Los hemos traído nosotros
Arturo Pérez-Reverte (Reproducido).- Los hemos traído nosotros: ustedes, yo, la infame clase política española y todos los que durante décadas, pese a las señales, los ejemplos y las advertencias, han preferido encogerse de hombros y mirar hacia otro lado. Ahora, pese a lo que sostienen los demagogos y los oportunistas de guardia, ya no hay quien lo remedie. El problema vino a España para quedarse. A otros países con más eficiencia, más organización y más cabeza que las nuestras, el asunto se les está yendo o se les ha ido de las manos; así que ya podemos, ya pueden ustedes, irse acostumbrando. El único y triste consuelo será ese: que pagamos y vamos a pagar las propias facturas. Las de nuestra estupidez, nuestra imprevisión y nuestro egoísmo.
Unos llegaron por vía natural, cuando este país de licenciados universitarios empezó a encontrarse sin fontaneros, sin carpinteros, sin albañiles; con pocos que trabajasen bajo el plástico de un invernadero de Almería, ni con cuarenta grados en un melonar de Murcia, ni en una obra, ni en un barco pesquero, ni en nada que exigiese partirse el lomo currando. Importamos sin reparos toda esa mano de obra barata y ganamos dinero gracias a ella, del mismo modo que la emigración hispanoamericana vino a cubrir otras necesidades y a enriquecer, o al menos dar vida, a muchos grandes y pequeños empresarios. Lo que pasa es que a diferencia de ésta, con la que compartimos idioma y ciertos valores de los antes llamados occidentales, aquélla otra, la musulmana, era más difícil de integrar, pues el Islam es una potente forma de vida que trasciende lo religioso para ser, también, rígido prescriptor social. Ya entonces hubo quienes –permitan que me incluya entre ellos, pues pagué el precio por hacerlo–, por sentido común o por experiencia viajera, advirtieron de las consecuencias que a largo plazo podía tener aquello si no se encauzaba de manera razonable procurando –o exigiendo, en casos extremos– la integración social adecuada, el respeto a las normas y el señalar la puerta cuando éstas se vulnerasen.
Nada se hizo, por supuesto. Cualquier llamada a imponer reglas claras que no hiciesen retroceder nuestro mundo de derechos y libertades a la Edad Media se calificó de xenofobia y racismo por parte del equipo de imbéciles habituales. Medios informativos de variado signo, a tono con el ambiente, pasaron mucho tiempo edulcorando problemas, escamoteando detalles, filtrando cualquier signo de futuro inquietante por el tamiz de lo políticamente correcto. Y eso se acentuó en la etapa siguiente, cuando los hijos de aquella primera generación de inmigrantes musulmanes instalados en España empezaron a comprobar que lo tenían aún más difícil que sus padres: ni trabajo, ni recursos, ni reconocimiento social, aún más bloqueadas sus vías de integración por la incompatibilidad casi absoluta –insisto, casi absoluta– de sus valores familiares, referencias culturales y religiosas, con la sociedad moderna, avanzada y libre en la que vivían.
A ese rencor social, perfectamente explicable, vino a sumarse la ciega política de las autoridades educativas españolas, incapaces de integrar a esos jóvenes en un mundo de valores europeos que, después de siglos de lucha y sacrificios, había conseguido erradicar las mismas o parecidas costumbres reaccionarias, machistas, religiosas, de las que esos jóvenes seguían y aún siguen impregnándose tanto en casa como en la mezquita o en su entorno social, sobre todo porque en ellos encuentran respaldo, consuelo, compañía, orgullo, dignidad y ese cálido afecto fraterno y familiar, tan habitual entre musulmanes, que es propio de su cultura. Y así, barrios enteros de población inmigrante se van cerrando en sí mismos, y aquellos lugares donde antes las mujeres gozaban de una mayor o más relativa libertad se ven ahora, como reacción y alarde de identidad propia, bajo la vigilancia de imanes y vecinos cada vez más radicalizados, llenos de hiyabs, niqabs y hasta burkas; mientras el Estado, en vez de adoptar medidas para proteger a esa población musulmana del fanatismo y la coacción, la deja indefensa ante sus propios extremos, condenándola a la sumisión sin alternativas; tolerando usos que denigran la condición femenina, envalentonan el machismo islámico, alientan la hostilidad y el desprecio hacia los no musulmanes y ofenden la razón.
