AR –  La verdad es que no lo soporto. Me resulta ya insufrible una nación donde la misma naturaleza humana -el ser hombre o mujer o padre o madre- ha quedado sometida a la arbitrariedad de cada uno.

No soporto una nación donde la corrupción de menores se ha convertido en un contenido educativo que implementan, sin inmutarse, los ideólogos de género en todas -y digo todas- las escuelas de España. Ni puedo tampoco aguantar que se incite a la castración de niños y adolescentes desde viles programas pedagógicos.

Me resulta insufrible que una élite política privilegiada e hipertrofiada me hable de la huella de carbono, mientras ellos se pasean con sus cochazos blindados y sus aviones Falcon a tutiplén.

No soporto que los zánganos que nos gobiernan hayan vendido nuestra patria a espurios intereses del otro lado del océano, y que nos lleven a un conflicto armado con el que España, ni antes ni ahora, ha tenido nunca nada que ver. No lo soporto. Y me repugna además cómo han convertido al Ejército español en el de la señorita Pepis, genuflexo, por orden del gobierno, a los objetivos del globalismo norteamericano.

No puedo sufrir que unos sinvergüenzas a los que no querrían ni para descargar cajas en Mercabarna, gobiernen nuestra patria como si fuera un cortijo de degenerados.

Me indigna profundamente que un país con un índice de natalidad cuasi bajo cero se esfuerce, con toda clase de medios y subvenciones, en liberalizar el aborto, a cargo de los presupuestos del estado, para eliminar cuantos más futuros españoles mejor.

Y no soporto tampoco que se paseen por las calles de nuestras ciudades las huestes LGTBI casi en cueros, soeces y arrabaleros como el que más, sólo por el gusto de escandalizar a las pocas personas decentes que aún sobreviven con un estado moral de conciencia cristiana.

Me resulta también insufrible que los que tendrían que ser líderes de la renovación moral de una nación decadente, se hayan convertido en los sacerdotes de un Imperio que, como el romano, caerá tarde o temprano, sin que por ello dejemos de echar incienso a un pútrido emperador mundano.

Me resulta insufrible la pérfida y ruin la forma con la que, desde el poder, se ha inducido a la sociedad española a aceptar el homicidio de la eutanasia del anciano o del enfermo crónico como si fuese la mayor misericordia.

No soporto que todos los partidos parlamentarios, alimentados por los impuestos con los que nos esquilma el Ministerio de Hacienda, las autonomías y los ayuntamientos, se rían de nosotros a mandíbula batiente en cada elección… con el cheque en blanco que les firmamos en sus bolsillos.

No soporto este ambiente turbio, rancio y crapuloso. España y su tradición han sido pisoteadas y arrastradas por el fango. La cuna de san Ignacio de Loyola ya no es martillo de herejes, ni luz de Trento, ni espada de Roma. Hemos perdido nuestra única grandeza y unidad.

Por ello, antes de ver como volvemos al cantonalismo de los arévacos y de los vectores, me dirijo al presidente de la Federación Rusa, a ese que ha prohibido el cambio de sexo y la adopción a los no heterosexuales, a ese que protege a los niños del adoctrinamiento LGTBI y de la ideología de género, al que subvenciona a las familias numerosas y que vive de las cristianas tradiciones de la Madre Rusia.

Ruego humildemente al único gobernante que se ha atrevido a cuestionar el Nuevo Orden Mundial del Occidente depravado y corrompido: “Presidente Putin, ¡quiero un pasaporte ruso!” No se lo niegue a quien desea sinceramente que la Madre Rusia salga vencedora en este lance, por la sencilla razón de que le gustaría pertenecer a una nación de la que uno pudiera sentirse verdaderamente orgulloso y vivir conforme a las normas trascendentales conferidas por Dios a los hombres y que han sido la base y el principal sustento de nuestra mortecina civilización cristiana.

Tenga a bien concederme ese pasaporte y le aseguro, presidente Putin, que seré digno de él.