El cruel final de Sánchez
Antonio R. Naranjo.- La educación es, sobre todo, saber estar: antes había analfabetos exquisitos y ahora hay licenciados trogloditas, lo que demuestra que la instrucción no depende solo de la escuela. Hay un código de valores que no necesita ser definido para ser respetado y aplicado y es más importante que un título universitario en Económicas.
Detrás de Sánchez, de sus pretorianos y de sus altavoces hay ese problema fundacional, la indiferencia ante una especie de catecismo cívico que antaño era de obligada observancia y hoy es papel mojado.
Uno no se presenta en Sevilla, acompañado de una imputada, para decirle al mundo cómo se debe financiar la cooperación internacional, tan a menudo excusa de chiringuitos opacos para vividores del cuento, cuando se gobierna en España con los presupuestos de otra legislatura y sin haber intentado presentar al menos unos nuevos, en otro flagrante incumplimiento de la Constitución.
Tampoco se presume de Ley de Amnistía cuando, a los cinco minutos, los amnistiados exigen un referéndum de independencia y recuerdan al César de saldo que es mortal y depende de sus votos, los de un irrelevante 4.9 % del electorado español que tiene secuestrado al 95 % restante por las tragaderas codiciosas de un inmoral con ínfulas.
Y desde luego no se inicia una reforma legal, en plena tormenta de corrupción, que según los jueces y fiscales de toda España aspira a amordazarles para que no puedan hacer su trabajo: la simple denuncia sería suficiente, con un Gobierno instalado en los parámetros de decencia más elementales, para echar el freno y atender al Poder Judicial, una regla desechada que supone una confesión de culpa.
Si juntas las tres escenas, entre tantas otras, el relato de la política española se convierte en una película de terror: un Gobierno sin posibilidad de aprobar la principal ley que le reconoce la Constitución concentra todas sus energías en convencer a una minoría insurgente de que le apoye y, mientras, malversa sus atribuciones para deformar las reglas del juego y adaptarlas a sus dos necesidades: convencer a unos chantajistas de que está siempre dispuesto a aceptar el chantaje y, a la vez, manipularlo todo para que legalicen el abuso y dejen de perseguirlo, en cualquiera de sus acepciones.
A menudo se pregunta el ciudadano cómo es posible haber llegado hasta aquí y que sobreviva un tipo corriente, con menos diputados propios que nadie desde 1978, pillado in fraganti en tantos escándalos de todo tipo, cada uno de los cuales por sí mismo es digno de dimisión con oprobio; con un cargamento de mentiras a sus espaldas tan ostentoso; señalado sistemáticamente por el resto de poderes del Estado e incapaz de pisar la calle sin que atruene un grito espontáneo de rechazo.
La respuesta es bien sencilla: carece de educación, está dispuesto siempre a todo, la desfachatez es su guía y pelea en exclusiva por esquivar las balas judiciales, y no solo políticas, que el futuro parece tenerle reservadas. Cuando un sistema democrático padece a un antisistema, sus respuestas tradicionales suelen ser insuficientes y queda aturdido, superado y expuesto. Pero acaba encontrando el camino y, llegado a ese punto, da la respuesta oportuna.
Por eso la que le llegará a Sánchez será la más dura que se recuerde en Europa, a la altura de su comportamiento y con la crueldad que él ha desplegado durante tantos años de infamia. Al actual presidente no le espera la derrota solo, a eso está acostumbrado. A lo que tiene miedo es a una condena y para evitarla hará siempre lo que haga falta. Y ya le han cogido la matrícula. La entrada en prisión de Cerdán es una metáfora. O tal vez un anticipo.











