Sánchez no hubiese actuado en Perejil
Juan Van-Halen.- Hay islamistas que imponen sus vestimentas, su machismo, y hasta los menús de los colegios. No ocurre con otros inmigrantes. No sólo se consideran distintos, que sería normal, acaso también incompatibles. El islamismo busca la conversión de los infieles o su exterminio.
Sánchez viajó a Mauritania al año de su visita anterior. ¿Qué ha cambiado? Nada. Tendremos más inmigrantes mauritanos y no garantizaremos la presencia «regularizada y segura» que adelantó Sánchez. Y seguiremos soltando ayudas. Como hacemos con Marruecos. Sánchez recordó que España fue un país de emigrantes equiparando la emigración de españoles que viajaban con contratos de trabajo, sobre todo a Centroeuropa, con la ilegal inmigración africana. Hay inmigrantes que informan a sus allegados desde España que el país es un chollo, que reciben ayudas y pueden vivir sin trabajar o trabajando poco. Sánchez es experto en dar, con dinero de todos, sin recibir.
El Gobierno parece ignorar las mafias que acercan a España a los inmigrantes en grandes barcos que remolcan otros más pequeños para favorecer su llegada. Todos conocemos fotografías aéreas que lo demuestran. ¿Y no los vigilamos? Nuestro Ejército del Aire y nuestra Armada deberían impedir este jugoso negocio. ¿Quién da las órdenes para que no actúen? ¿La discutible ministra de Defensa? ¿Los jefes supremos del Aire y de la Armada? Parecen más preocupados en sus ascensos y en complacer al Gobierno. La oposición, si no la venciera el buenismo, podría plantear el tema en el Senado, donde tiene mayoría absoluta.
No debemos engañarnos. Hemos pasado del antiguo choque de bloques, los países comunistas y el mundo libre, a un choque de civilizaciones. Huntington en «El choque de civilizaciones», de l996, lo tiene claro. Kissinger lo consideró «uno de los libros fundamentales desde el final de la guerra fría». Es la diferencia entre quienes se incorporan a su país de acogida y asumen sus costumbres y formas de vida y quienes lo hacen desde la prepotencia de imponer las suyas. Hay islamistas que imponen sus vestimentas, su machismo, y hasta los menús de los colegios. No ocurre con otros inmigrantes. No sólo se consideran distintos, que sería normal, acaso también incompatibles. El islamismo busca la conversión de los infieles o su exterminio. Otros inmigrantes parten del humanismo cristiano y asumen el liberalismo democrático, no pocos islamistas están anclados en sueños históricos.
Vivimos la mayor crisis migratoria conocida y el riesgo aparente lo representa la inmigración islámica y, en general, la africana. Situaciones como las vividas por la paliza a un anciano y una violación, no son únicas. No menos punible es la presencia, abominable y atroz, de extremistas que pescan en río revuelto. Se suceden las violaciones, como la de una niña de 15 años por cinco marroquíes en Alicante, cuatro de ellos ya nacidos en España. En el suceso de Alcalá de Henares el delegado del Gobierno en Madrid, Francisco Martín, actuó como brazo de su partido. Lo demuestra cada vez que tiene ocasión; pertenece a la dirección del socialismo madrileño y se le nota demasiado. En mi primer año de Presidencia de la Asamblea de Madrid, la delegada del Gobierno de Felipe González era Pilar Lledó que servía sus responsabilidades más allá del partidismo. Muy diferente a Martín y a ciertos representantes de Sánchez en las Autonomías, notablemente caseros. Pero son delegados del Gobierno, no del partido.
Cuando escribo me llega una interesante reflexión del general de división y querido amigo Rafael Dávila: «¿Nos ataca Marruecos?». Coincido con él. Hay que prestar atención al rearme marroquí y a los sucesivos errores de Sánchez que nos colocan frente a Trump, por lo que hoy, en caso de conflicto, no tendríamos el apoyo de Washington; con el de Francia en asuntos marroquíes nunca hemos contado. Y sobre Ceuta y Melilla la OTAN se lava las manos. Inmigrantes marroquíes insisten, y circulan decenas de grabaciones, en que España volverá a ser islámica; se sienten lejanos, también los nacidos ya en España, y cuando les incomoda la policía se consideran perseguidos. Lo dicen ante las cámaras. Mientras, nos llegan miles y miles de inmigrantes en edad militar, en la corta travesía tiran sus papeles al mar, se dicen menores, y la España de Sánchez se lo traga. No se integran. Así empieza todo.
Ante esta invasión, hoy pacífica, se alza la pasividad de Sánchez, sólo preocupado por su ego, y de Albares -él mismo lo dijo- ocupado sobre todo en que la UE reconozca el catalán; hay muchos idiomas en Europa y en la Constitución Española los idiomas regionales sólo son cooficiales en sus Autonomías, pese a la decisión sumisa de Armengol de oficializar el catalán en el Congreso. Albares debería dimitir tras su séptimo fracaso. Quieren una España desarmada, desmotivada y rota. ¿Por qué? Lo señaló Otegui, aliado de Sánchez: «Para que algún día España sea roja, republicana y laica esa España tendrá que estar anteriormente rota». Y en esa senda estamos mientras buena parte de la sociedad parece sestear en Babia.
Estos días recordábamos la presencia de tropas españolas en el islote de Perejil tras su ocupación por gendarmes marroquíes en 2002. Fue una decisión de dignidad nacional y de reafirmación de una soberanía que, al menos, exigía la no presencia en Perejil de ninguno de los dos países limítrofes. El conflicto se resolvió con el apoyo decidido de Washington, que medió. Ahora no lo tendríamos. En esta España entreguista y sin pulso, Sánchez no actuaría. Siempre débil y pasmado. Y me temo que tampoco actuaría si Rabat siguiese los planteamientos de su recién renovado «Comité para la liberación de Ceuta y Melilla». ¿Las Fuerzas Armadas y su Jefe Supremo meditan el papel que ante una situación así les atribuye la Constitución? La traición de Sánchez, llamémoslo desidia, lleva al efecto llamada y abre incógnitas preocupantes.