Así ha sido y así es cada vez más. Durante mucho tiempo, en vez de advertir las dimensiones del problema observando lo que ocurría en otros países cercanos como Francia –donde la mayor parte de la comunidad musulmana antes se afirma argelina o marroquí que francesa– en España se mantuvo la política del avestruz, fajándose en estúpidos debates sobre el uso del velo en las escuelas –incluso por parte de profesoras, que son quienes educan–, dando barra libre, salvo en casos clamorosos, a los imanes radicales de las mezquitas y haciendo como que no se oían ni veían los aplausos y tremolar de banderas de jóvenes musulmanes que celebraban la barbarie del ISIS o los ataques de Hamás contra Israel. Todo, naturalmente, con el respaldo público de determinados movimientos sociales autodenominados progresistas –¡incluso feministas!– que nunca tuvieron ni la más remota idea de lo que de verdad es el Islam radical, ni de su rechazo hacia el modo de vida europeo; hacia la libertad duramente conseguida de que éste goza, pudiendo ser adúltera sin que te lapiden, blasfemar sin que te quemen o ser homosexual sin que te cuelguen de una grúa.
Pero no todo acaba ahí. Al problema de los jóvenes musulmanes de segunda generación nacidos o instalados desde niños en España se ha sumado en las últimas décadas la gran inmigración ilegal: los desembarcos masivos que vuelcan en pueblos y ciudades de España a centenares, miles de personas que ni siquiera tienen, con este nuevo mundo donde se mueven, los vínculos de quienes por razones laborales y familiares llevan aquí desde hace mucho. Para muchos recién llegados, gente dura que a veces sufrió mucho para llegar aquí, España, como el resto de Europa, es un territorio ajeno, hostil, débil a menudo, con el que nada tienen de afectivo. Un sitio donde medrar y depredar, con trabajo –si lo hay, que ésa es otra–, o con métodos fáciles e inmediatos: violencia, automarginación, delincuencia. Agrupados en pandillas de supervivencia y ataque –ya hay organizaciones radicales que defienden el rechazo a la tierra de acogida–, solidarios entre sí, como musulmanes que son, frente a estos españoles hoscos y racistas pero tan estúpidos por otra parte, en su opinión, como para permitirles campar con impunidad e incluso beneficiarse de ayudas, sistemas sanitarios y otras ventajas. Vente para acá, Mohamed, primo, que en España puedes ocupar una casa ajena, decirle puta a una zorra con minifalda, robar a punta de navaja y al día siguiente, si te pillan, estás en la calle. Y si eres menor, para qué te cuento. Además, te subvencionan. A qué pasar hambre, si es de noche y hay higueras.
De ese modo, en España hemos conseguido un siniestro doblete: una inmigración descontrolada, con la creación de guetos raciales, culturales, sociales y religiosos que rechazan la integración y cada vez son más activos y hostiles, y la cólera creciente de quienes sufren eso, incluso de españoles desfavorecidos que piensan –y a menudo comprueban– que un recién llegado ajeno a todo recibe más atención y más ayudas que él. Con el resultado de que dos extremos se frotan las manos: las izquierdas analfabetas encantadas con ponerse de parte de cualquier víctima real o inventada, con mucha kufiya al cuello y mucho «Hermana, tu velo es un acto de libertad», y las derechas en busca de argumentos que justifiquen el resonar de botas y el palo y tentetieso. Y mientras aquellos idiotas sostienen que la solución es legalizar de golpe a todo cristo, los que han llegado y los que están por llegar, estos otros idiotas afirman que la solución es expulsar a miles o millones de forma indiscriminada, sin especificar de qué manera, ni cómo, ni a dónde. Y ahórrenme, por favor, eso de «En vez de tanto criticar hay que dar soluciones». Mi trabajo no es dar soluciones, sino contar el mundo como lo veo. Y lo que veo, quizá porque tengo 73 años, una biblioteca y cierta biografía a mis espaldas, es que hay cosas que no tienen solución. La hubo en su momento: o goza usted de nuestro respeto y simpatía si juega según nuestras reglas y vive de modo compatible con nuestros usos –por algo vino aquí huyendo de los de su país de origen–, o se atiene a las consecuencias, que son la ley en todo su rigor y la sala de embarque de un aeropuerto.
