El perejil de las salsas de Sánchez. ZP, otro que calienta para salir
Antonio Jiménez.- De bobo solemne, como le catalogó Rajoy, nada de nada. Y de ‘bambi’ menos. Muy al contrario, pronto devino en un depredador acreditado para el tráfico de influencias y los negocios, con la excusa de poner su condición de «ex» al servicio de la mediación política en regímenes negados con la libertad, como Venezuela y China. Tampoco creyó nunca que su retiro dorado, emulando a Ramón Gómez de la Serna, sería el de «supervisor de nubes acostado en una hamaca y mirando al cielo», tras dejar la Moncloa. Más bien tenía claro que durante su «jubilación» dejaría en pañales al baúl de la Piquer, con más actividad viajera entre Caracas, Pekín o Marruecos e incursiones por Colombia, Panamá, México o República Dominicana, que Willy Fog. Ni siquiera entra en la condición de jarrón chino que Felipe González adjudicó a los expresidentes de Gobierno, en el sentido de que a pesar de tratarse de objetos valiosos, nadie sabe dónde colocarlos en una casa con el riesgo de que cualquier niño les dé un codazo y terminen haciéndose añicos.
Sanchez sí ha colocado a Zapatero en un sitial de honor en la Moncloa, muy cerca de él para recibir sus susurros y caer rendido a su influencia política, doméstica y exterior, hasta el extremo de condicionar los intereses geopolíticos y estratégicos de España en China, Caracas o Rabat y anteponer los propios. ¿Acaso Sánchez ha decidido algo que previamente no acordara con Zapatero respecto a Venezuela y a favor del régimen de Maduro?
Así se entiende la negativa del gobierno a liderar en el mundo la protesta contra el pucherazo electoral que impidió la presidencia de Edmundo González, al que Zapatero sacó de Caracas por orden de Maduro bajo la amenaza de perseguir a su familia si no lo hacía, utilizando la Embajada española, o la negativa de Sánchez a felicitar a María Corina Machado por la obtención del Nobel de la Paz para no molestar al sátrapa caraqueño que recibe a Zapatero con todos los honores y salvas en Miraflores. Por no recordar el inexplicado volantazo respecto al Sahara favorable a Marruecos o la vergonzante petición de Sánchez de rebajar los aranceles en Europa a la importación del coche eléctrico chino en detrimento de la industria del automóvil española y europea que emplea a cientos de miles de trabajadores.
La alargada sombra de Zapatero se proyecta desde siempre sobre la política exterior de este Gobierno, allí donde el expresidente tiene intereses económicos. Y ahora resurge con intensidad judicial, tras la detención de Julito Martínez, un íntimo amigo suyo y presunto testaferro según fuentes policiales, el siempre cuestionado y escandaloso rescate de Plus Ultra, aerolínea ligada a la Venezuela de Maduro a la que el Gobierno de Sánchez inyectó 53 millones de euros a pesar de ser menos estratégica en el sector aéreo, donde operaba con un solo avión, que una fábrica de mantas zamoranas en el Caribe.
Zapatero será llamado por el PP, ya era hora, a declarar ante la comisión senatorial del caso Koldo-Ábalos y tendrá que aclarar muchas de las sospechas que le señalan como mullidor principal del rescate, tanto a la hora de exigir que la compañía fuera declarada estratégica para recibir el maná público, como para después ser agraciada con los 53 millones de euros de los que 10, según Víctor de Aldama, fueron enviados a Panamá para pagarle al expresidente los servicios prestados. Denuncia del comisionista que incluye a Sánchez como avalista y conocedor de las presiones que Zapatero ejerció sobre el entonces ministro de Transportes, Ábalos, –este se negaba a ello– para que Plus Ultra fuera rescatada.
Y, por supuesto, también podrá explicar la relación mercantil con su amigo Julio Martínez con quien se reunió, según información relevante de El Debate, en una zona restringida del Monte del Pardo tres días antes de que lo detuvieran por su presunta relación con la utilización fraudulenta de parte del dinero librado por la SEPI a la aerolínea y si utilizaban teléfonos de tarjetas prepago para no dejar rastro de sus conversaciones telefónicas.
Es llamativo que con todas las denuncias y sospechas que le sitúan en el epicentro de una operación política con intereses económicos que está en manos de la justicia, el expresidente no haya abierto la boca para desmentir, si es el caso, su papel protagonista en la misma. Las acusaciones y la atmósfera de sospecha contra él obliga a preguntarse si Zapatero es uno de esos personajes políticos que cruzan la línea peligrosa que separa el honesto quehacer diplomático en favor de su país, del aprovechamiento del poder que hay detrás del trono para influir en decisiones de Estado que favorecen intereses privados y a regímenes autoritarios. Y los indicios apuntan más a lo segundo que a lo primero.
Quizás por ello es quien más teme la caída de Sánchez; cosa que cuando se produzca, si antes Trump no lo ha posibilitado ayudando a echar a Maduro, abrirá la puerta a una investigación más profunda sobre su influencia en el gobierno en política exterior y los beneficios que le renta esa actividad. Esto explica su defensa numantina de Pedro mediando con el golpista Puigdemont para evitar su salida de la Moncloa. A Zapatero sí le renta que siga Sánchez; a la mayoría de los españoles no tanto.











