La estrofa 104 del Libro de buen amor. Reconstrucción del arquetipo
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- En nuestro afán de descifrar los misterios filológicos que acompañan desde hace varios siglos al Libro de buen amor nos centraremos hoy en la extraña estrofa 104, que solo nos ha llegado en uno de los tres manuscritos que documentan parcialmente la obra del Arcipreste de Hita: el ms. S. Pero antes de reproducirla debemos poner al lector en antecedentes.
Aunque según este manuscrito la estrofa cierra el episodio titulado por su copista «Ensienplo de quando la tierra bramava», comprensivo de las cuartetas 98 a 104, en realidad pertenece a otro mucho más amplio que comenzaría en la estrofa 77, que inicia un episodio que el copista tituló: «De cómo el Arcipreste fue enamorado». Después de proclamarse nuestro poeta como un seductor de mujeres por naturaleza, comienza relatando la pasión que sintió por una mujer de alta condición y buenas costumbres que no le correspondió más que con una mera amistad: «Assi fue que un tiempo una dueña me prisso […]» (v.77a). Y es en este momento cuando el poeta menciona por primera vez su utilización de los servicios de una alcahueta para hacer llegar a la mujer que desea un poema amoroso o “cantiga”, que el Libro no recoge a pesar de la indicación expresa de Juan Ruiz: «Enbiél[e] esta cantiga que es deyuso [debajo] puesta, /con la mi mensajera […]». Esta omisión -y probablemente la de otras estrofas hoy perdidas- nos impide entender bien lo que a continuación ocurre. En la estrofa 81 se contiene una advertencia de la dueña a la alcahueta que, puesta en contexto con otras posteriores, parece indicar que aquélla, frente a alguna insinuación malévola de la mensajera, le está negando a ésta haber tenido una aventura amorosa con el Arcipreste. La dueña la llama chismosa [“parlera”] y le dice que sabe que muchas mujeres la creen y luego adquieren una enseñanza [“castigo”] de mala manera (aprenden de las desgracias de la alcahueta) como la zorra de una fábula, que decide comportarse bien al ver el mal recibido por otro animal: «Yo veo a otras muchas creer en ti, parlera, / e fállanse ende mal castigo en su manera, / bien como la raposa en agena mollera». Y aquí desarrolla la fábula para que la alcahueta entienda bien la amenaza que está recibiendo, lo que da lugar a que el copista del ms. S cree un episodio independiente al que titula «Enxienplo de cómo el león estaba doliente e la otras animalias lo venían a ver». No lo analizaremos en detalle; nos basta con resumir su contenido: el león, rey de la selva, nombra a un lobo partidor [“echán”] para que distribuya entre él y otros animales el cadáver de un toro; pero el lobo, malicioso, le ofrece la peor parte reservándose lo mejor para él y los demás. El león, furioso, deja malherido al lobo de un zarpazo y nombra en su lugar a una zorra para que haga un mejor reparto. Pero ésta, sin tener conocimiento alguno del oficio, realiza una partición que satisface enormemente al león, ya que ha comprendido las consecuencias de desagradarle. Al terminar el relato la dueña aplica esta enseñanza a la alcahueta diciéndole que no vuelva a acercarse a ella ni a decirle tal ignominia [“tal nemiga”] si no quiere sufrir lo que le pasó al lobo, para que las demás personas chismosas aprendan a comportarse y la respeten.
Sin embargo, no debía de ir descaminada la alcahueta, pues el Arcipreste acaba confesando que su secreto [“poridat”] se acabó haciendo público y que la dueña, muy afectada, se alejó de él, aunque le mandó un mensaje para que penase por su amor componiendo algún poema triste que ella pudiera conocer. El poeta la obedece y compone el cantar, que, como en el caso anterior, no figura en el Libro. Se trataría de una canción a imitación de la “cantiga de amor” propia de la poesía lírica galaico-portuguesa escrita con el lenguaje del amor cortés, como las que los trovadores de la época componían considerando la relación amorosa entre un hombre y una mujer como una relación de vasallaje feudal donde el trovador era el vasallo y la amada su señor. Por eso en estas composiciones a la dama se la llamaba “senhor”, y así lo refleja el Arcipreste en la estrofa 92, representativa de la temática elegida: “la coita de amor”: «Por cumplir su mandado de aquesta mi señor, / fiz cantar tan triste como este triste amor» (vss 92ab).
