Un mensaje de Navidad sin Navidad
El discurso de Navidad del rey vuelve a evidenciar una preocupante tendencia: vaciar de contenido la tradición que dice representar. Resulta difícil comprender cómo, en una alocución que pretende dirigirse a la nación en una fecha tan concreta como la Navidad, se puede omitir de forma deliberada cualquier referencia al cristianismo, que no solo da sentido a esta celebración, sino que constituye uno de los pilares históricos, culturales y morales de España.
La Navidad no es una estación neutra, ni un mero paréntesis sentimental del calendario. Es una festividad con un origen inequívoco: el nacimiento de Jesucristo. Negar o silenciar este hecho no es un gesto de neutralidad institucional, sino una toma de postura ideológica que confunde la aconfesionalidad del Estado con una suerte de laicismo militante, empeñado en borrar las raíces cristianas de la vida pública.
España no se entiende sin el cristianismo. Su arte, su derecho, sus costumbres, su calendario y hasta su lenguaje están impregnados de una tradición cristiana que ha moldeado nuestra identidad durante siglos. Que el jefe del Estado, en una fecha tan simbólica, elija no mencionar ni una sola vez ese legado supone una desconexión alarmante con la historia real del país que representa.
La Corona, precisamente por su carácter simbólico y no partidista, debería ser un punto de encuentro, no un altavoz de las modas ideológicas del momento. Y hoy, la moda dominante parece ser la de pedir perdón por existir como nación con raíces, por tener una tradición concreta, por reconocer que nuestra cultura no surgió en el vacío. El silencio sobre el cristianismo no une: excluye a millones de españoles que viven la Navidad como lo que es, una celebración religiosa además de familiar.
No se trata de imponer creencias, sino de reconocer hechos. Mencionar el cristianismo en un discurso de Navidad no vulnera la libertad religiosa de nadie, del mismo modo que celebrar la Navidad no discrimina a quien no la celebra. Lo que sí resulta problemático es diluirlo todo en valores genéricos, desprovistos de origen y significado, como si surgieran espontáneamente y no de una tradición moral concreta.
Un rey que habla en Navidad pero evita hablar de la Navidad transmite un mensaje claro: prefiere no incomodar a ciertos sectores antes que ser fiel a la historia y a la realidad cultural de su país. Y esa elección, lejos de fortalecer la institución, la debilita, porque una Corona sin raíces corre el riesgo de convertirse en una figura decorativa, desconectada del sentir profundo de la nación.
Quizá ha llegado el momento de preguntarse si esta obsesión por no nombrar lo cristiano responde realmente al respeto, o más bien al miedo. Miedo a afirmar lo que somos. Miedo a reconocer de dónde venimos. Y, en última instancia, miedo a decir la verdad en voz alta, incluso en Navidad.











