El cine español devora a sus propios hijos
Francisco Griñán.- Parece un Goya. No, no me refiero a los premios, sino al pintor o, más bien, a uno de sus cuadros. Aquel en el que una figura monstruosa se come a uno de los suyos: ‘Saturno devorando a sus hijos’. No hay mejor imagen, mejor metáfora, para visualizar el canibalismo interior del cine español. Las semanas previas a la entrega de los premios Goya han sido de infarto con la dimisión repentina del presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, Álex de la Iglesia, en protesta por lo que considera la aprobación de una descafeinada -“desastrosa”, calificó el propio cineasta en Twitter- regulación antidescargas o Ley Sinde. Una dimisión que, finalmente, se hará efectiva después de la gala de los Goya, pero que deja de nuevo dividido un sector que había encontrado en la figura de Álex de la Iglesia un líder capaz de poner sosiego y tranquilidad a una industria fragmentada y egoísta.
Con el nombramiento hace un par de años de la escritora y cineasta Ángeles González Sinde -hasta entonces presidenta de la Academia de Cine- como ministra de Cultura se esperaba que la nueva responsable cambiara el guión de la política cinematográfica. Su primer movimiento parecía ir en el buen sentido con la designación de Ignasi Guardans, europarlamentario de CiU que dejaba las filas nacionalistas para aceptar el puesto como director general del Instituto de Cinematografía y Artes Audiovisuales.
El trío lo completó Álex de la Iglesia, que ocupó el puesto en la presidencia de la Academia dejado por Sinde. A día de hoy, la única que sigue en el cargo es Ángeles González Sinde, aunque las tareas fundamentales para las que fue designada, tranquilizar al sector del cine y regular las descargas en Internet, están lejos de lograr el calificativo de éxito: la industria cinematográfica ha saltado por los aires constantemente (oposición de Cineastas contra la Orden a la nueva regulación de ayudas, revés europeo a aquella norma, cese repentino de Guardans, dimisión inesperada de De la Iglesia…), mientras que la Ley Sinde contra la piratería no ha contentado ni a autores ni a internautas. De nuevo, esa imagen de ‘Saturno devorando a sus hijos’.
Mucho se especuló sobre el cese de Ignasi Guardans como director del ICAA. La ministra argumentó pérdida de confianza, mientras que el cesado mantuvo fidelidad al secreto profesional en sus declaraciones, pero dejó más o menos claro que lo echaban por hacer su trabajo. Y habría que añadir que por hacer su trabajo y el de la ministra. Sinde vio al incansable Ignasi Guardans como una amenaza política para su propio puesto y decidió prescindir de él. Paradójicamente, algo parecido ha pasado con Álex de la Iglesia.
Como presidente de la Academia de Cine ha dado imagen de solvencia y tranquilidad. Su presencia pública le animó a implicarse en el debate de la descargas e incluso matizó sus posturas iniciales como autor tras el contacto con los internautas. La historia se repetía ya que De la Iglesia ocupó el papel que debería haber tenido la Ministra de Cultura en todo este debate y propuso una serie de medidas que después han sido desechadas en la redacción final de la Ley Sinde. Una decepción que Álex de la Iglesia ha saldado con su dimisión como presidente de la Academía -será efectiva tras las elecciones que se han convocado en un plazo máximo de tres meses- y que ha provocado una nueva guerra de partidarios y detractores entre sus compañeros de profesión.
Lo triste, la balada triste del espectáculo que está dando el cine español es que, desde la industria a las instituciones, andan metidos en guerras cainitas bajo la coartada de la antipiratería y la defensa de la cultura cuando lo que importa, el apoyo del público, no sólo lo están perdiendo, sino que lo están ignorando. Aún no se han hecho oficiales, pero la taquilla del cine en 2010 sufrió un auténtico varapalo (apenas 29 millones de euros en los seis primeros meses, cuando en el cómputo global de 2009 se superaron los 100 millones de recaudación). Esa debería ser la guerra por la que deberían preocuparse los autores, los productores y el ICAA en lugar de andar reviviendo cuadros de la serie negra de Goya.