Las opciones de Jordi Sevilla
Tomás Gómez.- En 2023, Pedro Sánchez experimentó que podían sucumbir los candidatos regionales socialistas en las urnas y que los pactos posteriores del PP con Vox le regalaban un discurso de movilización de su electorado. La jugada le pareció redonda: él se mantenía en la Moncloa y, excepto Emiliano García-Page, no habría contrapesos autonómicos ni municipales. El castigo al PSOE fue mayor en mayo y, tal como intuyó Sánchez, en julio muchos votantes enfadados volvieron a coger las papeletas socialistas, aunque no las suficientes para ser la primera fuerza.
El saldo fue mediocre y tuvo que reactivar el famoso bloque de investidura con separatistas, nacionalistas y populistas, una coalición negativa en la que solo hay intereses particulares o partidistas. Obtuvo el poder a cambio de renunciar a gobernar.
Para los ciudadanos, la legislatura ha resultado muy cara, entre las cesiones a los independentistas, el desprecio a las instituciones, el enfrentamiento con los jueces y magistrados, la ausencia de presupuestos y los casos de corrupción económica que afectan a los más allegados al presidente
El presidente se ha ido de vacaciones navideñas adelantando la tradicional rueda de prensa de final de año una semana, evitando así el tener que valorar los resultados de los comicios extremeños. Sabía que era muy difícil que el PP obtuviese mayoría absoluta en Extremadura y que Guardiola necesitaría a Vox para asegurar la gobernabilidad. Era todo lo que necesitaba para volver a construir el relato de que lo urgente es impedir que la extrema derecha llegue al Gobierno. Nombró un candidato procesado en la misma causa que su propio hermano y se prodigó en la campaña electoral. De todo ello se extraen dos conclusiones: que Sánchez ha destrozado todas las federaciones socialistas, incluso las que más base social tenían, y que el líder socialista pierde votos en la izquierda, pero moviliza como nadie a la extrema derecha.
Los pasos que ha dado desde el 21-D han ido en la dirección de volver a invocar a los demonios franquistas. Se ha apresurado a imputar la derrota a Gallardo y le ha obligado a dimitir para poner al frente de la gestora a una persona de su confianza que ya se ha encargado de enfriar las aguas que proponían facilitar la investidura de Guardiola para evitar que Vox tenga la llave. La crispación hace que los extremos crezcan, Sánchez lo sabe y va a seguir tensando la cuerda. No tiene como objetivo ganar las elecciones en Andalucía, Aragón o Castilla y León, su meta es que Vox tenga la suficiente fortaleza para que el PP no llegue a la absoluta.
Cuando el mapa esté teñido de pactos PP y Vox, convocará elecciones generales con el único mensaje político de que hay que votarle, incluso con la nariz tapada, para que no se reproduzca a nivel nacional lo que habrá ocurrido en las comunidades.
Como siempre, Sánchez seguirá la estrategia fijada sin moverse un ápice de ella, pero en esta ocasión puede descarrilar porque las elecciones extremeñas han puesto a los dirigentes socialistas frente a una realidad que se negaban a ver. Los movimientos internos ya no son una quimera y el paso de Jordi Sevilla, que fue uno de los valedores de Sánchez en sus inicios, planteando una alternativa socialdemócrata a la deriva populista y autocrática de la dirección socialista, deja sin argumentario al sanchismo que aseguraba que no había alternativa.
La utilización del Consejo de Ministros para mantener el control territorial se le volverá en contra porque los que van a ser derrotados en Aragón, Andalucía, Valencia y Madrid es su actual guardia pretoriana, que quedarán desacreditados políticamente por los malos resultados.
Jordi Sevilla tiene todas las posibilidades. Contará con el apoyo de militantes y exdirigentes que se oponen al modelo de Gobierno de Sánchez y que quieren recuperar los valores del socialismo democrático previos a José Luis Rodríguez Zapatero. Se sumarán cuadros medios del partido que han analizado el escenario electoral y saben que perderán una buena parte de los cargos públicos, menguados desde mayo de 2023.
La lista de agraviados por Sánchez es larga. De sus equipos más cercanos no queda prácticamente nada, Cerdán y Ábalos en prisión, Serrano investigado por las contrataciones en Correos, Lastra defenestrada e, incluso, asesores áulicos como Iván Redondo fuera del ring. Todo un elenco de muertos políticos y heridos, muchos con cuentas pendientes que cobrar como ponen de manifiesto los mensajes que desde prisión envían los del Peugeot.
Por último, en el PSOE, como en todas las grandes organizaciones políticas, hay un porcentaje de militantes que se suman a las mayorías de cada momento y que no dudarán en apoyar incondicionalmente un nuevo liderazgo.
2026 será el año en que Sánchez saldrá de la política, lo que queda por saberse es si serán los problemas judiciales, los socios de investidura, los militantes del PSOE o todos juntos quienes forzarán su salida.











