“Mis experiencias con Bohórquez”: Ignacio Velázquez, nuevo alcalde de Melilla (6)
Por Julio Liarte Parres.- “¡Al suelo, que vienen los nuestros!”, solía decir el que fue ministro Pío Cabanillas, refiriéndose al hecho cierto que cuando un grupo de los populares españoles llega al poder se suele portar muy bien con los que no comparten su ideología y, al mismo tiempo, bastante mal con quienes la comparten.
En mi opinión, esto es por dos razones. En primer lugar, porque, en realidad, parte de los que forman el grupo no tienen ni principios ni convicciones, ni esos ni otros, y han llegado a estar donde están como podían haberlo hecho con los de enfrente.
En segundo lugar, porque, dado lo anterior y, además, el famoso complejo de la derecha española que muchos padecen, algunos tienen que expiar sus culpas, fingiendo ser de una forma con personas que no son de cuerda, a base de intentar demostrar lo que no son; y comportándose como realmente son con quienes no necesitan fingir. Pero bueno, esa es otra historia.
Y así, textualmente, es como me llegué a sentir cuando la nueva Corporación Local de Ignacio Velázquez, al que curiosamente había votado, empezó a acariciar el poder. La primera entrevista fue para decirme que no me hiciera ilusiones porque iban a disolver la sociedad municipal Proyecto Melilla, SA, y que él tenía que pensar qué iba a hacer con nosotros. Sí, sin duda era muy simpático, sobre todo cuando hablaba con un periodista o tenía uno al lado. Intenté explicarle lo que era la institución, lo que habíamos hecho en los escasos cuatro meses que llevaba existiendo, los objetivos que perseguía la entidad, y las posibilidades que, para cualquier gobierno, le proporcionaría tener un instrumento como ese para luchar contra el desempleo e ir generando actividad económica privada. Pero nada, no había manera. La decisión, según parece, estaba tomada, no sé si en la sede que los populares tenían en la calle Marina o en otro sitio. Me dijo que en unos días irían a nuestras oficinas varios de sus concejales para repartirse el mobiliario, los ordenadores y los restantes equipos.
La verdad es que yo no podía salir de mi asombro. Proyecto Melilla había echado a andar en la segunda quincena de enero de 1991, inicialmente con un equipo de tan sólo dos personas: mi querido y admirado amigo y compañero, D. Rafael Requena Cabo, probablemente uno de los mejores economistas de Melilla en cuestiones mercantiles, contables y fiscales, y yo mismo. Sin contar con ningún otro auxilio ni ayuda, y en apenas tres meses y medio, hasta finales de abril de ese mismo año, habíamos podido lograr ya muchas cosas: habíamos diseñado, negociado, tramitado y conseguido que se aprobara, primero en Melilla, y luego por la Comisión Europea, un Régimen de Ayudas Financieras a empresas generadoras de empleo estable, que era tan malo y tan pernicioso para Melilla que sigue aún vigente en la actualidad con algunas pequeñas modificaciones. Habíamos hecho lo mismo con otros dos regímenes: uno para constituir una especie de fondo de capital riesgo para coparticipar en empresas de nueva creación que tuvieran un mínimo tamaño crítico, y otro para avalar directamente los préstamos que las empresas generadoras de empleo estable que lo necesitasen pudieran obtener en los bancos y cajas de Melilla.
Habíamos hecho lo propio con un convenio con todas las entidades de crédito establecidas en Melilla, excepto una que se adhirió unos pocos años más tarde, para posibilitar el acceso a préstamos privilegiados, que serían subsidiados por el régimen de ayudas, a las nuevas empresas creadoras de puestos de trabajo. También habíamos negociado con varias sociedades de garantía recíproca establecidas en España para establecer una segunda vía para el otorgamiento de avales para los préstamos que requiriesen las empresas melillenses, llegando al final a un acuerdo con una de ellas, con la que suscribimos el oportuno convenio, mediante el que se accedía, también, a la cualidad de socio protector en la misma, de forma que desde Melilla se pudiera influir, además, en las decisiones de la sociedad. Habíamos puesto en marcha la participación del Ayuntamiento en el primer programa operativo del FEDER que se implementó en Melilla. Habíamos diseñado y proyectado un programa que llegaría a ser, dos años más tarde, el primer vivero de empresas de la sociedad pública, capaz de albergar hasta ocho nuevas empresas en unas condiciones privilegiadas para asegurar su supervivencia en el mercado. Habíamos proyectado y presentado una solicitud al INEM para una nueva Escuela-Taller que extendería su período de ejecución a los años 1992-1995. Habíamos negociado y acordado con SEPES cómo iba a realizarse el proceso de venta de las naves y parcelas del Polígono Industrial de Melilla, que se desarrollaría a través de Promesa.
