Lo que va de Malraux a Màxim
Jesús García Calero.- Resulta una pura contradicción. Si Pedro Sánchez quería darle a la Cultura relevancia separándola del Ministerio de Educación, ¿por qué no buscó para el cargo una persona que tuviera un profundo conocimiento del sector y experiencia de gestión, al igual que ha hecho para el resto de carteras? ¿O al menos que fuera un referente indudable para el ámbito cultural en sus campos principales? Es una incoherencia que el ministro de Cultura y Deportes haya sido elegido, entre otros candidatos, por ser un popular periodista televisivo y escritor y no por su probada eficiencia o idoneidad para el cargo. Puede que él nos sorprenda, pero la complejidad de muchos de los temas que deberá tratar hace imposible que sus primeras decisiones -que serán de urgencia, porque hay asuntos importantes que requieren su intervención inmediata- se tomen con criterio y conocimiento de los detalles y matices.
Si la cultura era realmente tan importante como todos creemos por su potencial en un país como el nuestro y había que recuperar su ministerio y enviar un mensaje claro a un sector ideológicamente cercano, ¿por que tratarla como una “maría”, dejarla para el final y cubrir la plaza sin un gran gestor con visión estratégica, alguien que vaya a actuar más allá de una buena imagen? ¿No es la cultura primordial para España, la mayor de nuestras potencialidades, el petróleo que tenemos? ¿O es importante solo como escaparate? Resulta frívolo.
La elección de Màxim Huerta (Utiel, Valencia, 1971) para Cultura y Deportes ha dejado perplejo a todo el mundo. Al nuevo ministro no le gusta el deporte (sus tuits sobre fútbol son antológicos), es antitaurino (viene otra polémica porque la cartera de Cultura se ha encargado de la defensa de la tauromaquia desde hace años), y su perfil atractivo y simpático no parece un valor incuestionable frente a las tareas y negociaciones que le esperan. Imagínenlo a cara de perro, resolviendo conflictos como los que ya existen larvados en este sector.
El primer Ministerio de Cultura de la historia lo puso Charles de Gaulle en manos de un gran intelectual de la izquierda: André Malraux. Corría 1959 -eran otros tiempos- y el autor de “Espoir” sumaba experiencia de gobierno desde 1945. Al crear ese departamento se le daba importancia política a la cultura, carta de naturaleza como elemento de transformación social, puro énfasis en el gobierno que quería ejercer su poder para la proyección de una imagen renovada, moderna, de la “grandeur” por medio de las artes y las letras. La figura de Malraux otorgó a la política cultural un peso específico, una impronta personal que muchos criticaron, pero sin duda contagió su prestigio a la actividad.
Tanto que se convirtió en un modelo a seguir. De Malraux a Màxim (no el restaurante parisino, sino nuestro nuevo político) va mucho trecho. En España ha habido escritores en el Ministerio, pero las figuras de aquellos intelectuales, como Jorge Semprún o César Antonio Molina, parecen, a la vista de lo ocurrido ayer, de otro planeta. Es cierto que el modelo Malraux puede estar agotado después de tantos ensayos y a veces aciertos y otras veces errores en su aplicación, pero debía haber primado el poder de proyección o el de transformación a través de la cultura en lugar de la imagen, el tuit, la simpatía… Al nuevo ministro le espera mucho trabajo y caminos difíciles, en los que le va a faltar seguridad.
En el sector, muchos comentan, aún con prudencia, que después de la crisis hacía falta un nombramiento de otra naturaleza, que proyectase determinación y con peso político en el Consejo. Hay que mirar a Hacienda a los ojos y convencer a su ministra del valor concreto de los intangibles de la cultura. ¿Lo logrará Màxim? Muchos con mayor peso y seguridad, incluso con más respaldo político y sectorial, fallaron en ese intento.
