Si fuera del PSOE podría haber sido presidenta como Sánchez
Francisco Rosell.- Al aguardo de que este último lunes de julio «don Teflón» Sánchez, ese pasmo de la prensa internacional tanto diestra como zurda, ya sea el londinense The Times o el parisino Le Monde, se autoevalúe y se conceda su habitual cum laude de fin de curso, habrá quienes colijan que Noelia Núñez, de haber sido correligionaria de este doctor en mentiras, la joven promesa del PP no habría tenido que renunciar a su escaño y a sus cargos tras falsificar su currículo académico y podría aspirar incluso a ser presidenta del Gobierno. No en vano, «Noverdad» Sánchez ahí sigue impertérrito e impartiendo lecciones como la que le soltó al portavoz del PP, Rafael Hernando, en su moción de censura contra Rajoy de 2018, que, «en Alemania, cuando a un ministro se le descubre que ha plagiado su tesis doctoral, tiene que dimitir».
Bajo esa impostura, Noelia Núñez cavilará para sus adentros que su principal error fue equivocarse de siglas al contemplar la recua de socialistas que, en su circunstancia, conservan incólumes sus posiciones de tronío. Pero esa misma desmoralizadora lección extraerán muchos ciudadanos ante esa doble vara de medir por la cual la izquierda hace de su capa un sayo y se embute en la patente de corso de su supremacismo amoral. Como en la legión extranjera, en el PSOE los pecados no incapacitan, sino que son palanca para escalar en un partido que ha devenido en partida. De hecho, al cuarteto de «la banda del Peugeot» –los imputados Cerdán, Ábalos y Koldo, más el repudiado Salazar– con el que el número 1 asaltó Ferraz y La Moncloa mediante espionajes y pucherazos en las primarias ha sido suplido, a borde ya de vehículos oficiales, por los Bolaños, Montero, Puente y Gómez. Un cambio de guardia pretoriana bajo el mismo emperador.
Tal hemiplejia moral posibilita espectáculos tan descacharrantes como la lapidación socialista de Noelia Núñez al modo de los Monty Python en La vida de Bryan en la que mujeres con barbas postizas apedrean al supuesto blasfemo por haber festejado que el pescado que se había comido era digno de Jehová. Sin atender a la máxima evangélica de que «quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra», una turba encabezada por el ministro Oscar «Yoyas» Puente ha puesto tal frenesí en lincharla que se les bajó la máscara acreditando que eran tan falsificadores, en consonancia con su «Puto Amo», como la exdiputada del PP.
Es la política «infundibuliforme», en forma de embudo, del plagiario Sánchez que, cuando se destapó la estafa de su tesis escrita por fontaneros del exministro zapaterista Miguel Sebastián, se puso hecho un basilisco con el líder de Cs, Albert Rivera. Siguió a pies juntillas el consejo de Jonathan Swift en las Instrucciones a los sirvientes: «Cuando hayas cometido una falta, muéstrate siempre insolente y descarado, compórtate como si fueras la persona agraviada». Bueno descarado y osado. Así este remedo del personaje de Pedro Navajas propició que su tetraimputada mujer fuera catedrática postiza de un «máster chef» de la Universidad Complutense de la que no podía ser alumna por carecer Begoña Gómez de licenciatura, si bien era ducha en la contabilidad de los prostíbulos familiares que han sufragado el «modus vivendi» de los Kirchner de La Moncloa.
En cualquier democracia, salvo que se haya avinagrado como un buen caldo, sobra con la publicación de la certeza de una mentira para que se inhabilite a quien la perpetra. Para ejercer una tarea pública, no se precisa más timbre que la ejemplaridad. Una vez perdida, no cabe remendarla cuál virgo de cantonera. Por eso, cuando la diputada Noelia Núñez, por no conformarse con la «licenciatura» del partido -Nuevas Generaciones, concejala, diputada autonómica y congresista-, se arrogó titulaciones que no poseía, su dimisión era inaplazable, aunque pudiera ampararse en el «y tu más» que se rebuzna en exceso para acallar la verdad.
Sin duda, España sufre la «selección adversa» de sus nóminas políticas por el que, acorde a la ley de Gresham, la moneda bastardeada desplaza a la buena, pero primordialmente que se favorezca que «todo sea mentira» con la contribución de una televisión (unida a las redes sociales) que distorsiona la realidad y atrofia a las personas, según avisó Giovanni Sartori en su preclaro homo videns. Por supuesto que un buen currículo no garantiza pericia política, pero sí independencia de criterio que frene dejarse arrastrar por la pendiente resbaladiza del agiotaje.
Contra de lo que se arguye para no hacer nada, la regeneración no requiere grandes leyes ni rasgaduras de vestiduras por quienes ambicionan monopolizar la corrupción. Así, detrás de sus sonoras proclamaciones de virtud, anida megalomanía, deseo de dominio y patología narcisista. O sea, mucho ruido y pocas nueces. En suma, basta que un cargo sea sorprendido en un fraude para que decline sin dilación y sin subterfugios como poner el puesto a disposición del partido. Algo tan simple como lo hecho por Feijóo con Noelia Núñez. Aun en la modestia de la acción, es una gota de agua limpia en medio de la cloaca sanchista, así como aviso a navegantes tras el caso Montoro.
Como la corrupción acompaña a la acción política como la sombra al cuerpo, la cuestión primordial estriba no tanto en qué pasa ni en el por qué, aunque tenga su aquel, sino en qué se hace con ella y como se ataja la gangrena. Sin necesidad de ditirambos, como esos falsos redentores que prometen el paraíso en la tierra para convertirla en un infierno, pequeñas grandes decisiones pueden devolver el respeto debido al votante y rescatar la vida pública de su degradación. Estos pequeños milagros, a veces, comienzan con la voluntad de una sola persona como en el cuento El hombre que plantaba árboles, del francés Jean Giono.
La historia arranca en 1910 cuando el joven narrador viaja a través de la Provenza y se queda sin agua en medio de un desolado valle donde le socorre un asceta pastor. Tras enviudar, se empecina en repoblar un paisaje yermo árbol a árbol. Al cabo de diez años, tras luchar en la I Primera Guerra Mundial, el relator regresa a visitar al rabadán descubriendo un frondoso boscaje al que retornará cada año para disfrutar de una floresta que sería un Edén cuatro décadas después. Leche migada para un presidente «cum fraude» que se sostiene en La Moncloa merced a quienes negó más veces que San Pedro a Jesús y que orbita entre Pekín y Rabat con Zapatero de astronauta de esos lucrativos intereses.
Aun así, hay que litigar contra la corrupción sistémica y la degradación política asidos a esos pequeños grandes gestos que obren la regeneración debida. Haciendo de la virtud necesidad, el movimiento de Feijóo tiene la utilidad de lo aparentemente inútil como defendía el filósofo italiano Nuccio Ordine, porque «el cultivo de lo superfluo y de lo que no supone beneficio –señala– nos ayuda a resistir, a mantener viva la esperanza, a entrever el rayo de la luz que nos permitirá recorrer un camino decoroso».