Pero la historia continúa. Las malas lenguas difaman al Arcipreste ante los oídos de la dama -no se comprende muy bien el motivo- y consiguen enemistarle con ella, que llega a convencerse de que todas las buenas palabras del poeta son falsas: «Diz la dueña: ‘Los novios no dan quanto prometen’» (v.95d). Y el Arcipreste tiene que volver a hacer uso de su vieja alcahueta, a quien la dueña responderá, al hilo de su afirmación anterior, con una fábula “de Isopete sacada”; es decir tomada de las colecciones de fábulas atribuidas al escritor griego Esopo de las que se divulgaron en la Edad Media principalmente por Walter el Inglés. Se trata del episodio mencionado al principio, y en el que se encuentra como colofón la estrofa misteriosa en la que se centra el presente trabajo. La fábula cuenta que en una vez la tierra comenzó a bramar como si fuera a parir un gran monstruo, lo que provocaba el terror de todas las gentes; pero llegado el día del parto lo que salió de ella fue un simple topo. La moraleja que extrae de este cuento y que le aplica al Arcipreste es que él es como los que «prometen mucho trigo e dan poca paja […]» (v.101b), pues «omne que mucho fabla face menos a vezes» (v. 102a). Lo cierto es que la dueña se aleja del poeta, que dice componer una poesía para expresar su dolor, aunque tampoco figura incorporada en la obra: «d’esto fize [una] troba de tristeza tan maña» (v. 103d).
Y ese verso da pie a la estrofa cuyo enigma vamos a tratar de descifrar. Aunque en el ms. S no figuran signos de puntuación, Blecua (1983 y 1998) los añade a su conveniencia y, respetando por lo demás la grafía medieval de las palabras, transcribe así la estrofa:
Fiz luego estas cantigas de verdadera salva, (104)
mandé que gelas diesen de noche o al alva;
non las quiso tomar; dixe yo: “Muy mal va;
al tiempo se encoje mejor la yerba malva.”
Una simple lectura de esta estrofa nos lleva a comprender que nos encontramos ante un ripio impropio -en su actual redacción- de nuestro gran poeta y que debemos esforzarnos en reconstruir su redacción original. Y es que, como ya hemos indicado y demostrado a lo largo de numerosos trabajos, el autor de este manuscrito es un tramposo que manipula el texto que le sirve de base a su conveniencia para disimular su incompetencia a la hora de descifrarlo.
Una estrofa en cuaderna vía debe estar formada por cuatro versos vinculados entre sí mediante rima consonante. Pero el Arcipreste, aunque a veces recurra a la asonancia cuando las palabras clave que necesita incorporar como final de verso le exigen apartarse ligeramente de aquel estricto cauce, sabe siempre mantener la elegancia formal de sus versos sin desmerecer su trabajo. Naturalmente, afirmamos esto después de haber reconstruido razonablemente diversas estrofas de su obra que por su estado de corrupción resultaban ininteligibles total o parcialmente para la crítica especializada. Así, vemos que los versos primero, segundo y cuarto de esta estrofa tienen rima grave (-alva) mientras que el tercero la tiene aguda (-á), lo que convierte a este verso en malsonante, aparte de que repite, aún desglosada en dos partículas, la palabra final del último verso: “mal va” y “malva”. El resultado es a todas luces desolador: la estrofa apenas se entiende.
La crítica filológica , no obstante, nunca ha puesto en duda la autenticidad de este ripio, limitándose a buscar el significado del refrán que parece rematar la estrofa: “al tiempo se encoge mejor la yerba malva”. En el Tesoro de Covarrubias esta hierba solo se define por sus propiedades laxantes, y no encontramos relación alguna con el contexto:
«MALVA; yerva conocida […] por quanto es apropiada para ablandar el vientre; y así se echa en los esfínteres […]»
M. Morreale (Apuntes…,1963) plantea la hipótesis de que “encogerse” la malva significara ‘reducirse’ y, por ende, ‘disecarse’, sin explicar su encaje en el texto. Corominas (1967) aporta su particular hipótesis, no documentada:
«‘En el tiempo mejor la malva se encoge’. Por lo visto se empleaba este dicho si las cosas se ponían mal cuando se esperaba que tomasen buen cariz». Joset (1974) comenta: «Refrán de interpretación dudosa. […] Quizá más sencillamente: ‘hay tiempo apropiado para cada cosa’». Leira (Otras nótulas..,1978) apunta a una propiedad de la malva que recoge el Dioscórides relacionada con el menstruo y el parto y concluye con lo que nos parece un tremendo desatino: «La frase, por tanto, se puede leer: “En el menstruo es preferida la yerba malva”. Esto es, que “si siempre es bien acogida, con mayor razón se recurre a ella en los días de la regla”. El proverbio vendría alegado en relación con el fracaso amoroso, como equivalente de la sentencia popular que proclama ser el amor el mejor remedio de los males del amor». Por último, Blecua aporta una interpretación, que sí a él le convence poco, a nosotros no nos convence nada. El sentido literal del proverbio sería según él: «con el buen tiempo la malva aumenta su propiedad de girar las hojas; esperemos a que pase el nublado y a que llegue mejor tiempo, sin tormentas».
