El pequeño líder de los socialistas catalanes se ha puesto retórico, que es lo que le ocurre a los nacionalistas en ciertos trances. Mal deben andar las cosas en los predios del socialismo catalán cuando Pere, que por desgracia para él tiene muy poco de navarro, saca la caja de los truenos y dice eso de “marchemos todos, y yo el primero, por el camino de la autodeterminación”, y a vivir que son dos días.

Incluso ha echado mano de sus recuerdos de juventud, divino tesoro, y evoca las alegres jornadas en que él era un militante y un agitador, si es que ha dejado de serlo, o si es que alguna vez lo ha sido. Esta experiencia le permite analizar el proceso de la independencia de Cataluña sobre unas premisas más falsas que el alma del imán de Tarrasa, al que también ha defendido.

Durante y después de la Transición, el PSC obtuvo, para su felicidad, el apoyo de la masa charnega que malvive en el área metropolitana de Barcelona, pero no precisamente por las virtudes políticas de los socialistas catalanes, sino por el rechazo de esa masa a lo que representaba el nacionalismo clasista de CiU, profundamente contrario hasta hace dos telediarios a la idea de que los charnegos vivieran juntos y revueltos con los catalanes de larga data. Hay registradas centenares de historias y de hechos acerca del rechazo enfermizo de los nacionalistas de CiU a los peyorativamente llamados “castellanos” durante años. Ocurre que la demografía es terca y que hoy resultaría imposible alumbrar cualquier proyecto soberanista sin el respaldo de esa misma población charnega, tantos años despreciada y socialmente devaluada.

Huérfanos durante años de un ideal que los cobijara por el empeño de Maragall primero y de Montilla después en reformas estatutarias, gobiernitos tripartitos y líos compartidos con ERC, el electorado tradicional socialista vira ahora hacia posiciones catalanistas. El PSC renunció a defender los intereses de su electorado tradicional al conceder más derechos a cualquier inmigrante sin papeles o a cualquier hecho diferencial alentado por los comisionistas del tres por ciento, y esa decisión puede convertirse hoy en el clásico tiro por la culata para los de Pere Navarro.

Es en ese caladero metropolitano de frustración, ante la falta de empleo, los recortes sociales y la conversión de muchos barrios en antros criminales, donde PxC debe lanzar sus redes electorales y repetir hasta la saciedad ese mensaje tan esencial de que “primero, los de casa”. Y nada más que los de casa.

Por lo demás, me divierte un disparate que se vaya al garete el PSC, que siempre me pareció un partido mucho más “antiespañol” que socialista. Sus lumbreras apostaron por la vía del catalanismo y ahora algunos parecen darse cuenta de que, en ese caladero de votos, la pesca será bastante exigua. Tendría gracia que, a estas alturas de la tragicomedia catalana, a los socialistas catalanes se les ocurriera el lanzamiento urbi et orbi del sombrero cordobés de José Montilla.

Es lo que ocurre cuando se cambia de principios con la misma facilidad que Durán i Lleida cambia de traje.