BD.- Pasado el choque de la consternación y el horror iniciales por la tragedia ferroviaria de Santiago de Compostela, los responsables de la gestión de estos siniestros y el público en general se preguntan: ¿Fallo humano o fallo del sistema?

Fallo del sistema ante todo. Aclaremos antes de ir más lejos: el sistema de seguridad ferroviaria está sin duda en la mira de los investigadores, pero no es de ese sistema del que yo quiero hablar aquí. Eso es quizás lo menos importante de la cuestión que nos ocupa. Obviamente, no digo que el conjunto de normas de seguridad y su necesaria aplicación efectiva sea cosa baladí. Menos aun cuando de esta cuestión depende la vida de las personas.

Pero no, no estamos señalando ese conjunto de aplicaciones y controles técnicos que han de velar por el buen funcionamiento del tránsito ferroviario. Estamos hablando del Sistema, así con mayúscula, para que no haya duda. Es el sistema mismo de valores (o antivalores) sobre el que se sustenta esta sociedad nuestra, una sociedad que cada día se parece más a un rebaño lanar y cada vez menos a una organización coherente, el que está en entredicho.

El posible fallo puntual del sistema de seguridad no guarda una común medida con el fallo permanente del sistema en el que vivimos y en el que se gesta todo lo que pasa. Los fallos mecánicos, electrónicos o incluso humanos no son en última instancia los verdaderos causantes de esta desgracia.

Los expertos dictaminarán en su momento las verdaderas causas del accidente y expondrán ante nosotros las secuencias sucesivas y encadenadas de esa tragedia. Sabremos entonces qué es lo que fallado aquí. Pero esa será una cuestión menor dentro del marco general en que se ha incubado ese día negro.

Claro que estamos ante un fallo del sistema, pero del sistema cultural, moral, político, espiritual…

Las últimas responsabilidades quedarán sin duda esclarecidas tras la oportuna investigación. Es pronto para señalar a nadie en concreto. No se trata de hacer recaer culpas antes de tiempo, sin las pruebas y en ausencia de la certeza que surge de la evaluación técnica y el peritaje científico de los detalles de un accidente como éste, sobre quien puede ser simplemente otra víctima más de un desdichado concurso de circunstancias.

Pero en estas horas se ha sabido de un hecho inquietante, turbador, indignante también, que viene a introducir un dato de singular trascendencia en esta ecuación.

Se habla, con evidente razón (las imágenes y los primeros informes así lo corroboran) de la excesiva velocidad como causa principal del descarrilamiento, sin descartar otros elementos que pudieran haber intervenido en la catástrofe.

El maquinista ha reconocido el hecho indudable de la velocidad fuera de lugar a la que iba el convoy puesto en sus manos. Y sea cual sea el motivo de esa velocidad desbocada e injustificable en ese tramo del recorrido, lo cierto es que es eso lo que ha hecho descarrilar el tren y causado la muerte de unos 80 pasajeros y las heridas a decenas más.

Pues bien, que los expertos y la justicia hagan su trabajo y esclarezcan responsabilidades. No es esa nuestra misión. Pero en esta historia aparece una información que merece reflexión. El maquinista de este tren presumía en su cuenta de Facebook (ya eliminada) de batir récords de velocidad con su máquina. Esa máquina que no ha podido con las leyes de la física en esa fatídica curva a la velocidad a la que iba. Esa máquina que tira, un día si y el otro también, de varios vagones llenos de incautos que ignoran que están, a veces, en manos de irresponsables descerebrados que se creen ante un simulador de carreras de esos a los que se le echan una moneda para que el aficionado a la Fórmula 1 se sienta durante unos minutos en Interlagos o Le Mans.

El maquinista tal vez no sea el culpable de estas muertes. No puedo decir ni diré otra cosa, pero que es un irresponsable integral, un gilipollas con código de barras, eso está a la vista. Sus antecedentes, visibles en esa cuenta de Facebook (que alguien, tal vez un amigo o un familiar, se ha apresurado a borrar para eliminar datos comprometedores en cuanto a la afición de su dueño a la velocidad sobre raíles) son suficientemente reveladoras a este respecto.

Este hombre tenía complejo de Fernando Alonso. Por su edad, tal vez se veía a si mismo como un Fittipaldi. Jugaba a pisar el acelerador, como si estuviera jugando con una Playstation o con una maquinita de esas de los salones de juegos. Estamos en manos de locos y de gilipollas. Y no todos son políticos.

