La epidemia del divorcio, Enrique VIII contento
Mi vida transcurría con normalidad, sin grandes alardes, pero feliz, mis tres hijas ya habían nacido en 1994, 1996 y 1999 respectivamente, la madre de las criaturas demostraba todavía algo de amor hacia mí, no sé si llamarlo exactamente así, pero al menos el afecto y el interés por saber donde yo estaba en cada momento sí se apreciaban y denotaban algo todavía antes de que mi familia saltara por los aires.
El respeto íntegro entre los padres nunca existió, probablemente el matrimonio que tuvo su efecto en diciembre de 1992, ya llevaba fecha de caducidad implícita, pero en abril de 2005 llegó él, llegó el pequeño de la casa, Dios me trajo el mejor regalo, la mejor bendición que haya tenido nunca, mi Señor me envió a José Andrés, era un bebé fuerte y grande, atlético, era mi único varón y mi vida se colmaba de felicidad, mi pecho se hinchaba de aire fresco y todo para mí pasó a un segundo plano, el placer mental era y es indescriptible, el tiempo se paraba ante mí cuando recibíamos en la Maternidad de Málaga a ese precioso niño, nuestro cuarto y último hijo, el único varón de mi descendencia, el que lleva mi nombre, el de su abuelo y el de su bisabuelo.
Muchísimos padres han tenido una experiencia parecida, esta vivencia no tiene nada de especial frente a la vivencia de tantos y tantos padres debutantes o no, con hijos varones por delante o no, si no es porque creo no todos podrán hablar y escribir tantas cosas buenas y edificadoras como yo puedo hacer de mi hijo José Andrés con tan corta edad.
Pensaba que mi pobre padre (q.e.p.d.) sería para mí el modelo de la máxima expresión de bondad, nobleza y generosidad terrenales, pero el escenario que describo cobra una dimensión olímpica cuando José Andrés JR iguala al menos el récord de su abuelo paterno, ¡Qué criatura Dios mío! ¡Qué excelente hermano! ¡Quçe excelente hijo y qué excelente nieto!
Con solo 9 años fue infantil e inocente testigo de la separación de sus padres, nunca los vio en armonía, jamás disfrutó de un clima de paz prolongado en su casa, se crió en la discordia de aquellos, en la beligerancia continua y en las faltas de respeto cuando no en aireados enfrentamientos domésticos con un alto nivel de decibelios. Él era paciente, estoicamente aguantaba uno a uno todos los envites de sus progenitores, no se quejaba, nunca manifestó una opinión, pacientemente observaba en silencio con una cara de tristeza sobrecogedora los lamentables espectáculos que cada vez con más frecuencia presenciaba gratuitamente y en primera línea de butacas, nunca compró entradas para ellos pero no se perdió uno solo.
El pequeño José Andrés crecía ahora más rápido, tanto en estatura como en hombría, no le quedaba otra, tenía 3 hermanas por delante y muy dispares en edad respecto a él, empezaba a quedarse más horas solo de las que quisiera, su padre no vivía bajo el mismo techo y su madre casi aparecía por casa solo para dormir, saliendo todos los días muy temprano a trabajar. Nano, como lo llaman sus hermanas, algunos amigos, sus primos y sus padres, quizás prefería que las horas del colegio no se acabaran, porque al menos estaba atendido por sus amigos y compartía con ellos juegos y deportes como su amado fútbol y su elegido baloncesto por el que profesa casi devoción.
Nano jamás tiene un no para nadie, todas las sugerencias las acepta automáticamente, en su línea siempre conciliadora y de sintonía con propios y extraños, suscribe todas las propuestas, lo cual no deseo e intento tutelarlo en este sentido, es siempre complaciente, no discute ni con amigos ni con sus padres, a veces algo con sus hermanas cuando lo hostigan y cabrean, la mayoría de estas ocasiones sólo por ver enfadada a tan cándida criatura, parece que eso da placer a algunas personas de este mediocre mundo salvado solo por otras como mi hijo.
