‘Franco’
Fraguas.- Alguna vez que otra, amado lector, creo haber comentado la anécdota de Benito Pérez Galdós; si es o no así, la vuelvo a recordar: Con el inmenso éxito de su novela seriada ‘Los Espisodios Nacionales’, un repaso fabuloso a casi todo el siglo XIX que maravilló a toda una nación, y que hoy es patrimonio hispano por excelencia.
Sus lectores más apasionados le pidieron que escribiera la última parte del siglo. Para que lo entendiéramos, sería como no dejar a Coppola terminar la saga de ‘El Padrino’. Muchos la seguiríamos eternamente.
Galdós, que escribió su obra ya en el XX, no pudo responder otra cosa que un: “lo siento; pero no tengo la suficiente perspectiva histórica para narrarlo con coherencia objetiva”.
Este es el mal de la España de hoy. La no aplicación del principio de Galdós. En España se juzga a la inmediata. Se olvidó la prudencia en los cajones de la ideología. Se olvidó la justicia en casa de los partidos y la tolerancia desplazó al respeto. Recuerde, amado lector, que la tolerancia puede tener signo positivo o negativo. Hoy es la intolerancia la que llena el éter de la política, de la historia, de la ideología, de la religión, de la opinión y de la misma forma de vida española.
Juzgar la figura de Franco cuando aún viven muchas personas que disfrutaron o sufrieron su régimen es una aberración temporal premeditada que hace que una parte de la sociedad se identifique más con el “bienestar de la dictadura” y la otra se trague el confeccionado fallo y arremeta constante contra el sentido común, contra los datos y contra su propio intelecto. Franco nunca fue bueno, ni malo.
Podría hacer un juicio sobre él, no me costaría nada. Y podría encontrar causas nobles y causas viles y el sentido sería el que me apeteciera por afinidad política o por dirección partidista o porque este periódico me remunerara en un sentido o en otro.
Así es la vida intelectual española. Sin mérito, sin abstracción moral, sin camino meditado. Así recibe la información el español, sin filtro moral, sin abstracción de los valores, sin la prudencia del pensamiento.
Así Franco y el franquismo seguirán siendo malos o buenos, según quien lo lea o lo escuche, amado lector. Y alimentarán la polaridad de los españoles vistiendo nuestra forma de ser de cainismo. Que en eso siempre fuimos buenos.
Pasado el trago de la dictadura o reinado de Napoleón, Francia o más bien sus intelectuales interesados, se vieron en la necesidad de enjuiciar su figura. Y así, el pequeño cabrón, perdió el juicio del momento; pero ganó el juicio de la historia.
En Francia no se permitía hablar del emperador. Se prohibió poner a los niños su nombre y se multó a personas que ponían el nombre a sus cerdos de granja.
Se borraron los símbolos de su reinado. Las señales en los edificios construidos por él, una N, fueron picadas y olvidadas.
Todas aquellas cosas sucedieron contra el soldado ambicioso; pero por borradas no dejaron de ser ciertas.
Cuando pasaron las generaciones y se repitió el juicio velado de la sociedad que no lo vivió, la historia le devolvió su lugar. Y hoy, bueno o malo, Napoleón es un hecho orgulloso, un baluarte francés que adorna la historia y la hace grande y europea.
Mató a un millón de personas; pero ¿Quién le enmienda la plana? ¿Quien critica su acción? Nadie. Napoleón fue y se reconoce que fue. Punto.
Hoy en España borramos las enes de Franco, placas de la vivienda de protección, y le quitamos los nombres y las estatuas y bustos. Le damos el lugar que le pertenece a un contrario ideológico que no hizo absolutamente nada. Pero pasará una generación más y los futuros jóvenes lo pondrán en su sitio y entonces Franco será bueno o malo.
Lo que sí es cierto es que a nosotros no nos pertenece. Queremos poner correa al gato de la historia y eso no es imposible; pero sí inútil e imprudente.
Lo dijo Galdós: “No tenemos perspectiva histórica para juzgar”.
Ave María Purísima.











