Laureano Benítez Grande-Caballero.- Todas las revoluciones que han sido, aparte de pastores y manadas, de consignas y soflamas, han utilizado para su lucha subversiva un conjunto de instrumentos con los que «cambiar las estructuras», organizando «rebeliones en la granja» en las que, como dice la famosa frase francesa, «cuanto más cambia todo, más sigue lo mismo».

Entre estos instrumentos, los más típicos son la guillotina ?o la horca?, el paredón, la piqueta, y las piras incendiarias. Los cuatro tuvieron un destacado protagonismo en la revolución roja que pretendió instaurar en España durante la República un régimen bolchevique como el soviético. Como ya he tenido ocasión de narrar el horror de los dos primeros en anteriores ocasiones, toca ahora referirse a la piqueta y a la pira, que he dejado para el final precisamente porque, aunque la horca y el paredón ya están un poco desfasados y, por el momento, la izquierda no los va utilizar a corto plazo ?no por falta de ganas, claro, pero alguna ventaja había de tener nuestra presunta democracia?, sin embargo, la piqueta y la pira están de plena actualidad, rescatadas por la ley de memoria histórica del museo de los horrores.

Empecemos por la piqueta, a la cual me referiré bajo el nombre de «martillo», término que, por si fuera poco, es uno de los iconos del bolchevismo, junto con la famosa hoz. Y, si con la hoz los rojos segaron miles de vidas en nuestra Patria, con el martillo desmocharon las altas torres de la civilización, destrozaron monumentos y edificios, machacaron los huesos de los opositores a su totalitarismo, echaron abajo todo aquello que les recordaba el mundo burgués y católico que querían arrasar en nombre del proletariado.

Martillazos que tuvieron una fijación especial por el mundo católico, por supuesto. Sin duda, la principal escena de estas demoliciones a martillazos protagonizadas por los milicianos fue la voladura del monumento al Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles, después de fusilar la imagen el 7 de agosto de 1936. También la estatua del Sagrado Corazón del templo del Tibidabo, en Barcelona, sufrió las iras de los milicianos. Aquí vemos una luciferina conjunción entre el paredón y la piqueta.

En la actualidad, todavía no se han aventurado las horas de neomilicianos a atacar los templos con sus panzerdivisionen de grúas y tractores rojos, pero algo van haciendo ya, como se está viendo en la luciferina persecución del Ayuntamiento de Callosa del Segura a la Cruz de la plaza parroquial.

En el ínterin, los martillazos neorrevolucionarios se ejecutan contra todo lo que les recuerde que perdieron la guerra en una derrota ignominiosa, que les mandó al Tártaro por muchos años. No es que desmochen placas, nombres de calles, esculturas, monumentos, etc. que les recuerden a personajes ?militares o no? que formaron parte del Alzamiento Nacional… Es que su furor iconoclasta, su rabia vengativa es de tal magnitud paranoica, que destruyen incluso todo lo que les recuerde a la derecha, hubiera participado o no en la contienda. Desde este prisma obsesivamente enfermizo, se anatematiza a martillazos a personajes ilustres de nuestra historia, solamente por haber sido de derechas: Pemán, Dalí, Bernabéu, Muñoz Seca, y tantos otros.

Desde luego, el plato fuerte fue la retirada de todas las esculturas de Franco. Recuerdo a este respecto que un pariente mío muy allegado se pasó media vida despotricando contra Franco, con insultos incluidos, bramando frecuentemente la amenaza de que, cuando Franco muriera, habría que destrozar sus estatuas a martillazos.

A mí se me venía entonces a la memoria la única estatua franquista que conocía, la que estaba en los Nuevos Ministerios de Madrid ?en la plaza de San Juan de la Cruz?que fue retirada de su emplazamiento en el año 2005 ?estando Gallardón en la alcaldía, por cierto?, en la madrugada del 17 de marzo, justo un día antes del aquelarre con el que todos los partidos políticos quisieron agasajar al sanguinario asesino Santiago Carrillo cuando cumplió 90 años ?para más INRI, por guiños del destino, viví unos años en una calle madrileña que estaba a la vuelta de la esquina?.

Por cierto, Carrillo tiene calles con su nombre en Gijón, Getafe, Sevilla… Y, ¿saben quién le dedicó una calle en Madrid?: pues Ana Botella, en los tiempos en los que el PP tenía mayoría absoluta en el ayuntamiento de Madrid. Im-presionante.

Pero, como es sabido, no es el único sanguinario estalinista al que se le han rendido honores en España con calles y estatuas, porque el martillo rojo es algo así como una navaja suiza multiusos, que igual derriba una estatua que no le gusta, que levanta otra a los insignes próceres del progrerío y el bolchevismo: ahí tenemos a La Pasionaria, aquella que en una sesión de las Cortes ?el día 11 julio 1936?, amenazó a Calvo-Sotelo con estas tremendas palabras: «Has hablado por última vez»; hasta 23 calles distribuidas por toda la geografía española llevan el nombre del golpista Indalecio Prieto, uno de los máximos responsables de los crímenes cometidos por los socialistas antes y durante la Guerra Civil, que iba con revólver a las Cortes, y cuya guardia personal fue la responsable de la ejecución de Calvo-Sotelo. Incluso tuvieron la desfachatez y alevosía de erigirle una estatua precisamente en los Nuevos Ministerios, lo mismo que sucedió con el golpista por antonomasia, Largo Caballero, que participó en cuatro golpes de Estado, incluido el del año 1934 ?del cual fue el máximo dirigente?, un golpe que pretendía aniquilar a República para instaurar una dictadura salvaje del proletariado estilo soviético.