Habíamos gestionado, y conseguido que se ejecutaran, los contratos públicos necesarios para dotar de una sede estable a la empresa, precisamente donde está ahora la Consejería de Economía, en la calle de Justo Sancho-Miñano, tanto los de obra, como de mobiliario, equipamientos informáticos y demás. Habíamos presentado un conjunto de solicitudes para los ahora famosos “planes de empleo” del INEM, mediante los que el Ayuntamiento contrató a numerosos desempleados. Habíamos estado en una feria de desarrollo local, en la que sólo unas muy pocas entidades de Cataluña, una de Aragón, una del País Vasco y otra de Madrid, tenían un nivel y una ambición de objetivos parecida a la de Proyecto Melilla, SA. ¿Cómo lo hicimos? Pues muy fácil, trabajando mucho, mañanas y tardes, incluso a veces sábados y festivos y, por cierto, sin contratarle nada a consultoras ni asesores externos, sino todo de la casa y “made in Melilla”. Además, tengo que admitirlo, porque nos dejaron trabajar y confiaron en nosotros, y en tales circunstancias los resultados suelen llegar por sí mismos, sólo es cuestión de tiempo. No hay cosa que fastidie más a un profesional que le falten el respeto y que encima le estén dando el rollazo todo el día, no para trabajar, o para conseguir cosas, que entonces sería perfecto; sino para no dejarle desarrollar sus funciones con una mínima autonomía, mientras que el jefe sólo intenta satisfacer sus propios intereses personales, que a veces no tienen nada que ver con los de la empresa. En este caso lo que ocurre es que el personal acaba desmotivado, más pronto o más tarde, y empieza a trabajar sin la necesaria ilusión por hacerlo bien, aunque a veces pienso que es lo que se pretende cuando se producen tales circunstancias. Y es que de eso se trata, de trabajar: aceptas una responsabilidad, se fijan unos objetivos y directrices, y, a partir de ahí, te tienen que dejar trabajar y llegar a resultados.
Pero todo lo que habíamos hecho, creando toda la infraestructura intelectual para que pudiera desarrollarse la empresa pública, ahora decían que no servía para nada, que todo este esfuerzo e ilusión iba a ser baldío, y todo porque unas personas, que ni conocían nada del proyecto ni, en algunos casos, podían entenderlo, habían tomado una decisión basada en un conjunto de prejuicios y de intereses inconfesables.
La verdad es que algunos de los miembros de esta Corporación entraron en el Ayuntamiento como un elefante en una cacharrería. No era algo inusual, los funcionarios veteranos me dijeron que los socialistas en 1983 habían hecho más o menos lo mismo. Los concejales mandados por el Alcalde fueron a la sede descrita de Promesa una mañana, unos pocos días más tarde. Querían que les enseñara todo el mobiliario y equipos porque pretendían repartírselo allí mismo, ya que tenían que dotar de mobiliario los nuevos despachos de los concejales. Por supuesto, se los enseñé al instante, pero, no obstante, les advertí que antes de salir un sólo mueble o equipo de la oficina tendría que aprobarlo el Consejo de Administración. Muy amigablemente, me dijeron que hiciera lo que tuviera que hacer, pero que ellos eran sólo unos mandados, y que si tenía reclamaciones fuera al maestro armero.
Y eso hice. Le escribí inmediatamente una carta al Alcalde explicándole el procedimiento para desafectar los bienes de la sociedad, que eran públicos, y que, por tanto, no pertenecían a nadie en particular sino al pueblo de Melilla, pero que yo tenía la obligación de guardarlos y de responsabilizarme de ellos en base a mis funciones como gerente. Le añadí que el Consejo de Administración, como órgano colegiado al que yo debía reportar, podría tomar la decisión que estimase conveniente, pero con luz y taquígrafos, es decir: con un acta pública que salvaguardase mis actuaciones. Fui a llevarle la carta en mano, se la entregué y le dije que comprendería perfectamente si decidía cesarme, pero que era mi obligación hacer lo que estaba haciendo. Al instante intuí que no le había hecho ni maldita la gracia mi escrito. Pero así son las cosas: ¡más vale una vez colorado, que ciento amarillo!
