De izquierda a derecha, Inmaculada Colau, Carles Puigdemont, Carmen Forcadell y Oriol Junqueras (foto La Vanguardia).

AR.- No hay remedio para España, víctima de las mismas cosas y los mismos errores que desencadenaron la inevitable contienda civil, en la que media población se alzó contra la otra media cuando ya las cosas habían llegado demasiado lejos. Aquel período, sin embargo, no brindó a los españoles de entonces un espectáculo de la dimensión esperpéntica del que vivimos estos días. Pocos parecen ser conscientes, y si lo son procuran que no se les note, de que ya nada en el futuro logrará modificar para bien el cúmulo de errores, traiciones y cobardías que nos retratan el fracaso de la democracia liberal como fórmula de convivencia reglada entre los españoles. Ofrecemos siete argumentos:

Independentistas catalanes gritan contra la Guardia Civil en la imprenta de Sant Feliu en que ha tenido lugar uno de los registros.

1) Bien lejos estaba de suponer Francisco Javier Girón y Ezpeleta, duque de Ahumada, que los agentes del benemérito instituto armado que fundó el 13 de mayo de 1844 terminarían siendo encomendados a la incesante búsqueda de urnas, papeletas y carteles electorales ilegales.  Bien lejos estaba de suponer que la Guardia Civil, casi un siglo y medio después de su creación, se vería abocada a perseguir las pruebas materiales de un gravísimo delito, cuyos autores sin embargo no serían bandoleros de Sierra Morena, sino los representantes legales del Estado en una de sus regiones. Al duque de Ahumada, muy posiblemente, lo que se vive estos días le habría parecido un subproducto literario de Carlos Arniches.

Escultura del Duque de Ahumada

La chusca sinopsis nos habla de unos representantes del Estado en Cataluña, jugando al ratón y al gato con los representantes de ese mismo Estado en el conjunto de la nación. Los primeros se dedican a ocultar pruebas delictivas, invocar a la sedición, apelar a la insurrección política, promover actuaciones penalmente perseguidas, depredar los recursos públicos. Los segundos se dedican a no hacer nada. O mejor dicho, a dejar que los voluntariosos, corajudos y mal pagados agentes de la Benemérita sean los encargados de sacarles las castañas del fuego. No hay mejor metáfora de la desigualdad de los españoles que la de esos eficientes guardias civiles cobrando la mitad de lo que percibe cualquier ‘vigilante jurado’ de la Banda Trapera. Dicho sea sin ofender a los vigilantes jurados de verdad.

Un puñado de guardias civiles están haciendo en Cataluña el trabajo que correspondería a la Banda Trapera y al Centro Nacional de Inteligencia (CNI). Nuestro servicio de inteligencia merecería un capítulo aparte. Por el momento nos limitaremos a exigir a sus agentes la misma pericia para encontrar las urnas encargadas para el 1 de octubre que la que demostraron al blindarle al campechano sus encuentros furtivos.

Artur Mas y Carles Puigdemont, en un reciente acto de su partido, el PDECat -la antigua Convergencia

2) Para resaltar mejor la chusquedad de la comedia bufa que están protagonizando al alimón Puigdemont y Rajoy,  recurriremos al relato ficticio de un atracador, armado hasta los dientes, que mantuviese secuestrados a un grupo de rehenes en el interior de una sucursal bancaria. El atracador es el propio director de la oficina. Ha colocado explosivos en el edificio y amenaza con medidas extremas si no se le permite adueñarse del dinero de la sucursal. Cuenta con el apoyo de varios sicarios, todos ellos empleados del mismo banco. Mientras mantienen amordazados y atados a sus rehenes, los atracadores salen tranquilamente a tomar un aperitivo en la cervecería de enfrente. La policía los observa pero tiene órdenes de arriba de no intervenir. Incluso uno de ellos se acerca servilmente al jefe de los atracadores para expresarle sus respetos. Pasan las horas y aumentan las exigencias de los atracadores: ahora piden la titularidad de los depósitos de todas las oficinas de la entidad bancaria. Las fuerzas del orden, entre tanto, peinan los alrededores tratando de localizar en qué lugar se adquirieron las armas y herramientas empleadas en el atraco. Detienen al que les vendió los esparadrapos utilizados para amordazar a los rehenes. Alguna prensa lo celebra con gran alborozo. “Golpe a los atracadores”, subrayan.

Pasan las horas y el banquero jefe hace un amago de impacientarse: “Me van a obligar a hacer lo que no quiero”, afirma con gran solemnidad. Los encargados del orden garantizan que tomar la sucursal, liberar a los rehenes y detener a los delincuentes les llevaría cinco minutos. “No hay que victimizarlos”, responde el de arriba. “Hay que esperar a que intenten sacar el dinero del país para actuar contra ellos”, añade. A esa misma hora, el jefe de la banda abandona la sucursal para cenar en casa. Un policía se cuadra a su paso.

Y ahora sean ustedes los que saquen sus propias conclusiones y determinen dónde empieza lo real y dónde no.

