climáticas mira para otro lado cuando llega una y, de nuevo, desprecia la Ley de Seguridad Nacional que le faculta y le obliga a atenderlas, sin excusas, sin que nadie se lo pida y sin pedir permiso.
Tenemos un presidente que no duda en pisotear la Constitución para cumplimentar a Puigdemont o a Otegi y se salta las leyes para que el fuego o la lluvia campen a sus anchas: para él solo son excusas con las que atacar a la ultraderecha negacionista y para viajar por el mundo pontificando sobre el clima, a ver si la ONU le da algún día un cargo, con permiso de la UCO.











