Majestad: ¿En que país vive?
Manuel Recio Abad.- El discurso de Navidad del rey Felipe VI de España ha dejado perplejos a varios millones de personas, españoles de la más variada condición y pertenecientes a distintos estamentos sociales.
Estos discursos televisivos suelen ser mayestáticos, ampulosos, omnímodos, halagadores y… falsos. Describir un marco de convivencia en un país dividido es además un ejercicio de equilibrismo que no conduce a otro lugar distinto a la perplejidad que provoca. Tratar lo vano olvidándose de lo fundamental, de todo aquello que preocupa e incluso sufre el ciudadano de a pie es justificadamente reprobable venga de quien venga.
Ofrecer un discurso vacío de contenido y de todo aquello que a diario escuchamos, vemos y leemos en los medios de comunicación es un acto irresponsable e incluso caricaturesco, que desdice de las funciones que un Rey y Jefe del Estado debe encarnar.
Siento escribir esto, pero no hablar de la corrupción política, desigualdad social, la devaluación del euro, inmigración ilegal, desidia funcionarial y en definitiva demasiadas situaciones problemáticas que este gobierno ni está capacitado para solucionar ni quiere hacerlo.
Hacer alusión a todo lo que aún conservamos de bueno y a aquello de lo que debemos sentirnos orgullosos, no quita para dar un rotundo repaso a los responsables de tanto desaguisado.
La liquidación por derribo de la clase media y de la pequeña y mediana empresa parecen no merecer la atención de nuestro monarca. La situación angustiosa por la que atraviesan los autónomos tampoco. Igualmente el abuso de autoridad impuesto por la Agencia Tributaria a las empresas, revocando sus NIF sin la comunicación previa a la que que la ley fiscal obliga. Una empresa en esa situación está muerta y sin solución pues la rehabilitación del NIF, una vez subsanadas las causas que provocaron su revocación, normalmente deudas imposibles de abonar, tarda un mínimo de seis meses. Despido, cierre y ruina todo ello provocado por la hacienda pública.
Estas cosas ocurren en España mientras el Gobierno sigue apretando las clavijas con su abusiva política fiscal y el Rey resta importancia. Poco a poco el país se desangra, los jóvenes no quieren continuar con las empresas de sus padres, prefieren ser funcionarios o salir del territorio a buscarse la vida en otro lugar.
Un discurso más sencillo, directo, humilde y realista, poniendo a cada cual en su sitio y llamando al pan pan y al vino vino, hubiese sido más productivo y beneficioso para una sociedad que no acaba de salir de su asombro y estupor ante tanto latrocinio y falta de sensibilidad por la debacle que estamos sufriendo.












Muy buen artículo, D. Manuel.