Medio siglo de enanos
Francisco Bendala Ayuso.- Este es el tiempo que nos ha tocado vivir y… sufrir. Época de enanos mentales, indigentes intelectuales, villanos morales y desiertos espirituales. Por eso estamos como estamos y peor que vamos a estar porque… no se atisba solución alguna, sino todo lo contrario. Y es que es tan enorme la enanez, la indigencia, la vileza y el desierto, que no parece que haya remedio; salvo directa intervención divina, más que difícil por inmerecida.
Son todos iguales, todos enanos, bien que algunos, en su afán por superar a los demás, aún tienen la habilidad de… reducirse hasta desaparecer. Desde su ínfima estatura moral e intelectual se atreven y pretenden dar lecciones a los demás, sin darse cuenta de que quedan en evidencia al predicar con su mal ejemplo.
No hablan, sólo vocean, sufren de diarrea verbal y mental, son adictos en decir lo contrario de lo que piensan –y eso si alguna vez logran pensar–, pero sobre todo yonquis de no hacer ni lo uno ni lo otro, ni si quiera lo de en medio. Actúan como si con el primer biberón les hubieran dado un tripi y todavía les durasen los efectos. Alardean de lo que no son, y ocultan lo que saben que son porque ni ellos mismos lo pueden soportar. No se salva ni uno, sea de este bando o del otro, del mayor al menor, vista chaqueta, uniforme o alzacuellos. No se salva del rey, incluido, abajo, ninguno, ninguno.
No hay crimen por increíble que sea que no hayan cometido, ni que no estén dispuestos a cometer una y mil veces más. Degenerados, putrefactos, malolientes, repugnantes, sin la menor dignidad, se han reducido a seres inhumanos, tropel de bestias salvajes… con perdón de éstas.
La soberbia les ciega. La ineptitud les alucina. La mediocridad les domina. La vileza les sublima. No hay defecto humano e inhumano que no atesoren y además con extrema codicia. Son escoria, basura, desecho y desperdicio, y eso en el mejor de los casos. Expertos en tirar la primera piedra y esconder la mano.
Heredaron una España grande, libre, soberana, independiente, rehecha de siglos de autodestrucción y decadencia, fuerte y en paz, una España hecha, nunca la hubo mejor… y les ha bastado unas pocas décadas para destruirla hasta la médula, para dejarla convertida en un erial, para deshacerla, de modo y manera que ya no la reconoce ni la madre que la parió; y a pesar de las pruebas… les da igual. Nada han sabido ni querido hacer porque su extrema enanez se lo ha impedido.
Acusan a aquéllos de lo que ellos rebosan. Cobardes hasta la hez, no pudieron con ellos ni siquiera una vez muertos, pues es tanto el peso de su buen hacer, de su prestigio y de sus logros, de todo y en todo, que han tenido que esperar medio siglo para atreverse con sus restos; hasta ahí ha llegado su cobardía, su temor, su respeto por aquéllos. Su proceder es fruto del más vil resentimiento; la envidia les corroe; en su estupidez, ni siquiera se dan cuenta de que así avalan y reconocen sus éxitos.
Por eso, sólo les queda arremeter contra sus tumbas; y es que en su desvarío creen que siguen yaciendo, junto a sus huesos, sus glorias, sus victorias y sus hechos. ¡Pero cuán enanos son! Aquéllos, todos ellos, hace mucho que ya no están en sus féretros, pues se fueron a los luceros donde habitan impasible el ademán, brazos al cielo, prietas las filas, coronados de laurel, sus nombres en oro y riendo, inalcanzables para tanto pigmeo. Y su recuerdo… imperecedero.
No importa. No importa que sus enemigos de siempre, de siglos, con sus actos, ni tampoco los que les juraron lealtad y amor eterno, traidores y perjuros hasta el tuétano, y por eso más canallas aún que lo primeros, aúnen sus execrables hechos con sus ominosos silencios. No importa. No importa, pues aquéllos rebosan paz y gloria, mientras que éstos ya viven en el Infierno. Y si un abismo eterno les ha de separar, aquí otro igual ya los distancia sin remedio, pues no hay comparación posible entre lo malo y lo bueno, lo vil y lo noble, entre el rufián y el caballero, entre el traidor y el sincero.
Medio siglo de enanos, y seguimos contando. No importa: buen tiempo para demostrar lo que cada uno es y lleva dentro.