Pancho y Yolanda: encuentro de estadistas
La Yolanda ha dicho que tiene que ser discreta sobre su conversación con el papa. Es natural, una charla íntima entre dos estadistas como ellos no puede ser pasto del vulgo municipal y espeso. Pero un enano infiltrado nos ha pasado las cintas de la charla. Hela aquí:
–¡Oh, Santo Padre, qué emocionada estoy! Su santidad sabe que soy comunista, pero cuando le oigo hablar con palabras tan sensatas, tan humanas… es que me emociono, hasta se me saltan las lágrimas.
–Lo comprendo, hija, lo comprendo. También yo me emociono cuando sacan a colación la pachamama… Y a propósito, hay que ver el genocidio que montaron ustedes en América, eh, que no han dejado un indio vivo.
–A mí no me meta en eso, Santo Padre. Yo no soy española, yo soy de La Coruña.
–¡Qué alegría me das, hija! Perdona por la ofensa de creerte española… Coruña…Coruña… ¡Ah, Coruña…! ¡Qué magníficas naranjas. Siempre pido que me las traigan de allí.
–¿Naranjas..?
–¿No está eso en los Països Catalans?
–No, no, santo padre, está al otro lado.
–¡Ah, claro, claro! Como Santiago de Compostela, entonces. A lo mejor me decido a ir por allí, a Santiago, y podía pasar un rato por Coruña para continuar allí esta interesante plática. A Santiago, eh, no a España, no vaya a haber confusiones. ¡Menudos genocidas, los españoles!
–Pues lo que quería decirle es que…
–Y cuando os independicéis en Coruña y en Santiago, supongo que tendréis ya planes para meter allí a seis o siete millones de migrantes, indios, subsaharianos, islámicos… No sé si sabéis que aquí vamos a dar ejemplo, pensamos meter en el Vaticano un par de millones. Más no podemos porque, como sabés, esto es muy pequeño, pero me figuro que lo vuestro es más grande…
–Sí, sí, nuestro gobierno está acelerando todo el proceso… Bueno, el gobierno de España, yo estoy en él por casualidad, ya sabe, no he podido evitarlo…
–¡No me hablés de España, hija! Menuda herencia nos habés dejado… nos ha dejado a los argentinos. Empezando por ese sucio idioma, como decía Ortega Smith…¡Ya podíamos hablar italiano, con tanto italiano como ha venido allí!
–¿Ortega Smith, Santo Padre? Nunca le oí decir eso.
–Pues sería otro… así, como medio inglés. Sí, joder… perdona la palabra… Blanco, Blanco White se llamaba. Es que con la edad se pierden neuronas, ¿sabés? ¿Y no podríamos hablar entre nosotros en inglés?
– Es que yo mucho inglés no sé. Lo estoy aprendiendo a marchas forzadas, porque, claro, un político que no hable inglés no está in, no es fashion. Pero todo se andará, Santo Padre, se lo prometo. Cuando nos veamos en La Coruña, ¡en inglés!
–Pero creo que vos hablás gallego, ¿no?
–Mi gallego no es muy bueno, tampoco. Como los imperialistas españoles nos colonizaron, nos han obligado a hablar español. Al que no lo hablaba, garrote vil que le atizaban, ¿puede usted creerlo, santidad? Increíble, ¿verdad? Pero es la puta… perdón, la pura realidad. ¡No hay que olvidarlo! ¡Necesitamos la memoria histórica, Santidad! ¡Mucha memoria histórica, o nos comerá la extrema derecha!
–De los españoles me lo creo todo. Y por qué no hacemos una cosa: vos me hablás en gallego, aunque no lo sepás bien, y así vos ejercitás, y yo te hablo en italiano. Son dos lenguas hermanas ¿verdad? ¡Nos entenderemos, solo hay que poner voluntad! ¡Con el lenguaje del corazón!
Y así siguió el encuentro entre ambos estadistas. Una en castrapo y el otro en napolitano. No está claro que se entendieran, pero se reían mucho.












Además de gran y demoledor historiador, tampoco es manco don Pío
en cuanto al manejo de la ironía y por su capacidad imaginativa. Lo que
demuestra que tiene dotes literarias. Es una persona sumamente inteligente.
¡Ojalá hubiera ministros de su nivel!