De la ceja a la cana pasando por la coleta
Mayte Alcaraz.- Había llegado el día: Ana Belén, la mujer del trovador asturiano que insulta en sus conciertos a los que votan a Ayuso, pero no hace ascos a las entradas que le pagan, se había caído del caballo. Vestida de alta costura, la comunista con cartilla bancaria escasamente obrera, no podía más, con la corrupción no quería tragar. Así que dijo en una entrevista reciente, tras destaparse los casos Cerdán y Ábalos: «No sé si podemos seguir apoyando a Pedro Sánchez, no lo sé». Ahí llegué a percibir un golpe de honestidad, una mala tarde para el sectarismo, una conversión a la decencia intelectual. Pero poco dura la alegría en la casa del pobre si depende de la coherencia interesada de una rica, como Ana Belén. Una llamada de Pedro, ese despistado presidente que elige mal a sus colaboradores, que no los vigila, pero al que los fachas quieren abatir, para que el abajofirmismo progre haya decidido insuflarle oxígeno al jefe, como viento de cola, diciéndole: aquí nos tienes, presidente, en los malos momentos es cuando se demuestra el agradecimiento que te debemos por evitar que el facherío nos retire las subvenciones. Porque toda la culpa la tiene la Iglesia, los jueces y los medios de derechas. Mira en Cuba. Allí esto no pasa.
Así que Moncloa se ha puesto a redactar un manifiesto -manifiestamente mal escrito- para regocijo de ese club de proletarios cuyos ceros en la cuenta son directamente proporcionales a los quinquenios que acumulan. Pero ellos siguen teniendo el alma revolucionaria y la conciencia ecologista: esa revolución que se ejerce desde los paraísos fiscales, los vuelos privados y las galas de Chanel. Y aquí los tienen: Almodóvar, Ana Belén, Víctor Manuel, Joan Manuel Serrat y Loles León, entre otros, con cameos de políticos como Leire Pajín, Alberto Garzón, Magdalena Álvarez y Manuel Chaves -el blanqueo de los ERE merece este masajeo- y demás quincalla, todos ciudadanos con tan alta preocupación social que sus desvelos llegarían con esfuerzo a la altura del cordón de sus zapatos. Zapatos de marca italiana, claro. Ha faltado Sabina, con muchos espolones ya. Pero aquí tenemos a los titiriteros de siempre a los que el cine y la música americana y las pelis familiares de Santiago Segura ganan sin despeinarse.
Son esa gente tan congruente, tan comprometida, tan humilde que cuando hay que elegir entre La Paz o el Rúber para ir a curarse, optan por el segundo; o cuando pueden echar una mano al Open Arms para salvar vidas en el mar eligen montarse en un yate de 170 metros de eslora con inmigrantes sirviéndoles el aperitivo. Debemos agradecerles que saquen un rato de su extenuante trabajo produciendo películas con el dinero de todos, para dedicar parte a los pobres y a la erradicación de la desigualdad en el mundo. Desagradecidos seríamos si no reconociéramos su ímprobo esfuerzo por ilustrarnos sobre los desmanes del capitalismo mientras ellos disfrutan con fruición de sus delicias. Lejos, como buenos ateos, de las palabras de Jesús a Santo Tomás: «Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Pero tenemos que hacernos cargo de que, si Almodóvar o Víctor Manuel pudieran, cambiarían sin dudarlo la cubierta del barco en el que recorren el Mediterráneo antes de que el hombre -el de derechas- acabe con su belleza, por la asistencia a un campamento saharaui, tan reeducativo, donde se aprende a luchar por las causas que el comunismo siempre enarbola. Pero a estos pensionistas con visa oro ya se les ha pasado el arroz. Ahora a lo más que llegan es a firmar lo que Pedro les envía. Y es que, ya más que enarcar la ceja, como hicieron por Zapatero en 2004, hoy se conforman con peinar canas amarilleadas junto al manifiesto marxista, canas que algunos llegaron a recogerse en una coleta leninista un 15-M.











