Chivite llorona
Antonio R. Naranjo.- María Chivite es conocida por deberle el puesto a Otegi y por llorar cuando trincaron a Santos Cerdán, un currículo peor que el de todos esos ninis que, por dedicarse a la política desde que tenían dientes de leche y ser más perezosos que un koala en invierno, no quisieron estudiar y no tuvieron ganas de trabajar y ahora engordan sus expedientes para disimular, con cursitos de guitarra por correspondencia presentados como doctorados en artes musicales de la Escuela Juilliard.
Ahora también está en deuda con el batasuno por librarle de comparecer a dar explicaciones por los gloriosos contratos conseguidos por Servinavar, con B o con V según vayas de vascuence y de mala leche, la empresa de un amigo de Otegi que montó a pachas, y también a escondidas, con Santos Cerdán.
El inquilino de Soto del Real, desde donde juega al mus, hace gimnasia a todas luces improductiva y lanza advertencias sutiles a Pedro Sánchez, es el hombre que le engrasó al usuario estival de Mareta D’Or las alianzas con Bildu y con Puigdemont; mientras según la UCO y el Tribunal Supremo montaba una de las doscientas o trescientas tramas del PSOE, todas con meta en Roma: vaya casualidad que todo aquello que se le ponía entre ceja y ceja a los comisionistas, fueran mascarillas, rescates, obra pública o hidrocarburos, tuviera el visto bueno final de la Moncloa, por acción u omisión.
El caso es que Chivite gobierna Navarra como Sánchez España: gracias a un señor procedente de ETA, que junto a otros como él reúne la impresionante cifra de un 4,9% de todo el voto nacional pero se pasan por la piedra al 95.1% restante que haría con todos ellos lo mismo que Risto Mejide con un concursante torpe en su concurso: echarlo, claro, pero con su poco de humillación pública primero.
Todo esto ya lo sabíamos, como que la clave de todos los acuerdos del veraneante canario, con sus merecidos 23 días de lujos sufragados por currelas y autónomos felices de hacerlo, es el impuesto revolucionario que otros le giran y él satisface con la cartera constitucional ajena: en concreto la de quienes no le votaron pero pagan las rondas.
Lo que hemos descubierto ahora es que, al negocio político, puede habérsele sumado otro estrictamente económico: las coincidencias entre los cambalaches institucionales y el progreso financiero de sus inductores empiezan a desvelarse parejas. Y ahí tienen al mismo Cerdán utilizando al mismo Antxon para entenderse con Bildu y lograr hacer los túneles de Belate, con la beneficiaria Chivite logrando en el viaje la Presidencia y firmando el permiso oportuno. Y, por cierto, para atraer también al PNV al lado oscuro, ese partido con los mismos principios que el escorpión del cuento de la rana.
Desconectar el negocio político del financiero empieza a ser imposible y es razonable preguntarse ya cuál de los dos fue primero: Koldo le ayudó a Sánchez a ganar las Primarias, Ábalos la moción de censura y Cerdán la investidura desde Waterloo. Y todos ellos aparecen juntos, revueltos o separados en las tramas corruptas que culminan con Sánchez de presidente, con sus escasos 121 diputados, el menor número de la historia.
Y luego ya las saunas y la cátedra, que son otro indicio de que al general secretario del PSOE quizá le gusten también los beneficios económicos, y no solo los políticos, a cual de ellos más nefando.