Era una locura lo que pensaban hacer. Tenían perfecto derecho a hacerlo, eso está claro. Pero era absurdo. La casa iba a ser para el Secretario General del Ayuntamiento, don Alfredo Meca Pujazón. Los muebles y equipos para varias concejalías. Y con nosotros, ya decidirían. ¡Manda coj…!, pensé. Yo me encontraba en comisión de servicios cubriendo el puesto de gerente de la sociedad municipal, y había dejado sólo cinco meses antes la Intervención Municipal, por lo que podía volver cuando quisiera. Eso habría sido lo fácil, y hasta lo lógico para mi salud mental y personal e incluso para mi bienestar como funcionario público. Pero soy muy cabezota y decidí no rendirme, no tirar la toalla y seguir luchando hasta el final, fuera cual fuera el resultado. Por supuesto, junto a mi leal compañero y amigo Rafael Requena.
La realidad fue aún más cruel que lo que puede explicarse por escrito. Lo peor son los cantamañanas, esos que abundan tanto en Melilla. Los que dos meses antes eran del PSOE y ahora eran populares de toda la vida, y encima estos últimos se lo creían. Los aduladores, los pelotas, los parásitos, los esbirros, los sicarios, los trepas, los tiralevitas, los chaqueteros, los mediocres, los que venían diciendo que pensaban despedir a mi compañero y a mí mandarme a no sé qué esquina, todo por cometer el terrible pecado de inflarnos a trabajar en esta Melilla nuestra. Los que añadían que, no obstante, gracias a ellos y a que habían dado la cara por nosotros (habría que verlo) todo llegaría a solucionarse. ¡Qué pena de gente! y ¡Qué pena de Melilla!, porque, lejos de disminuir, cada día son más numerosos. Ellos son los que se llevaron por delante a nuestros diferentes líderes: primero a Gonzalo Hernández; también a Manuel Céspedes; a Jorge Hernández Mollar; después a Ignacio Velázquez; y al actual, Juan José Imbroda, le están haciendo el mismo juego, y sólo el tiempo dirá si se vuelve a cumplir la implacable profecía. Son especialistas en jurar fidelidad y compromiso, y luego, como un San Pedro de nuestros tiempos, antes de que pueda cantar el gallo tres veces a la mañana siguiente ya están renegando del anterior, y jurando y perjurando amor eterno al nuevo mandamás de turno. Lo malo es que este se lo cree.
Lo peor es que, al poco tiempo, llega a olvidarse de lo que había aprendido previamente a tomar el poder, y vuelve a caer en la misma trampa: la trampa de la vanidad. Esa bestia que te puede acabar devorando, y que te hace creer que los más leales son los que más te hacen la pelota y los que nunca te dicen que te equivocas, los que te hacen creer que esto es un mundo feliz. Pero la cuestión es que es, precisamente, al contrario.
Los más leales son los que te dicen las verdades más incómodas, los que te dicen cuales son tus errores, los que te dicen lo que tú no quieres escuchar, los “pepito grillos” de la vida, que son los verdaderos amigos y compañeros. No es agradable escuchar lo que no quieres oír, y suele molestar, lo sé por experiencia, pero luego, si uno vuelve a pensar la conversación y la analiza, puede caer en la cuenta de que mientras que los verdaderos amigos no buscan nada en su propio beneficio y, además, siempre están arriesgando algo, bien su puesto, o su comodidad, o su tranquilidad; los pelotas y demás hacen precisamente todo lo contrario, buscan sólo camelarte, a corto o a medio plazo, para después cobrárselo y con intereses: ¡siempre buscan algo!, ahí está la diferencia. No es tan fácil detectarlos, muchas veces logran ser muy sutiles y disfrazan sus intenciones con la espera y la astucia, pero más pronto que tarde demuestran lo que son y lo que quieren. A la mayoría se les ve venir de lejos, y lo extraño es que las personas que toman las decisiones no sepan detectarlos, porque a veces es demasiado obvio.
A los que saben esconderlo mejor, sólo las personas realmente sabias (yo no lo soy) saben detectarlos. Pero esos (los sabios), desgraciadamente para España, no cuentan, ni han contado, salvo en muy notables excepciones, ni contarán si siguen las cosas como van. En esta nación están condenados a morirse de asco. Espero y deseo que esto pueda cambiar algún día.