El pequeño está solo en casa, o al menos así siento que se siente, con esa edad no puede ni debe estar permanentemente sin su padre. Éste es sin duda un referente para el y siempre lo ha buscado. Sigue presenciando y soportando intermitentemente las desagradables secuelas del divorcio, los malos modos entre sus padres con más virulencia y crueldad a veces que antes del mismo. Nano sigue sin mostrar sus emociones, es un pequeño introvertido con relación a sus decepciones, todo esto intenta compensarlo día a día con sus juegos con los compañeros en el patio del colegio, esta es su evasión.
En esa represión de sus propias inquietudes y emociones relativas a las relaciones familiares, el cuerpo humano de Nano reacciona y actúa en sustitución de reacciones de comportamiento que no se producen frente a la contrariedad y al sufrimiento y aquél se expresa y protesta y ¿Cómo lo hace?, pues en el caso de José Andrés, somatizando con signos externos, cayéndose su pelo en algunas zonas de su cabeza, produciendo calvas aleatorias, pero esto es un reclamo, su cuerpo está diciendo “¡basta ya!”, esta es su protesta y es un signo evidente de que había cosas que su madre y yo teníamos que cambiar urgentemente para atenuar un sufrimiento nunca manifestado verbalmente, pero sí de esta forma ahora y a través de la elocuente expresión de la cara del pequeño José Andrés.
En esta tesitura, su padre se da cuenta de que es ahora precisamente que ya no vive con él, en unos momentos que ya no comparten tantas horas del día como antes, cuando tiene que conseguir pasar junto a él todo el tiempo que le sea posible y desde el día siguiente a la salida forzada de mi casa, he ido aumentando progresivamente mis encuentros con él hasta llegar al momento actual en el que estoy seguro de compartir sensiblemente más horas a la semana de las que teníamos antes de mi separación del hogar, porque se habla de separación entre dos cónyuges, pero la verdadera separación a mi entender, la que implica un sufrimiento mayor es la del padre o madre que queda alejado en contra de su voluntad del resto de la familia en virtud de un divorcio que no deseaba, éste es el mayor drama de toda esta situación que afecta directamente y con más fuerza, en el caso que nos ocupa, al miembro más débil y sensible de la familia, el pequeño Nano.
Un contexto como el que describo, hace necesariamente protagonista a un pequeño chaval cuya responsabilidad de los problemas que derivaron en el divorcio de sus padres es cero, pero que aún así, sufre día a día más que nadie la repercusión de tan lamentable fractura familiar.
Cuando los adultos toman decisiones respecto a estos lances de la vida, lo hacen normalmente porque dicen haber cambiado, porque el amor ya no existe en el corazón o por ambas cosas y la mayoría hablan de “encontrarse a sí mismos”, algo desde mi punto de vista muy literario e incluso cinematográfico que no les vale a los pequeños afectados. Justifican una decisión unilateral en que ellos o ellas sí han cambiado y recriminan que el otro cónyuge no lo ha hecho, o quizás al revés, pero en cualquier caso se trata de una opción de vida futura que involucra a toda la familia, afecta a todos y la repercusión es sufrida por hijos y cónyuge repudiado, no se trata de una decisión consensuada con nadie, es una postura egoísta que implica un vertiginoso cambio de rumbo para toda la familia y no solo para la persona que decide y en este caso, también impone con su decisión autoritaria.
Tomemos nota por favor todos los que se sientan aludidos por estas líneas para poner medidas y actuar siempre buscando el máximo beneficio o el menor perjuicio posible para personas inocentes y frágiles como Nano, para atenuar al máximo su sufrimiento que necesariamente han de soportar tras el divorcio de sus padres que no han elegido pero sí le han impuesto, pensemos sólo en ellos y no en nosotros ni en nuestro orgullo, porque vinieron al mundo por amor y porque fue eso lo que Dios y nosotros elegimos, hagámoslo fácil para ellos, son los santos reyes de la casa.
Tiene razón, por ellos lo he soportado todo. Ahora, cumplida la misión, no tolero más amenazas ni exigencias de quien esperaba fuera mi cómplice y resultó ser mi oponente. Que salga el sol o se ponga, me da igual, no temo a la soledad, llevo muchos años disfrutando de soledad en compañía. La soledad sin compañía, al menos, supone paz.