¿Y qué tiene que ver el Sistema en todo esto? Todo.

Pensemos una cosa: España es el segundo país del mundo mundial en consumo de drogas duras, el segundo país del mundo en consumo de drogas blandas, el segundo país del mundo en consumo de alcohol, y el primer país del mundo en gilipollas por kilometro cuadrado (dos veces seguidas el pueblo español ha votado a Zapatero). ¿Hace falta más pruebas de que esta sociedad está para el retrete? Este es el ambiente general: una sociedad desquiciada y enferma. El 90% de los mamíferos verticales de pulgar oponible que cruzamos por las calles son mutantes, becerros, lechugas, ectoplasmas. En lo demás: fútbol y cerveza, televisión, sol y playa. ¿Y nos extrañamos de lo que pasa en España? Lo extraño es que esto no haya degenerado todavía en un caos abominable, en un pandemonium final, en un acabóse apocalíptico. Un tren se ha estrellado. No hemos visto aún nada.

Independientemente de si el maquinista es el culpable de la excesiva velocidad del convoy y de su descarrilamiento consiguiente, estamos ante un típico producto de este sistema que señalo como la madre incubadora, el vientre fecundo donde se gestan todas los vicios y las perversiones que castigan a esta sociedad.

¿Pensaríamos por un momento que hace medio siglo (otro mundo, otra era, otro planeta), un hombre de 52 años, con los huevos negros desde hace ya muchos lustros fuera tan rematadamente idiota como para librarse a esos juegos mortales de necesidad a los mandos de una máquina infernal, que lanzada a 200 kilometros por hora (foto de su cuenta de Facebook) se va a tomar literalmente por el culo si llega a pisar un caracol? Si en este caso la mano del maquinista y sus fantasias de hombre más rápido sobre raíles en el hemisferio norte no ha sido el detonante del accidente, ¿quien nos asegura que en otra ocasión no lo hubiera sido?

http://www.elmundo.es/elmundo/2013/07/25/espana/1374751101.html

Este sistema no fabrica más que analfabetos, imbéciles, tarados, cretinos, inconscientes, gente peligrosa para sí y para los demás … Este sistema crea personas desconectadas de la realidad, que viven en un mundo virtual en que todo es como un juego electrónico, un universo deshumanizado, un mundo frívolo y pueril donde nada es real, todo es onírico, donde lo único que importa es divertirse, pasarlo bien, tener una cuenta de Facebook y tuitear. No me extrañaría nada que este individuo tuviera coleta, algún tatuaje en el cuello (unas llamas negras y amarillas que le salen de la camisa) y algún piercing en el ombligo o un tornillo en el glande, y una novia ecuatoriana de 23 años: un español moderno, un especimen del tercer milenio de este pueblo de papahuevos que se va por el retrete. 52 años: un hijo legítimo del destape, de la transición, de la democracia, del sufragio universal, del Estado de las Automonías, del porro y el libertinaje.

Esta es la sociedad que ha dilapidado la magnífica herencia que unos hombres más decentes y viriles que la actual panda de maricones e hijos de puta que les sucedieron para destruir el país que nos dejaron. Una herencia que hubiera podido servirnos para crecer con el impulso de 40 años de sostenido progreso que ha sido malbaratado para dejarnos inermes ante el panorama actual: drogas, alcohol, fracaso escolar, familia destruida, delincuencia, paro masivo, inmigración, islamización, africanización, frijolización, tercermundización, cretinización a través de la escuela, los medios y la maquinaria política de una casta devoradora y desalmada sin patria ni bandera que nos chupa la sangre y nos roba toda esperanza, la cultura española arrasada, España misma convertida en un yermo envenenado por la corrupción, el separatismo y la invasión de hordas de salvajes intercontinentales que nos saltan a la garganta un día si y el otro también.

Este es el sistema que hay que señalar: el sistema podrido que pare continuamente desde hace décadas todo lo torcido, todo lo feo, todo lo anormal y todo lo sucio que han ido configurando este repugnante producto final que ha dejado de llamarse España para ser denominado, en total concordancia con el espíritu mercantil y rastrero de esa indigna época: “la Marca España”.

Pues bien: la Marca España ha descarrilado.