El vaho de la sauna
Iván Vélez.- La semana pasada, las informaciones, fango, en palabras del Presidente y de sus corifeos, que se han venido publicando con cuentagotas, sobre el mundo desde el que medró Sánchez, llegaron con toda crudeza al Congreso de los Diputados. En algunos medios, los testimonios de seguratas y de gentes que desfilaron por las saunas y prostíbulos del clan de Sabiniano, lo salpicaron todo, como si del descorche de una botella de champán, largamente reservada para la ocasión, se tratase. De repente, todo encajó.
Las declaraciones de Rafael Amargo, que confesó dar techo a un chico que trabajaba de escort en las saunas de prostitución masculina del padre de Begoña Gómez, regresaron a las pantallas. También volvió La Veneno, musa de esos Javis que posaron con Pedro Sánchez en la fiesta en la que celebró sus primeros 100 días en La Moncloa. También regresó su novio, Andrea Petruzzelli, que confirmó lo ya conocido: que la Sauna Adán no era un lugar destinado a eliminar toxinas por vía cutánea, sino un prostíbulo en el que hizo servicios durante el tiempo de una legislatura. Por no faltar, no ha faltado siquiera una referencia libresca, con tarifa —40 euros— incluida, a cargo de Bob Pop.
Los próximos días nos traerán detalles cada vez más sórdidos, más escatológicos, sobre el, nunca mejor dicho, ambiente que elevó a un Sánchez que, según contó en su epístola, sigue profundamente enamorado de quien, dicen, preparaba los sobres para pagar a aquellas a las que El Pana brindó su último toro en la Monumental de México: daifas, meselinas, meretrices, prostitutas, suripantas, buñis, putas. Si al torero mexicano le dieron «protección y abrigo en sus pechos y en sus muslos», a Begoña, los putos y putas, en correcta paridad, le procuraron lujosos cobijos, viviendas en las que se instaló el pasajero más apuesto del Peugeot.
El vaho de las saunas de Sabiniano seguirá trayendo borrosas imágenes. Una neblina capaz de ablandar las más firmes convicciones de las feministas —Pilar Alegría, Ana Redondo, Elma Saiz— gubernamentales que, hasta hace poco, saltaban con la ensobradora en los fastos del 8M. El argumentario ya ha comenzado a rodar: quienes critican a Sánchez son homófobos… Sánchez no es culpable de la conducta de su finado suegro…
El vapor de las saunas de Sabiniano, sin embargo, ha sido muy útil esta semana para el principal propósito de Sánchez: su permanencia en La Moncloa. Durante estas lúbricas jornadas apenas se ha prestado atención a la intención del Gobierno de dotar a Cataluña de una financiación publicitada como «singular», pues llamarla privilegiada chirriaría hasta en los oídos más piadosos del izquierdismo estatal. Ante la inminencia de las reuniones bilaterales, Oriol Junqueras ha recordado que la Presidencia tiene, de momento, un precio: la gestión de 30.000 millones en tributos por parte de un fisco catalán autónomo. El delincuente ha deslizado también una amenaza: si Sánchez no destruye la caja común, «no acompañaremos al PSOE». Al ex recluso le ha faltado aclarar el lugar al que se presta a seguir al así llamado «galgo»: a una España, ya corrompida por los conciertos económicos vasco y navarro, convertida en un Estado confederal asimétrico donde el supremacismo —«los catalanes tenemos más proximidad genética con los franceses que con los españoles», dijo en su día Junqueras— campe a sus anchas.











