Lágrimas funerarias
Alfonso Ussía.- Es lógico que Yolanda Díaz dedicara, en su memorable intervención parlamentaria del pasado miércoles, unas palabras a su padre, recientemente fallecido. Suso Díaz, dirigente sindicalista gallego y del que no puedo opinar porque a sabiendas de su existencia, jamás me sentí atraído por su persona y sus vicisitudes. Yolanda venía de Galicia tras la muerte de su padre, llena de ardor y coraje contra la corrupción del Gobierno del que ella es vicepresidente. Había prometido que pronunciaría durísimas palabras dedicadas a Pedro Sánchez. Y lo hizo. Pero se equivocó de muñeco, y al que atizó fue a Feijóo que no había hecho nada contra la lánguida y emotiva gallega. Feijóo es gallego, y sabe de la importancia que, en aquellos territorios se concede a la muerte, a las apariciones, a la Santa Compaña, a los fantasmas y al aullido del lobo. De ahí que nos sorprendiera a muchos su discurso. Llegó a decir que dejaría el Gobierno si la corrupción afectara a su partidito, y vuelvo a insistir que de ello ninguna responsabilidad tienen ni Feijóo ni Abascal. Pero la ovación que le dedicó el bloque de la banda por la muerte de su padre, hizo que cambiara radicalmente sus objetivos. Curioso lo de España. Se aplaude a la hija cuando muere su padre y no se aplaude al padre cuando nace la niña. Hasta Pedro Sánchez aplaudió como si sintiera de verdad el fallecimiento del sindicalista gallego. Y nada, al final flores. Anunció solemnemente que no dejaría de luchar por las ideas de su finado hacedor, ( ella no tiene) y que se mantendría en su heroica y ejemplar vicepresidencia. No por el sueldo, no por las ventajas y privilegios, no por los viajes representativos. Lo hizo porque, después de vice presidir con Sánchez el Gobierno de España, no sabría encajar en ninguna actividad privada. Y porque ella le prometió a su padre llegar hasta el final y una hija no traiciona.
Tenía cita médica y no pude seguir el resto del guateque, pero se me quedó en la cabeza, como una losa, la ovación del Congreso a un señor por el único mérito de haber fallecido. Las gritonas y malhumoradas dirigentes del feminismo que han terminado con el feminismo, en su interpretación pública de la tristeza parecen folclóricas de la época de Raquel Meyer, que lloró de emoción cuando le presentaron a don Jacinto Benavente –Ay, mi don ‘Jasinto’, cómo le quiero, porque usted es igual a mi hermano, que es el ser que más adoro en este mundo–. –¿Su hermano es escritor?–, preguntó don Jacinto. –Uy de eso nada, pero sí muy mariquita–.
El folclore de las lágrimas dan en España mucho de sí. La tristeza debe dominarse como la ira, la risa, y la violencia. Esa es la buena educación.
En fin, que sólo pude ver y oír a Yolanda Díaz arremeter contra los críticos a Sánchez. Y faltaría más. Sin ironía alguna le envío mi más compungido pésame, siempre que me asegure que, al recibirlo, no va a llorar.











