S. Sostres/ABC.- El domingo Antonio Baños -el último candidato de la CUP al Parlament- me dijo que pase lo que pase el 1 de octubre, para los antisistema constituye una magnífica victoria el estado de incertidumbre que han creado no sólo en la política española sino en su normalidad institucional. Del mismo modo, Puigdemont y su Govern empezaron ayer a forzar toda clase de gesticulaciones a la espera poder aprovechar cualquier reacción del Gobierno para que prenda la mecha de la movilización callejera. Moncloa es consciente de ello e intentará no caer en la provocación, manteniendo en su respuesta al desafío secesionista el bajo perfil judicial y administrativo que ha usado hasta ahora.

El independentismo tiene la agitación y la propaganda y por eso busca la exaltación del tumulto. El Gobierno tiene la Ley y por eso advierte individualmente de las responsabilidades económicas y penales a todos y cada uno de los que de un modo u otro podrían participar en la organización de un referendo ilegal. La Generalitat busca una reacción emocional de los independentistas que haga implosionar la vida política española y tratar de pescar en el caos lo que no puede hallar en la legalidad ni siquiera en una democracia que siempre le ha sido adversa, porque en ninguna de las seis elecciones que se han celebrado en Cataluña desde 2012 el independentismo ha conseguido una mayoría de votos.

El Gobierno espera colapsar el 1 de octubre porque piensa que pese a la seguridad con que se expresa, Puigdemont no tiene la logística asegurada y que la inmensa mayoría de directores de instituto, mossos d’esquadra y demás involucrados en el referendo actuarán con cordura y protegiendo sus intereses particulares, quedando claro de este modo el enésimo error de cálculo del independentismo. La Generalitat en cambio busca desbordarlo en las calles permanentemente tomadas y espera que un estado de ánimo revolucionario embriague a los suyos y que en un ambiente encendido la épica de la libertad se imponga al cálculo y a la lógica.

Provocaciones como las de ayer serán la estrategia diaria de un independentismo con más instinto que técnica, que siempre ha tenido más manifestantes que votos y que usa el referendo para explotar el victimismo de hacer quedar a España como un Estado antidemocrático que no permite «las urnas» -por ver si así la comunidad internacional simpatiza con su causa- mucho más que como recuento efectivo y homologable de sufragios.