AR.- Admito que mi sentido de la españolidad no se ha visto mínimamente aludido por el cierre del sitio web en español de la Casa Blanca, una decisión que le está sirviendo a la progresía para exhibir su cara más rastrera y farisaíca.

De entrada, que el presidente de Estados Unidos dé prioridad al inglés antes que a cualquier otra lengua es lo que se esperaba de él. El cierre de la web en español de la Casa Blanca ha sido una decisión plenamente  conforme al compromiso electoral de Donald Trump de proteger los símbolos identitarios de su nación, siendo el idioma, allí y aquí, uno de los más importantes.

Tiene su gracia el amor tan súbito hacia la lengua española que se ha despertado entre las huestes del progresismo local. Más nos habría valido a todos que esa engañosa e incestuosa defensa del español que hoy proclaman la hubieran mantenido frente a los continuos ataques perpetrados contra los castellanoparlantes en algunas regiones españolas. Que la virulencia con la que hoy se expresan contra Trump la hubiesen empleado contra los políticos catalanes que han aplicado y aplican sanciones económicas a los empresarios que rotulan sus establecimientos en la lengua que hoy parece importarles tanto. Que la conmiseración que expresan hacia los hispanos en Estados Unidos la hubiesen tenido antes con los niños españoles que no pueden cursar sus estudios en su lengua materna en los centros educativos del Gobierno separatista catalán. O con los trabajadores nacionales que no pudieron acceder a las ofertas públicas de empleo en Cataluña por imponerse un sentido restrictivo al articulado constitucional que consagra el español como el idioma oficial en todo el Estado.

Desde el Mayflower hasta la ciclópea conquista de los vastísimos y salvajes espacios del Medio Oeste, el inglés ha sido la lengua vehicular empleada en Estados Unidos hasta llegar al cenit de su poderío. Que hoy vivan allí veinte o treinta millones de inmigrantes procedentes del sur de Río Grande, que hablan o entienden el idioma español, no obliga a la Casa Blanca a su uso institucional. De la misma forma que la presencia de más de dos millones de musulmanes en España no obliga a la Moncloa a la inclusión de la lengua árabe en su web oficial.

El identitarismo consiste en no aceptar la importación de las costumbres y las formas de vida de otros países en el nuestro, de la misma forma que debemos respetar que otros países quieran parapetar su propia cultura de intromisiones extranjeras, aunque como españoles, como ha sido este caso, no nos guste.

Por otra parte, poco derecho tienen a sentirse atribulados por la decisión de excluir el español en la web de la Casa Blanca aquellos que se han mostrado tan beligeramente en contra del hoy presidente de Estados Unidos. Eso incluye a nuestros representantes políticos y a la mayoría de los medios informativos, que con tanta saña y desdén lo ha tratado, lo que nos revela el grado de impudicia y descaro al que se ha llegado.

Cuando Donald Trump habló en uno de sus mítines de que el americanismo y no el globalismo sería su credo, estaba apelando precisamente a favor de la uniformidad cultural de Estados Unidos, sin experiencias babélicas ni mestizajes culturales. Nos sentimos impelidos, en tanto españoles, a desear lo mejor a nuestros pueblos hermanos de Iberoamérica, pero ese deseo no debemos confundirlo con el derecho que otras naciones tienen a preservar la identidad cultural de quienes las forjaron, que en el caso de Estados Unidos no fueron los que hablan nuestro idioma.

Respecto a las unánimes expresiones de odio por parte de los progres españoles, la señal manifiesta de que no se puede estar equivocando quien es capaz de alterar tanto a tantos cabrones. Ladran, luego cabalgamos, aunque sea a lomos de idiomas distintos.