Eso que acabo de decir, firmeza, tolerancia mutua y respeto por el espacio común, aún era posible hace unos años; pero ahora es demasiado tarde. Así que, me temo, todo irá a más haciendo estallar nuevos conflictos, porque ese rencor social del que antes hablaba acaba volcándose no sobre los verdaderos responsables –los políticos ineptos e incapaces de prevenir y solucionar el problema– sino contra la comunidad musulmana de forma indiscriminada, mezclando a justos con pecadores, poniendo en el punto de mira al inmigrante, sea cual sea su generación, que trabaja honradamente, que tiene su pequeño o razonable negocio, que paga sus impuestos, se gana de la vida de una manera decente y contribuye a que su pueblo, su ciudad, España, la Europa en la que vive, sean lugares mejores, más prósperos y habitables. Y cuando los demagogos y los canallas que cobran por agitar pasiones ajenas utilizan la inmigración y los problemas que de ésta se derivan como arma política, los que pagan el precio del disparate no suelen ser los malvados, sino la gente honrada a la que queman la tienda, destrozan el coche, apalean si la encuentran indefensa por la calle. Y al final, sin remedio, también esa gente, o los hijos de esa gente, acabarán formando sus propios grupos de defensa para ajustar cuentas. Y arderán barriadas y ciudades como ya ha ocurrido en otros lugares de Europa, en estallidos cada vez más intensos de los que, discúlpenme el término, no hemos aprendido una puñetera mierda.
Pero, como digo, los hemos traído nosotros: a todos ellos, a unos y a otros, con nuestro egoísmo nuestra imprevisión, nuestra cobardía, nuestra ignorancia y nuestra incompetencia. Nosotros y la gentuza a la que votamos, seguimos votando y votaremos en el futuro. Así que ahí lo tienen ustedes: lo que tenemos y lo que vamos a tener.













Yo NO. Yo no traje a nadie. Los traerías tú y otros. Yo NO.
Todos, sí. En cuanto a que ni tú ni los que te rodean les habéis hecho frente ni los habéis devuelto a su casa de un puntapié. Todos comprando en un de sus comercios. Todos yendo a bares donde contratan inmigrantes. Todos adquiriendo servicios de empresas o particulares inmigrantes. Todos haciendo chapucillas en casa que los inmigrantes lo hacen más barato. Muchos echando a sus padres al asilo para alquilarles el piso de sus padres a unos inmigrantes. Muchos permitiendo que sus hijos compartieran escuela con inmigrantes que han contribuido a dejar el nivel académico por los suelos. Muchos permitiendo… Leer más »
Yo NO.
Todo el que no ha hecho algo, que no ha llevado a cabo algún acto de oposición, rechazo o hostilidad, por pequeño que sea, a la invasión, es o ha sido cómplice de la misma. La gran mayoría, pues, es culpable directa o indirectamente de la invasión. Es muy cómodo eso de decir: “Yo no he hecho nada para traerlos, a mí que me registren”. Eso es la mayoría de las veces una excusa para justificar la cobardía, la desidia y la pereza. Además la mayoría de los que ahora si empiezan a manifestarse en contra de la invasión (porque… Leer más »
No todos. Pero sí la mayoría. Añadir los que se cortan el pelo con marroquíes, típico aquí en Navarra y Vascongadas.
Buenas tardes:
Con todos mis respetos y en mi humilde opinión, los españoles han sido engañados por los politicos de todos los colores que obedecen a sus amos que carecen de empatia por la humanidad su lema es el “divide y venceras”, quieren enfrentarnos para
reduccir la población” y los sobrevivientes serán trashumanos es cuestion de tiempo.
¡Santiago y cierra, España”
Pasa con APR igual que los relojes parados: siempre dan dos veces al día la hora exacta. Suele decir una cosa y su contraria sin despeinarse. De esa manera nunca puede equivocarse. Aun así, suele aparecer con mucho retraso adonde se le debería haber visto hace lustros. No hay aquí nada que otros no hayamos dicho y redicho hace 20 años atrás. Nada de lo que dice aquí es original ni propio. Copia con mucho retraso lo que otros ya se cansaron hace años de repetir. APR plagia ideas, conceptos y hasta expresiones enteras. Lo que me lleva a pensar… Leer más »
Pretende siempre estar en misa y repicando. Se creerá que con su estilosa prosa nos va engañar,
APR se cree el Benito Pérez-Galdós de nuestra época. Sólo es un juntaletras del género de Vizcaíno-Casas o Vazquez-Figueroa hace unas décadas atrás. Unos listillos cuyo único mérito ha sido y es el de desvelar el verdadero nivel de la literatura española contemporánea: una mierda olímpica (salvo excepciones). Los lectores de estos tres son del mismo género. Dentro de unas pocas décadas nadie sabrá quien es APR, como la mayoría no sabe ya quien fue Vizcaíno-Casa o Vásquez-Figueroa. Se siente, Arturito, se siente. Disfruta de tu velero mientras te quede tiempo. Y quítate de en medio, no estorbes, vejete. Pareces… Leer más »
Amén. Arturo Pérez es un demagogo que profiere evidencias a toro pasado, con décadas de retraso; lo que afirma ya lo denunciaba en Francia ¡en los años 1950! René Binet, luego Gaston-Armand Amaudruz o desde 1968 Alain de Benoist, Pierre Vial, Jean-Claude Valla, Dominique Venner, Jacques Bruyas y Jean-Jacques Mourreau.. En España ha habido desde hace 30 años una docena de verdaderos patriotas valientes (como este medio) que se han jugado la cárcel por denunciar esta catástrofe. Entre estos patrIotas nunca ha estado APR. APR jamás se ha enfrentado al verdadero poder. Es de los que viva quien vence despreciados… Leer más »
En efecto, en Francia están mucho más adelantados que en España en estas cuestiones (y casi en todo lo demás, pero bueno es otra cuestión). (Podrías haber mencinado también a Guillaume Faye, injustamente relegado hoy, cuando en realidad fue uno de los primeros en anunciar lo que se venía. No tenía obviamente el nivel de Dominique Venner, Pierre Vial, Gaston-Armand Amaudruz (suizo), etc…). Los franceses vienen lidiando con estas cosas desde hace mucho más tiempo que nosotros, por lo tanto han reflexionado mucho más, sobre ellas, llevan experimentando el fenómeno desde hace más tiempo, han deshechado ya muchas falsas ideas… Leer más »
Así es. Y Guillaume Faye, en efecto, un grande. Imprescindibles: L’Archéofuturisme y La Colonisation de l’Europe : discours vrai sur l’immigration et l’Islam.
