El desafío migratorio
Rafael Nieto (R) No es casualidad que la inmigración ilegal sea hoy, con diferencia, el asunto que más está cambiando las tendencias políticas en toda Europa, y el que ha favorecido los cambios rotundos que se han operado en bastantes países. El discurso buenista como respuesta a la invasión migratoria (sobre todo, musulmana) es ya irrelevante en la sociedad occidental, que empieza a percibir con claridad que ésta es una cuestión de supervivencia: o nuestra civilización, o su barbarie. O nuestro orden moral, basado en el cristianismo, o su salvajismo que se concreta después en violaciones, atracos y asesinatos.
Ya nadie en su sano juicio duda de que hay una correlación entre la inmigración ilegal masiva y desordenada, y el aumento del número de delitos en cualquier país. Sólo los dirigentes políticos de la mafia progre (el bipartidismo y sus excrecencias) militan en el ridículo constante de negar lo que todos vemos y comprobamos. Las cifras policiales y judiciales son también muy claras en este sentido. Occidente, y especialmente Europa, ha generado un problema de dimensiones gigantescas que ahora no sabe cómo encarar; y una vez más, como tantas otras veces en la historia, los dirigentes políticos van por detrás de los ciudadanos.
Lo ocurrido hace unas semanas en el municipio murciano de Torre Pacheco es un ejemplo relevante del choque brutal entre el discurso progre (lleno de palabritas absurdas y de tópicos infumables) y la realidad que sufren cada vez más españoles. El choque entre lo que pregonan los jerifaltes de la estafa bipartidista, y lo que hacen los invasores, que no sólo «no se integran», sino que arremeten salvajemente contra la nación que les acoge, sostiene y protege. Que pretenden imponernos aquí lo que supuestamente les echó de allí.
No debemos esperar nada de una cloaca inmunda como la que hoy padecemos en el poder. Lo que queda de «Gobierno» es un grupo de inútiles apátridas que tratan de apoyar públicamente a un presidente convertido ya en un espantajo grotesco que huele a presidio. Ni pueden gestionar, ni saben resolver, ni quieren trabajar; están en modo supervivencia porque saben que, para ellos, no hay vida política después de las próximas elecciones. Quien logre librarse de los barrotes de la cárcel podrá considerarse muy afortunado porque la corrupción les merodea a todos ellos, de una forma u otra.
Tendremos que ser los españoles, una vez más, quienes señalemos juntos el foco del problema y afrontemos la solución. En las urnas cuando toque, sin duda; pero también en un activismo patriótico diario del que nadie debe dimitir. Las fronteras de España se respetan porque de ellas depende nuestra seguridad y la de nuestras familias; si no las defienden aquellos que están obligados a hacerlo, lo haremos todos y cada uno de nosotros. No vamos a claudicar en una pelea que nos toca encarar, en un momento decisivo para España y para Europa.