Definitivamente, algo le ocurre a esta estrofa malsonante que la hace ininteligible. Está corrompida de arriba abajo y vamos a tomarnos la labor de tratar de reconstruirla. No es imposible: el diccionario no es infinito, y ya conocemos la mentalidad y la técnica de este copista falsario del ms. S que, cuando no entiende lo que tiene que transcribir, lejos de dejar un espacio en blanco o hacer un garabato que imite la grafía de las palabras que tiene ante sí, las sustituye por otras distintas; y, para el caso de que la palabra coincida con el final de un verso comprometiendo la rima de los otros tres de la estrofa, se decide por cambiar también esas otras tres palabras acomodándolas forzosamente a la nueva rima elegida por él, con el resultado de convertir la cuarteta entera en un galimatías, pero, eso sí, salvando su trabajo ante su patrón, al que proporcionará un texto escrito con muy buena letra y excelente presentación.
Para ello debemos partir de que, en el caso en que nos hallamos, el único hemistiquio final de verso que se entiende bien es el segundo: “de noche o al alva”. Y al analizarlo observamos dos cosas:
1ª) No se entiende que el poeta elija una palabra cuya terminación “-alva/-alba” es de tan difícil rima que le va a impedir terminar su trabajo de forma satisfactoria, haciéndole incurrir en una torpeza formal que lo va desprestigiar, cuando puede demostrar su ingenio usando rimas fáciles.
2ª) La redacción del hemistiquio es en sí misma extraña: la elección dada a la alcahueta entre dos posibilidades (noche o alba) para que se lleve las poesías amorosas es un elemento insustancial del verso que desaprovecha un espacio para mencionar a la persona a las que van dirigidas, quedando incompleto el verso: parece más propio que ese hemistiquio incorporara a la oración el complemento circunstancial de destinatario; por ejemplo: [mandé que se las diesen de noche] “a la dueña”.
Por lo tanto, si el poeta no terminó sus versos en “-alba/-alva”, tenemos que encontrar otra rima, mucho más fácil, y las palabras correspondientes para que todos los versos de la estrofa se entiendan de un modo natural, sin retorcer hasta el absurdo el sentido propio de las palabras empleadas.
Y aquí surge la siguiente cuestión: ¿cuál fue el final de verso que confundió al copista y le hizo desarrollar todo ese proceso de corrupción? La respuesta es que tiene que tratarse de una palabra aislada, que al no formar parte de ningún sintagma no pudo descifrarla por asociación de ideas. Y esto solo ocurre con el verso tercero, en cuyo segundo hemistiquio, tras la expresión “dixe yo” se abren dos puntos y unas comillas -aunque no figuren en el manuscrito- para expresar una palabra que debe de encabalgarse sobre el verso siguiente para formar con él lo que sin duda es una respuesta satírica, a modo de refrán, que el poeta da a la alcahueta ante su tozudez.
Para adivinar qué palabra extraña encontró el copista tenemos, por lo tanto, que descifrar el significado del refrán, que consta de dos elementos muy importantes para ello: introduce la palabra “hierba” y una forma del verbo “encogerse”. Si esto lo ponemos en relación con la actitud de la alcahueta, que ha consistido en mostrarse “seca” ante la petición del Arcipreste, nos encontramos con una primera palabra, del campo semántico de la gastronomía, que se asocia comúnmente con la sequedad de carácter: la “mojama”, según el dicho popular: “más seco que la mojama”. Esta palabra de origen árabe, y escrita originalmente “moxama”, era conocida en la época del Arcipreste pero muy inusual: no la recoge ni el Vocabulario español-latino de Nebrija (h.1494) ni el muy posterior Tesoro de Covarrubias (1611). Tomando los datos del Corpus del Diccionario histórico de la lengua española (CDHLE) podemos afirmar que se encuentra documentada en castellano por primera vez en el Ordenamiento portuario de Sevilla (1302):
«E de la nao o baxel que troxere costales de atún o de moxama que non sea de vesinos, que dé un costal».
