¿Cuándo va a llamar la UCO a la puerta de Zapatero y a la de Sánchez?
Antonio R. Naranjo.- Sin necesidad de especular de más, y a la espera de que la UCO haga su trabajo y despeje las dudas o le retrate definitivamente, hay suficientes pruebas de que José Luis Rodríguez Zapatero ejerce desde hace mucho de intermediario de intereses ajenos a los nacionales y que influye en el Gobierno, y particularmente en su presidente, para que sus decisiones se adapten a sus objetivos.
Esto es evidente en varios frentes internacionales: entre la labor de ZP en Venezuela, sea por sectarismo político o por beneficio económico, y la posición diplomática de Sánchez hay una simbiosis absoluta. España no ha reconocido a Edmundo González, no ha felicitado a María Corina Machado por su Nobel, ha cedido nuestra embajada en Caracas para que los siniestros hermanos Rodríguez extorsionen al ganador de las elecciones y ha ayudado con 53 millones de euros a una aerolínea irrelevante, Plus Ultra, con buenas raíces en el chavismo.
Con China, Sánchez se ha ganado el título oficioso de embajador de Pekín en Europa al defender, en plena transición impuesta del motor de combustión al coche eléctrico, la reducción de los aranceles a la importación de este tipo de vehículos, al precio de hundir un poco más al sector europeo de la automoción, al que primero obligan a reconvertirse y después le ponen un competidor exterior imbatible. Y todo ello, coincidiendo con la participación del expresidente en el principal lobby chino en España, disfrazado de asociación filantrópica para disimular.
Incluso con Marruecos, objeto de sumisión de Sánchez desde que le espiaron el teléfono, hay una curiosa coincidencia entre ese volantazo personalísimo con el Sáhara y la contratación desde Rabat de la consultora montada por José Blanco para representar los intereses del campo marroquí en Bruselas, saldado como poco con la escandalosa proliferación de tomate magrebí en Europa en detrimento del producto español.
Hasta en la intensa inquina de Sánchez contra Israel, alejada de Europa de nuevo, parece detectarse el influjo del Grupo de Puebla, la coalición de líderes populistas latinoamericanos con la que este Gobierno se siente tan identificado.
No hace falta elucubrar siquiera sobre la supuesta financiación de la Internacional Socialista o del PSOE con dinero de la petrolera pública venezolana, como sostienen distintos miembros de las tramas corruptas que acorralan al líder socialista sin desmentido ni querella alguna de los afectados por tan graves acusaciones, ni tampoco preguntarse por el misterioso papel de la República Dominicana, para llegar a una conclusión con lo que sí está ya demostrado: Zapatero no es un simple embajador de delirios ideológicos ni un conferenciante internacional para públicos de la izquierda extrema.
Representa intereses políticos y económicos de los que no habla ni da cuentas que, al unísono y con la aquiescencia de Sánchez, le han convertido en un icono inflamante del PSOE actual y se han yuxtapuesto con un extravagante viraje diplomático de su hijo político, con el que estaba enfrentado al principio y ahora compone un dúo dinámico de confianza extrema.
Todo esto, enmarcado en un desolador paisaje de corrupción sistémica que afecta a ministerios, organismos públicos e instituciones de la mayor relevancia, hace inevitable que la UCO o similar acabe llamando a la puerta de Zapatero, y con él tal vez a las de Bono, Moratinos y quizá Blanco. Y eso, dejará a Sánchez al borde de otro hito histórico: la siguiente puerta será la suya en La Moncloa, una posibilidad que no solo parece más cercana cada día, sino también más urgente, inevitable y necesaria.












