Fueron varias circunstancias las que hicieron que el proyecto Atalaya Intercultural se pusiera en marcha. Por un lado, varias órdenes religiosas de Burgos tenían la inquietud de conocer de cerca el fenómeno de la inmigración, que en 2003 se hizo más patente que nunca en España, y sus características en Burgos. Por otro, el arzobispo, Francisco Gil Hellín, les preguntó de forma directa en un encuentro qué era lo que hacían por tantas personas como llegaban a la ciudad a buscarse la vida. El resultado fue toda una red de apoyo, acogida y ayuda que ahora está cumpliendo sus primeros diez años. El presidente es Inocencio Martín, superior de los Jesuitas, y la coordinadora, Isabel Olazagoitia, de las Hijas de la Caridad, y ambos piden a la sociedad, en un momento muy duro, que reflexionen sobre este fenómeno. A los empresarios, además, les demandan «dar cabida en sus negocios a alguna persona extranjera».

Porque el principal problema con el que se enfrenta la población a la que atienden es el de la falta de trabajo: “En 2003 la situación era muy distinta, el proceso de normalización de la Ley de Extranjería permitió regularizar a muchas personas y, además, no faltaba el trabajo, que en aquel momento estaba vinculado al ladrillo. Ahora, la construcción ha bajado y estas personas no solo no tienen trabajo sino que corren un serio riesgo de perder sus papeles”, añade Olazagoitia.

De hecho, la mayor parte de las personas con las que trabaja Atalaya Intercultural no tienen regularizada en Burgos su situación administrativa. Pero eso no impide que sigan encontrando en este colectivo la acogida, el apoyo y la comprensión de la que viene haciendo gala desde su puesta en marcha. Tampoco, que sigan llegando jóvenes subsaharianos que no tienen noticia de la brutal crisis que está atravesando España: “Por extraño que resulte, no saben lo que pasa aquí; por eso siguen viniendo y no se van a ir a pesar del panorama desolador que tenemos. No se marcharán porque para ellos es una especie de fracaso, de frustración y de sensación de haber sido vencidos”, explica Inocencio Martín.

Entonces, ¿qué ocurre cuando se dan cuenta de que esto no es el mundo feliz que se habían imaginado? Dice Olazagoitia que se enfrentan a ello con una fortaleza difícil de imaginar en cualquier otra persona: “A mí me han enseñado mucho: a tener esperanza y a ser agradecida con la vida”. Enternecedor.

Y mientras tanto, Atalaya les ofrece techo, comida, ropa, formación y ayuda en la búsqueda de empleo, labores que dependen, todas ellas, del voluntariado. Porque allí solo hay una persona contratada, el resto son puros voluntarios, procedentes en buena parte de las órdenes religiosas que son el origen del proyecto. También hay laicos y, entre unos y otros, suman más de 200 personas. Dicen Martín y Olazagoitia que ése ha sido el secreto de Atalaya: realizar un trabajo superando las diferencias de carisma y las suspicacias y abrirse a los laicos.

La iniciativa nació de la mano de cuatro órdenes: Religiosas de María Inmaculada, Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, Compañía de Jesús e Hijas de la Caridad, y de su trabajo en común están muy orgullosos: «Creo que ha habido capacidad de unión entre nosotros y con los laicos también y fuerza para crear un frente común: nuestros respectivos carismas, lejos de separarnos, nos han unido más».

Aunque son éstas las fundadoras, el interés que despiertan en el resto de los religiosos es tal que cuando se reúne la Confer (Conferencia Española de Religiosos) de Burgos, que también está presidida por Inocencio Martín, siempre se incluye en el orden del día la actualidad de Atalaya Intercultural «porque todo el mundo pregunta por ello». Además, otras organizaciones como las Hermanas Hospitalarias y los Salesianos colaboran de forma decidida: Las primeras ofreciendo un piso de acogida; los segundos, con una experiencia de vida en común entre religiosos e inmigrantes y echando una mano en los talleres prelaborales.

Y así levan una década. El trabajo realizado en todo este tiempo ha significado para sus promotores «el reto de haber estado al lado de una población desprotegida por las leyes». También, la oportunidad de ver con sus propios ojos “el milagro de la solidaridad, que ha crecido por todas partes”.