La Moncloa es otra sauna de los Gómez
Antonio R. Naranjo.- Dicen Óscar López y Fernando Grande-Marlaska, al frente de la cuadrilla del bombero torero y en sintonía con el escuadrón mediático sincronizado, que hablar de la relación de Pedro Sánchez y Begoña Gómez con el negocio de la prostitución es «cruzar las líneas rojas».
A esto hemos llegado. A que si se comprueba que la esposa del presidente del Gobierno era contable de una cadena de burdeles, que de sus beneficios sacó pisos en Pozuelo y Almería disfrutados por la pareja durante 15 años, que al menos uno de ellos estuvo instalado en un edificio propiedad de Muface y a que en alguno de esos antros hubo redadas, detenidos y comercio sexual sustentado en «chaperitos», inmigrantes y dinero negro; quien pide explicaciones es quien debería darlas o, simplemente, marcharse a su casa avergonzada.
Línea roja es comprarte una investidura pagando con amnistías, privilegios fiscales o indultos camuflados a ETA, Griñán o Chaves, entre otras tropelías. Lo es convertir el Tribunal Constitucional en un despacho de Ferraz, Ferraz en una cloaca y la Fiscalía General del Estado en el nexo entre los dos.
También lo es negociar en el extranjero, a escondidas y con un prófugo, la cohesión de España o redactar con Otegi la Ley de Memoria Democrática para instalar la idea de que los verdugos también fueron víctimas.
O azuzar el enfrentamiento entre españoles con una repetición de la dialéctica guerracivilista que agrede al espíritu conciliador de la Transición. Y desde luego lo es presumir de feminista y tapar y promocionar a puteros, acosadores y machistas o haber vivido de las rentas logradas por tu esposa obtenidas por la explotación sexual de seres humanos.
La corrupción de Sánchez es la tradicional, con su mano derecha en la cárcel y una veintena de imputados e investigados por escándalos ya incuestionables. Es también política, al transformar el diálogo parlamentario en un cambalache infame de negocios espurios ajenos al interés general.
Y es también moral en su origen: ya puede ponerse estupendo el abolicionista a tiempo parcial, que todo el mundo sabe ya que, mientras su suegro y su esposa amasaban dinero manchado de sudor alquilado de cuerpos explotados, él ponía el cazo para vivir del cuento y labrarse una carrera infame.
El actual presidente del Gobierno vivió gracias a la prostitución, progresó en política con trampas y pucherazos; alcanzó el poder con chanchullos y traiciones y lo ha conservado vendiendo a trozos su país, transformando las instituciones en sucursales de la Rosa Nostra y buscando la colisión entre españoles para justificar, entre tanto ruido, sus excesos, rendiciones y corruptelas.
Claro que hay que hablar de los prostíbulos de los Gómez y de la participación en ellos, a título lucrativo, de la calamidad moral que ejerce la Presidencia en exclusiva para obedecer a sus secuestradores políticos.
Y hay que hacerlo porque él se benefició directamente de ese comercio de carne, porque ahora encima imparte lecciones contra la prostitución y, sobre todo, porque ha convertido La Moncloa en otra sauna más donde todo se trapichea, se compra y se vende, con él de aparente madame y las madames de verdad en Waterloo y otros lupanares similares.