Pablo Iglesias(derecha), junto a Ada Colau, Xavier Domènech y Elisenda Alamany en Santa Coloma de Gramenet

3) Ya que los representantes formales de esta democracia no tendrán el decoro de pedir disculpas a los españoles que en el transcurso de la transición ya nos advirtieron de que todo esto terminaría pasando, siendo incluso injuriados, opacados y asesinados socialmente por sus facciosas predicciones, seamos nosotros los que al menos les reconozcamos su integridad moral y su altura patriótica de miras. Desde Blas Piñar a José Utrera Molina, desde Antonio Izquierdo a Vizcaíno Casas, desde García Serrano a Ismael Medina, nuestro agradecimiento a todos ellos por advertirnos de que las primeras llamas, irresponsablemente encendidas en la segunda mitad de los años 70 del pasado siglo, terminarían causando estragos y devorándolo todo a su paso. A muchos de los pirómanos podemos aún reconocerlos, disfrazados sin embargo de bomberos.

Mariano Rajoy, siendo ministro de Administraciones Públicas, participando en un acto de jóvenes independentistas catalanes.

4) Siguen sin entender la lección pese a tantos suspensos. Sostiene el Gobierno que las leyes constitucionales son el antídoto al desafío de los secesionistas catalanes. La realidad sin embargo demuestra justamente lo contrario: han sido precisamente las normas constitucionales las que nos han conducido a este callejón de difícil salida. Son esas normas las que han vaciado la autoridad del Estado en comunidades autónomas como la catalana y la la vasca. Hay decenas de municipios catalanes y vascos donde la presencia del Estado se reduce a la administración de lotería. El desarrollo del articulado constitucional (del 143 al 158) ha provocado que las autonomías, como nos advirtieron muchos de los honorables españoles antes mencionados, sean una fuente inagotable de problemas y conflictos, además de una trituradora de dinero público. El ministro de Justicia ha dado una entrevista donde reconoce tímidamente que efectivamente en Cataluña “ha tenido y tiene una cierta ingeniería social, que después del 1-O habrá que buscarle una solución”. Ha necesitado 40 años para enterarse.

La Constitución dotó a Cataluña de una policía autonómica, cara e inútil, que sin embargo no es capaz de combatir a los que quiebran la legalidad y tiene que ser la Guardia Civil y la Policía Nacional las que les hagan los deberes.

Las fachadas de muchas parroquias catalanas muestran pintadas cristianofóbicas firmadas por los mismos actores que son defendidos por los obispos de la región.

5) La historia reciente de España no se entiende sin la base de un odio infinito a lo que da sentido y sustento moral a millones de españoles, muchos de los cuales se obstinan en buscar la protección de un Estado y de unas normas refractarias a nuestro ideal de vida. La izquierda sociológica nos odia, odia nuestra fe y nuestro rumbo, odia nuestro paisaje histórico y nuestras señas afectivas, odia a nuestros héroes y a nuestros ideales, odia nuestra independencia intelectual y nuestra rebeldía cívica. Ese odio infinito lo trasladan a figuras históricas cuyo recuerdo (¡fuera complejos!) alcanza un lugar cálido en nosotros. Pongamos que hablo de aquel al que nunca se habría atrevido a desafiar ni uno sólo de los protagonistas de la crónica sediciosa catalana. Sólo por eso ya merece mi infinito agradecimiento.

(Foto El País)

6) Ese odio inmarcesible, imperecedero, sin la más mínima posibilidad de sosiego y apaciguamiento, se crece por la inmensa humillación de que con él sólo pudo la muerte, y se crece también por la seguridad de su creciente recuerdo en las gentes más sencillas cuando comparan su obra con la de éste y otros gobiernos de la democracia españofóbica.

Ver que el odiado vive cada día más y que esa supervivencia creciente la logra, en parte, por la comparación con quienes le sucedieron; palpar que ese odio no hace sino agigantar al odiado, es causa a su vez del odio que millones de españoles ya sentimos. He aquí el dramático círculo vicioso de un proceso político que, según se nos dijo, restañaría para siempre las heridas de las dos España: para vengarnos, hay que destruir su obra y cualquier cosa que nos recuerde aquella época. Pero al destruir lo más representativo de aquella España, como era la unión fraternal de sus pueblos y regiones, lo que hacen es engrandecer el pasado, con lo que el odio aumenta, lo que nos impulsa a nosotros a odiar cada vez con más fuerza a los que han reducido a cenizas su precioso legado.

Mariano Gomá, presidente de Sociedad Civil Catalana (SCC).

7) En medio, como siempre, la derecha pastelera y mojigata, indolente y recurrente, devota de Mariano y de Marhuenda, incapaz de mover un músculo para defender los principios que los ponentes constitucionalistas traicionaron tras la muerte de Franco, con lo que dejaron que la partitocracia se presentase en sociedad como una patente, una exclusiva y un invento de la izquierda y los separatistas. Mención aparte merece la parálisis de todos esos catalanes que supuestamente abominan del separatismo y defienden la españolidad de su región. Ni una sola concentración de apoyo a la nación que se intenta cercenar. Ni una sola acción movilizadora. Ni una sola iniciativa ocurrente. Ni una idea original. Ni una respuesta efectiva al discurso separatista, más allá de las frases grandilocuentes de canallas fatuos y engreídos como los de Sociedad Civil Catalana. ¿A qué sociedad se referirán esos farsantes? Si el presidente de SCC, Mariano Gomá, conservara un átomo de dignidad y un gramo de humildad, lo que tendría que hacer es disculparse por presidir una ridícula entidad que, en momentos tan trágicos como el actual, no es capaz de sacar a la calle a un solo catalán contrario a la independencia. Mientras los separatistas han convertido en operativo lo que hasta hace poco se mostraba disperso, los marranos de Sociedad Civil Catalana, y otros muchos falsos y ensoberbecidos unionistas, se dedican al postureo y a cantarle a Rajoy la palinodia.