Roberto Montes.- Otra de valores occidentales. La presidente de Estonia, Kersti Kaljulaid, junto a su hijo. Adivine quién es quién.

Pocas imágenes ilustran tanto la imagen de Occidente. ¿Son estos los valores que es preciso imponer a Rusia con la razón de la fuerza?

El desorden moral que impera en Occidente no es fruto de la casualidad. Los mandatarios occidentales odian a Putin porque es el único líder que no ha sucumbido a la mayor degeneración moral y el más grave hundimiento de los valores que se recuerde por estos tierras, y con la apoteosis del binarismo de género, encumbrado a la categoría de ideal, casi de estado superior de la humanidad.

Como telón de fondo de este drama estético y moral, una subversión galopante del orden natural de las cosas, una sociedad que se tambalea, consumida en peleas estériles, desnortada y ayuna de todo ideal.

El patriotismo es una virtud eminentemente masculina, y es mucho más que el simple apego sentimental a un territorio ligado a nuestra existencia personal. El patriotismo es una actitud moral que define al hombre entero, sano, noble. ¿Se puede esperar patriotismo de un depravado, de un rastrero? No es de extrañar que en el momento en que más denigrado está el amor a la patria, y el relajamiento en todo esté a la orden del día, estas imágenes estén en su apogeo.

En Occidente empiezan a hacerse patentes los signos inequívocos de un gran fracaso inevitable. Caminamos a pasos firmes y acelerados hacia la disolución de las naciones, la destrucción de la sociedad, el derrumbe de un edificio otrora espléndido y siempre respetable, la muerte de una estirpe cuyo presente avergonzaría a cualquier generación anterior.

Lo peor no será, con todo, el anunciado final que se perfila como inevitable, sino la agonía miserable del ocaso. Sumergido bajo una abyecta masa de espectros teledirigidos y cretinizados, Occidente está siendo desojado de su alma bimilenaria. Antes de la oscuridad completa, como reliquias de un pasado sepultado, unos grupos cada vez más reducidos de seres cada vez más despojados de la fuerza, de la belleza y de la inteligencia que fueron una vez el patrimonio de sus ilustres antepasados.