La siguiente mención sería posterior a la muerte de nuestro poeta y proviene de un desaparecido manuscrito de 1418 del médico judeoconverso de origen francés Juan de Avignon (antes llamado Moses ben Samuel), que fue llevado a la imprenta en 1545 con el nombre de “Sevillana medicina. Que trata el modo conservativo y curativo de los que abitan en la muy insigne ciudad de Sevilla: la qual sirve y aprovecha para qualquier otro lugar destos reynos». En él podemos leer:
«Moxama es caliente y seca, y atapa los caños, y conviértese en cólera quemada, y daña la sangre, y gasta el venino.»
De aceptar la palabra “moxama” (o un derivado verbal de esta palabra) como final del verso tercero, tenemos entonces que encontrar en el campo de la botánica una hierba, preferentemente bisílaba, que termine en “-ama” y que tenga alguna relación con la sequedad; es decir que tenga un efecto astringente. Y se trata de la “grama” (Cynodon dactylon). Una infusión hecha con las raíces de esta hierba no solo produce un efecto de sequedad en la lengua, sino que tiene un uso médico por su función contractiva de los tejidos corporales, para reducir la secreción de fluidos; así, ayuda a la formación de costras en las heridas superficiales, seca la piel en caso de eccemas y acné, y disminuye la secreción intestinal en caso de diarrea.
Tratemos ahora de reconstruir el refrán con los elementos que creemos seguros, habida cuenta de la poca imaginación que tenía este copista falsario, prescindiendo de artículos y preposiciones, cuya manipulación es más fácil para el copista:
«moxama / […] tiempo se encoge mejor […] hierba grama»
La idea que se desprende de estos elementos es que el Arcipreste, molesto por la sequedad de trato de la alcahueta, se burla de ella comparándola con la mojama debido a su vejez y diciendo que él prefiere quedarse seco tomando una infusión de grama, mucho más deseable que la propia ancianidad. Y la manera más propia de decírselo sería:
«Amojama el tiempo; se encoge mejor con hierba grama».
Ahora podemos entender mejor el proceso de corrupción del copista. Al no entender la palabra “amoxama” buscó en los demás versos de la estrofa un sustantivo en cuyo campo semántico pudiera hallar otra palabra grave que rimase en “-a[-]a”. Al ver en el segundo verso “noche” pensó inmediatamente en “alba” y de ahí derivó a “salva” y “malva”, palabra ésta última que le venía como anillo al dedo para adjudicársela a “yerba”. Más difícil lo tenía con “salva”, pero no dudó en aplicarla a “verdadera” consciente de que algún significado extraño se le podía dar a ese sintagma. Pero al acoplar esta rima al propio verso que había sembrado su duda se vio en un apuro y optó por deshacer la rima y construir un evidente ripio: “muy mal va […]”.
Sigamos, pues, nuestro proceso de reconstrucción, analizando el segundo verso, pues su solución ya la hemos dejado apuntada. Un sinónimo de “dueña” puede ser “ama”. Dice el Tesoro de Covarrubias: «Llamamos Amo al señor a quien servimos porque nos alimenta y da de comer, y Ama a la señora […]». Para considerar que el hemistiquio al que pertenece es heptasílabo y cumple el canon clásico de la cuaderna vía, solo tenemos que añadirle un adjetivo posesivo y prescindir de la sinalefa que lo haría hexasílabo con una pronunciación más natural: “de noche a su ama”. Pero debemos también retocar el primer hemistiquio de este verso.
En el manuscrito dice “mandé que se las diesen” (textualmente: « mande q̃ gelas diesẽ »); pero entendemos que la forma plural de la tercera persona del pretérito imperfecto de subjuntivo del verbo “dar” es una manipulación más del texto. El poeta, en su condición de protagonista ficticio de las historias que narra, recurre con frecuencia, como hemos visto, a los servicios de una vieja alcahueta, a la que proporciona cartas y poemas para que se los entregue a su destinataria.
Por ello, debemos utilizar la forma singular y entender: «mandé a la mensajera que las cantigas se las diese a la dueña». No obstante, no consta en este pasaje que la alcahueta fuera o hubiera sido en tiempos sirvienta de la dueña, como sí consta en otros posteriores cuando entra en escena Doña Garoza. Por lo tanto, o bien este episodio se encuentra descolocado de su lugar original, o le faltan estrofas, o acaso debiéramos decir “al ama” en vez de “a su ama”. Mantendremos en nuestra reconstrucción el posesivo, con todas las reservas necesarias.