Exactamente, estas tres obras (de los años 90) ya nos anticiparon lo que se venía.
Yo no he traído a nadie, ni conozco persona alguna que haya traído a ningún inmigrante, debe de ser una broma de mal gusto. Los han traído los políticos, ellos sabrán por qué y para qué.
La mayoría de la gente lo ha permitido y ha colaborado con ello.Sin ir más lejos votando siempre a los políticos que los traían, se les daba el visto bueno elección tras elección
Los han traído y mientras los traían la gente no hacía nada.Cuando llegaban las elecciones se votaba a los partidos que los traían.Los políticos se sentían refrendados y seguían haciendo lo mismo, traer más
Tiene bastante razón. Los hemos traído nosotros. Unos más que otros y entre estos últimos, bien comisionados todos, véase al ejemplar JC I acogido amablemente en los países árabes, a los que tendrá que devolver algo de lo que antes le dieron. El asunto era sencillo. Un funcionario español honrado podía conseguir el barril de petróleo a 80, pero si la operación se hacía a través del jefe se pagaba a 120, al comisionista se le daban 10 y el vendedor conseguía vender a 110 en vez de a 80. Pagaba España. Naturalmente el oficio político de un signo o… Leer más »
Sí hay remedio. Y aunque el autor del artículo diga que hay cosas que no tienen solución, la invasión de moros en España y el resto de Europa tiene solución. Bien que supieron dar una solución ejemplar nuestros reyes de la Edad Media al mismo problema que tenemos ahora. No dudaron. Empuñaron la espada y no la soltaron hasta que no quedó un moro en España y si no es por la gloriosa Reconquista estaríamos ahora nosotros acudiendo a las mezquitas en vez de ir a nuestras catedrales e iglesias. La solución se llama RECONQUISTA. En Francia lo llaman REEMIGRACIÓN,… Leer más »
Tienen que tener cuidado con la invasion y expansion de estas ideologias fanaticas violadoras de los derechos humanos que no caben en estos tiempos, mano dura con los inmigrantes ilegales y los que cometen delitos deben ser deportados sin miramientos…
Primero hay que mirar qué clase de educación han dado los padres a sus hijos que ahora son jóvences.
A ver cómo reaccionan los hijos cuando les digan que que dejen la playstation y cojan un arma para defender la Nación.
La solución que usted propone es una guerra de dimensiones bíblicas.Lo de la Edad Media no tiene nada que ver con esto, aquello fue una invasión cruenta , llegaron ejércitos armados, aquí se les ha permitido venir e instalarse
Siempre, alguien lejano, tiene algún tipo de solución.
“Aproximadamente seis millones de musulmanes nacidos en la India viven actualmente en el extranjero. Si bien los musulmanes representan alrededor del 15 % de la población de la India, representan aproximadamente un tercio de los emigrantes indios, lo que indica una tasa de migración significativamente mayor que la de otros grupos religiosos.3 jun 2025
https://www.middleeasteye.net
La migración silenciosa: por qué los musulmanes abandonan la India en cantidades asombrosas”.
https://www-middleeasteye-net.translate.goog/news/quiet-migration-why-muslims-are-leaving-india-staggering-numbers?_x_tr_sl=en&_x_tr_tl=es&_x_tr_hl=es&_x_tr_pto=rq ”
Tranquilos, hombre.