Al bulero Sánchez sólo le quedan los chistes de Franco
Francisco Rosell.- Por si albergaran dudas de que Pedro Sánchez, tras las evidencias y testimonios publicados, encabeza la guerra sucia contra quienes informan, investigan e instruyen sus supuestas fechorías como número 1 de la banda, ha bastado la aparición en escena de tres voces cualificadas de los ‘Amigos de la Ópera Italiana’, como en la tapadera de la convención de capos de Con faldas y a lo loco, para certificar tal clamor. Así, tres ministros, tres –María Jesús Montero, Pilar Alegría y Óscar López– han cantado La Traviata, y no en la versión de Verdi, arropados por la Orquesta Sanchista de la RTVE para amplificar el penúltimo bulo de El Plural (el de los dos DNI del juez Peinado y el de su exdirectora enchufada en el Consejo de Administración del ente en pago por ello).
Dentro de la operación para destrozar a la UCO, se acusaba a Juan Vicente Bonilla –excapitán de esa unidad y hoy gerente de seguridad del Servicio Madrileño de Salud– de fantasear con colocar una «bomba lapa» al presidente cuando aseveraba lo contrario. Al espetarle un confidente: «De esta te dan la Laureada de San Fernando», el guardia civil replica con sarcasmo: “O una bomba lapa. En los bajos”. El confidente prosigue: «Podría ser». «Ya te digo yo. Algún sicario venezolano», añade Bonilla. Poniendo el ventilador sobre la bosta del titular: «El agente ‘de la UCO patriótica’ fichado por Ayuso, partidario de utilizar la violencia: ‘Alto, plomo… y bomba lapa», estas dos sopranos y el barítono de esta opereta bufa dieron el ‘do de pecho’ por su jefe, pero desafinaron y multiplicaron las fechorías de un Ejecutivo que, como resalta el expresidente argentino Macri –esta vez no fue Milei–, copia «las barbaridades del kirchnerismo». Ello hace de Sánchez y su «consuerte» ‘Los Kirchner de La Moncloa’.
Como lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible, mal podían aminorar la corrupción quienes llegaron corrompidos e hicieron un empleo espurio de la moción de censura hace siete años. Habiendo hecho de la mentira y del fraude sus vías de ascenso político, Sánchez arribaba a La Moncloa para adueñarse del negocio de la corrupción a pachas con unos sosias en cuyo provecho trocea España. Aun así, las últimas exclusivas periodísticas entrañan un salto cualitativo que agrava la descomposición en marcha por quien pudre todo lo que toca.
A este fin, Leire Díez, la fontanera que huronea los trapos sucios para hacer descarriar los sumarios que rondan La Moncloa, no es ninguna espontánea en una ofensiva sin cuartel que, ateniéndose al cui prodest?, tiene a Sánchez como primer beneficiario. Como tampoco los ERE andaluces eran cosa de «cuatro golfos», sino una corrupción institucionalizada que capitaneaban Chaves y Griñán. De hecho, el primero de ellos ya estuvo detrás del espionaje de dos presidentes socialistas de Cajas sevillanas opuestos a la Caja Única y cuyos compinches sustrajeron de los juzgados el video incriminatorio que, como director entonces de El Mundo de Andalucía, aporté contra Chaves y sus lugartenientes. ¿Acaso los «plomeros cubanos» que allanaron el cuartel demócrata en el edificio Watergate, lo que desalojó a Nixon de la Casa Blanca, eran doctores por Harvard? No hay que banalizar el mal ni frivolizar el delito porque, en los bajos fondos, sólo habitan ratas, aunque varíen su pelaje.
Ante tal incriminatorio alud, su factótum busca resollar y recobra del armario los peores vicios de los GAL con un mimetismo que asusta: desde inventar pruebas, manipular cintas o distribuir videos sexuales. No en vano, vive como si no hubiera un mañana porque no lo hay para quien se resiste a verse en un banquillo, al igual que su mujer, su hermano y toda la ‘banda del Peugeot’ que le condujo a La Moncloa, donde se atrinchera como en un bunker.
Mientras naufraga en una ciénaga de lodo, cada día le resulta más difícil gestionar su ira, como padecen quienes se ponen al alcance de su malhumor de perros. A este fin, está resuelto a llevarse por delante lo que menester sea. Reinterpreta la elegiaca película El hundimiento sobre los últimos 18 días del régimen nazi con Hitler –sin control de la guerra ni de sí mismo– enclaustrado en su madriguera de los sótanos de la cancillería. Sin duda, nadie puede cifrar cuánto durará la agonía sanchista al depender de la respiración asistida de sus socios garrapatas cuya fortaleza en la debilidad del entubado, pero sí que acabará mal para quien sólo sirve a la causa de su egoísmo patológico.
En estas horas oscuras, muchos copartícipes –como el dimitido secretario de Estado de Seguridad, Rafael Pérez– comienzan a desfilar al percatarse de que la lealtad de antaño es un lastre. No calibraron bien lo que suponía trabajar para alguien al que ya perciben como un peligro público que les arrastra como Sansón a los filisteos. Ante tal cúmulo de trapacerías, cada una de los cuales haría caer a cualquier primer ministro occidental, lo que ejemplifica la presente degradación, el recurrente uso de cortinas de humo para desviar el foco de interés ya intoxica hasta al propio gobierno dada su frecuencia y poca inteligencia en el manejo de maniobras tan zafias. Como se asegura en La Cortina de humo, la película en la que los fontaneros de la Casa Blanca fabulan un conflicto bélico para encubrir la relación sexual del aspirante a la reelección con una menor a 11 días de las urnas, «es el perro quien mueve la cola», en este caso, Pedro. Así, para que no se hable de sus mayúsculos cacaos, la máquina del fango gubernamental hincha el perro con fuelle de fragua antigua.
Empero, tanto ha abusado Pedro del cuento del lobo que sólo se lo creen aquellos que les va la vida (o sea, la soldada) en ello, como blandió la exvicepresidenta Carmen Calvo, hoy arrellenada en el Consejo de Estado, mientras se hacen cruces quienes asistieron a su tesis doctoral. Descartado por algunos como un zapato viejo al que remienda Zapatero, hay quienes actuarían con él –ahora que financia jocosidades contra Franco a bolsillo roto– como el protagonista de un chiste soviético. Stalin estaba nadando y empezó a ahogarse. Un campesino que pasaba por allí se lanzó al agua y lo transportó a la orilla. Stalin le preguntó qué recompensa le gustaría. Al darse cuenta de a quién había rescatado, el lugareño gritó: «¡Nada! ¡Simplemente no le digas a nadie que te salvé!». Como recordaría luego Gorbachov, aun en las épocas más desesperadas, «los chistes siempre nos salvaron» frente a un estalinismo que, tras valerse de ellos, para derrocar al zarismo, luego los condenó con graves penas. Por eso, a medida que no puede poner un pie en la calle y que sus bulos se disipan como cohetes de feria que petardean alrededor de quien los prende al no poder alzar vuelo, a Sánchez sólo le quedan los chistes de Franco. A diferencia de la mítica La Codorniz, ya no se requiere de aquella antaño revista audaz para lectores inteligentes que se bandeó con inteligencia y apuros durante la dictadura, sino de turiferarios esquilmando al contribuyente. Maldita la gracia.