Estatua del Ángel Caído, en el parque del Retiro

Y, ¿qué decir del impresentable Rafael Alberti, el poeta de los paseos y las purgas, responsable de la publicación «El Mono Azul», donde en una columna que se llamaba «A paseo», se daba el nombre de los intelectuales deberían ser «depurados». Además de disfrutar de muchas calles, es hijo predilecto de mi Andalucía. Toma ya.

Podríamos seguir con Negrin, Margarita Nelken, las 13 rosas, Lluís Companys…

Un caso paradigmático es el que protagonizaron los capitanes Fermín Galán Rodríguez y Ángel García Hernández, que se unieron al golpe de Estado que los republicanos pretendían dar el 15 de diciembre 1930. Su misión consistía en provocar un pronunciamiento militar en esa fecha en la ciudad de Jaca.

El pronunciamiento fracasó, pues sus líderes lo adelantaron al día 12, y además la huelga no tuvo éxito, pero eso no fue óbice para que la República venerara como mártires a los dos golpistas sediciosos, incluso con una coplilla machadiana y todo: «La primavera ha venido/ de brazos del capitán./ Niñas, cantad a corro: ¡Viva Fermín Galán!».

Monumento a Galán y García Hernández en Jaca

Curioso que, en estos tiempos en los que se pretende desterrar la supuesta memoria golpista de la España de Franco, los golpistas Galán y García Hernández tengan un monumento sito en una calle con su nombre, nombre que todavía no ha sido cambiado en virtud de la Ley de Memoria Histórica, como tampoco ha cambiado de denominación el nombre de otras calles de la ciudad que homenajean a otros héroes golpistas republicanos. ¡Incluso existe una ruta histórica cultural (¡? ) sobre los lugares más importantes de aquel pronunciamiento golpista!

No sé qué destino aguarda a España en los próximos años, aunque si partimos de la verdad axiomática de que el Bien siempre triunfa sobre el Mal, lo más probable es que la España de siempre derrote ?una vez más? a la España roja apesebrada por el mundialismo. Tras la victoria, es lógico imaginar que los martillazos serán de signo totalmente contrario, y en esa batahola «desamortizadora» pueden caer igual los semáforos inclusivos de parejitas homo cogiditas de la mano, que los cartelitos que nombran calles con personajes de la izquierda; los libros de lavado de cerebro LGTBI, que aquellos que tergiversan la historia de España con total alevosía; las esculturas de los «pasionarios», que los «black mirrors» de esas televisiones que esparcen urbi et España la ponzoña de su ideología globalista.

Si llegase ese tiempo ?el tiempo de ejercer de «martillo de herejes»? me permito llamar la atención sobre un hecho que podría llegar a ser justamente la antítesis de los fusilamientos a estatuas del Sagrado Corazón de Jesús.

Rojos criminales disparando contra el Sagrado Corazón de Jesús.

Me explico, porque, en mi opinión, el homenaje «escultural» más impresionante que tenemos en Madrid a un personaje de izquierdas es el que representa al «Ángel caído» ?o sea, a Satanás?, situada en el madrileño Parque del Retiro y precisamente a la altura de 666 metros: ¿casualidad? La escultura fue realizada por Ricardo Bellver en 1877, que para más INRI ganó la medalla de primera clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes, y fue comprada por el Estado.

Me temo, incluso, viendo la vaharada sulfurosa que sale de muchas de nuestras instituciones políticas, que llegará el día en el que se le dedique una calle en muchos lugares de la geografía española, algo que no me extrañaría, pues ya he dicho en repetidas ocasiones que él ha sido el comandante en jefe de las revoluciones que en el mundo han sido, especialmente de dos: la soviética, y el Frente Popular español ?por no decir que de toda la Segunda República?.

A veces, en mis delirios católicos y patrióticos, me imagino que en una España futura una enorme grúa retira la maléfica escultura, aunque he de confesar, con total sinceridad, que mi sueño predilecto en este sentido es que tan perversa escultura fuera demolida a martillazos, solamente porque no quedaría muy católico que un pelotón de creyentes la fusilaran.

Y, como música de fondo, esta «revolución de los martillos» ?de un futuro más cercano de lo que nos parece? podría tener aquella famosa canción de Víctor Jara, aplicada a un contexto totalmente opuesto: «Si tuviera un martillo, golpearía en la mañana, golpearía en la noche por todo el país. Alerta el peligro, tenemos que unirnos, para defender España».