Tampoco es difícil reintegrar a su estado original el final del primer verso, pues no existe en la literatura medieval, que se sepa, un tipo de cantigas que se puedan llamar “de salva”. Existen varios sentidos para esta palabra, pero el que recoge Nebrija en su Vocabulario español-latino es el más arcaico de todos, que sería el conocido en la época de nuestro poeta: “Salva. Degustatio, libamentum” (degustación, libación). El Tesoro de Covarrubias desarrolla ampliamente esta acepción concretándola en la cata de alimentos y bebidas que hacían desde la antigüedad remota los servidores de los reyes y príncipes para asegurarse de no ser envenenados por sus enemigos; y aún recoge otra acepción que entiende derivarse de la anterior por analogía y que ha perdurado hasta nuestros días: el disparo que se hace al aire con un arma sin munición en señal de saludo:
«Estendiose ese recato a ceremonia de todos los señores titulados, a los quales llamamos señores de salva, haciendo los Mastresalas sus ademanes, aunque no con la precisión que piden los Príncipes recatados; por esta razón el Mastresala se llama en latín praegustator: hazen salva los soldados a su Rey, a su General, y a su Capitán en ocasiones, disparando la arcabuzería por alto y sin pelotas […]».
Sin embargo, no nos parece que el poeta se estuviera refiriendo a unas cantigas o poemas “de salva verdadera”, como si estuviera pensando maliciosamente en disparos mortíferos realizados con bala; es decir, a unas cantigas de escarnio, algo impropio de un seductor como el Arcipreste, siempre dispuesto a utilizar su ingenio para tratar de conquistar a hermosas mujeres con delicadas misivas.
Tampoco creemos que el Arcipreste, sin ese sentido peyorativo, aludiera a un “verdadero saludo”, como si existiesen cartas de saludos falsos a las amadas. Por ello, suponemos que el poeta lo que escribe para su destinataria son “canticas” con intenciones amorosas, a modo de las cantigas de amor propias de la lírica galaico-portuguesa de la época que desarrollan el tema del “elogio de dama”, composiciones poéticas en las que se presenta a la mujer amada como un dechado de virtudes en el máximo grado. Pero, en este caso, el Arcipreste nos estaría además diciendo que sus canticas -acaso “cánticas”- iban dirigidas a una “dama verdadera”, no a una mujer irreal e idealizada por un trovador al uso. Probablemente el Arcipreste estaba tomando por modelo los poemas de Dante Alighieri (h.1265-1321) a la hermosísima Beatriz Portinari, la mujer de la que se enamoró platónicamente sin ser correspondido. Al fin y al cabo ambos poetas tenían como referente a Virgilio y ambos, en sus respectivas obras, personifican al Amor que, en sueños, visiones o en su pura imaginación, se comunica con ellos para aconsejarles.
Este primer cuarteto de uno de sus más célebres sonetos podría haber servido al Arcipreste de inspiración para sus cantigas o elogios de dama, a los que debía de ser muy aficionado, pero que, lamentablemente, no nos han llegado:
Tanto gentile e tanto onesta pare
La donna mia, quand’ ella altrui saluta,
Ch’ogni lingua divien, tremando, muta,
E gli occhi non ardiscon di guardare. (Vita Nuova, XXVI)
[Tan gentil y tan honesta parece / mi dama cuando a los demás saluda / que toda lengua, temblando, se hace muda / y los ojos no se atreven a mirar.]
No obstante, dado que en el fragmento del Libro que nos ha llegado en el fidedigno ms. G se recoge solo una vez la variante “cantiga” y tres veces la variante “cantica” nos inclinaremos por ésta última para llevar a cabo nuestra reconstrucción, que presentamos a continuación, si bien en un lenguaje actualizado para facilitar su lectura:
Hice luego estas canticas de verdadera dama;
mandé que se las diese de noche a su ama;
no las quiso tomar; dije yo: “amojama
el tiempo; se encoge mejor con hierba grama”.
El lector tiene la última palabra y, para que pueda juzgar a su conveniencia con más conocimiento, recogemos la imagen de esta estrofa tal cual la recoge el manuscrito al que nos hemos referido.