Y no apunta a eso su carrera. El nuevo ministro comenzó en informativos de varios canales dio un salto inesperado por su paso a la crónica social en el programa de Ana Rosa. Lo mejor de Màxim es que ha logrado convertirse en un popular escritor -ha publicado siete novelas- y ha ganado premios, pero su trayectoria no se compadece con la de la mayoría de sus compañeros en el Consejo de Ministros. No es fácil profundizar en asuntos tan complejos como el futuro de las grandes instituciones culturales, la legislación del sector o los innumerables desafíos que le esperan entre bambalinas.
Cuesta imaginarse a Màxim Huerta decidiendo ejecutar (o no) la fusión del Teatro Real y el de la Zarzuela, resolver el problema de los estatutos del «madurazo» en una SGAE fuera de control y poner coto a la entidad, dar curso al estatuto de Autor y a la legislación de propiedad intelectual, que son solo un aperitivo de lo que se le viene encima, o intervenir en las ayudas al cine, que tantos disgustos han costado… No tiene experiencia política ni conocimiento técnico. El hecho de aunar dos carteras apuntaba a que le tendrían custodiado por dos secretarios de Estado para pilotar la maquinaria. Pero el BOE no dice eso esta mañana. Ni secretarios de Estado han previsto. Así que ha llegado la hora de los asesores. Y eso no pinta muy bien.
Resulta chocante que en un Gabinete de personas sobradamente preparadas, y sobre todo de mujeres de una capacidad fuera de toda duda, el elemento pintoresco sea un hombre llegado casi por casualidad. Eso sí, va a ser el ministro que verá la bajada del IVA del cine y tendrá en sus manos el Prado, el Reina Sofía y el Cervantes, el patrimonio y la industria cultural, el teatro, la danza y los archivos. Asistirá a los patronatos con la misma asiduidad que a los estrenos, con voz y voto. Tendrá que responder a Colombia sobre el futuro del galeón San José. Decidir sobre el tesoro de los Quimbaya… mil cosas más.
En realidad podría haber ocupado con igual problemática cualquier otra cartera. Muchos se preguntan hoy si ha sido una temeridad aceptar el cargo por su parte. Esperemos lo mejor de Màxim Huerta, pero preparémonos, por si acaso… La política es inclemente. Aunque su llegada promete mucho entretenimiento, ya se alzan voces quejándose de la falta de idoneidad del ministro de Cultura del nuevo gobierno. ¿O tal vez ha nacido una estrella? Que venga Pedro Duque y que lo certifique. Se sienta junto a él en el Consejo de Ministros.
Creo que el autor del artículo no comprende la misión de estos ministros y por eso se queda perplejo: Maxim viene al ministerio precisamente para destruir la cultura española, igual que el de economía hará lo mismo con la economía española, el de justicia con la justicia… Y así con todo. El autor sigue esperando frutos buenos del árbol malo, cree que el flautista de hamelín es el buen pastor. Hace cuarenta años ya que el rey está desnudo y nadie lo quiere ver. Esta gente ha venido a destruir España, esa es su misión y eso es lo que… Leer más »
Es un gobierno de pasarela, de teatro, puro teatro.
Este tipo es un impresentable, de tomo y loco, totalmente rojillo.
Un pijo progre, sin ninguna entidad cultural, y mucho menos intelectual.
El típico tontolaba que se gana la vida como puede, diciendo chorradas por las televisiones, siempre a favor de los que mandan, faltaría más.
Y HOY LO QUE VENDE ES SER IZQUIERDISTA, Y SIMPATIZAR CON LOS SEPARATISTAS…
Amigo RAMIRO: En Ex-pañistan hace ya cuatro décadas que lo que “vende” es ser de izquierdas, separatista y, añado yo, anti católico. Y asi nos han ido estos cuarenta años de decadencia.
Hay que tener sentido crítico en el nombramiento para tareas delicadas, y sensibilidad por parte del nominado para con sincera autocrítica calibrar su idoneidad para las mismo. Porque es la única manera de evitar el, fracaso.
O lo que va de Ricardo COrazón de León a un chapero del barrio chino barcelonés.