Intervino, entonces, el que era Concejal de Hacienda, Víctor Gamero, el cual, en su calidad de economista, sí comprendió las posibilidades de la entidad. Intervino, también, el Presidente del partido popular en Melilla, Jorge Hernández Mollar y el Senador Carlos Benet, así como el nuevo Presidente de la UPM, Juan José Imbroda y el líder del PNM, Enrique Remartínez. Todos ellos le pidieron a Velázquez que rectificara. Decidió entonces darnos una oportunidad de unos meses antes de tomar la decisión definitiva.
Nos la dieron…¡y la aprovechamos! Se celebró, ya a finales de Septiembre, el primer Consejo de Administración. Aparte de la decisión citada sobre el mobiliario, llevamos muchas y variadas propuestas. Los primeros demandantes de ayudas ya habían acudido a solicitarlas, y con un gran esfuerzo por nuestra parte logramos llevar finiquitados un buen número de expedientes para que se aprobaran. Comprobaron que había un plan con un conjunto de proyectos y programas que se estaban cumpliendo a rajatabla. Comprobaron que no éramos unos seres demoníacos sino unas personas normales y corrientes. Comprobaron que no éramos unos aficionados que trataban de favorecer al partido socialista sino que éramos unos profesionales íntegros (aunque esté feo decirlo uno mismo) y unos melillenses comprometidos. Nos quedamos sin sede, y tuvimos que meternos en un cuartucho de los bajos del Ayuntamiento, en donde no se podía ni pasar de lo pequeño que era. Pero aguantamos…y vencimos. Me hace gracia un artículo de un tal Lucero Cano, que estaba entre los que fueron juzgados en la campaña de difamación emprendida contra mí por el editor, en el que venía a decir que “el citado funcionario, mientras disfruta en su lujoso y amplio despacho…”.
Este hombre, sin duda, no vino nunca a vernos, ni sabía en las condiciones en las que nos encontrábamos. ¡Es hasta cómico!, si no fuera porque dan ganas de llorar o gritar, no sé. Yo sí que había intercambiado mi cómodo despacho de Jefe de Contabilidad del Ayuntamiento para embarcarme en un proyecto que creía al servicio de Melilla, pero por el que, hasta el momento, sólo me estaba llevando tortazos…¡y muchos más que me quedaban por recibir!
A partir de ahí, se inició la fase de consolidación de Proyecto Melilla. Primero creciendo y creciendo durante años, hasta llegar a un máximo en los primeros años 2000, cuando la sociedad llegó a gestionar una plantilla de cerca de 300 empleados. Empezaron a incorporarse, uno tras otro, los diferentes integrantes del staff técnico de la empresa pública, una vez que nos trasladaron al ala derecha del Ayuntamiento, al lado de donde está ahora la cafetería. El tercero en llegar fue Alberto Martínez Salcedo, un hombre polifacético que durante años prestó unos grandes servicios.
A continuación, la que fue mi magnífica secretaria durante trece años, Carmen Cantón Alonso. Luego, el que llegaría a ser Director del Vivero de Empresas, Juanjo Viñas del Castillo. Poco después, la que sería la Jefa del Departamento de gestión de todos los regímenes de ayudas a empresas que lleva la sociedad, Paz Serrano Darder. Meses más tarde, la encargada de las certificaciones de todos los programas operativos financiados por los Fondos Europeos, Dolores Bolás Andrade. Ya en 1993, el que llegaría a ser el Jefe de Administración de la empresa, Luis Romero Santamaría y la secretaria del Vivero de Empresas, Isabel Ramírez Reina. Un poco más tarde, el Jefe de Programas de Formación, Eduardo Gallardo Zambrana y la técnico economista experta en justificación de gastos de proyectos formativos cofinanciados, Pilar García Ruiz. También entonces, la auxiliar Farida Mohamed, que tristemente falleció años más tarde dejándonos un hueco irrellenable en nuestros corazones.
Sin duda, un equipo de división de honor para una ciudad con un equipo de fútbol en segunda división B. Todos fueron incorporándose por sus propios méritos y capacidades y ninguno por ser amigo, pariente o conocido de alguien. Se trataba de tener a los mejores en el equipo, y aunque está feo comparar y todo en esta vida es relativo, si no lo eran, al menos a Rafa y a mí nos lo parecían.