Pedro, tiembla, Yolanda se enfada
Mayte Alcaraz.- Yolanda Díaz está indignada y pide una cumbre. Las encuestas –de todos los colores– que se publican dejan a su partido en el chasis y a ella y a cuatro amigas, a duras penas, le conceden escaño. Y ¿qué hace Pedro, ese gran presidente que, al alimón con Pablo, convirtió a nuestra heroína en algo que jamás hubiera soñado: vicepresidenta del Gobierno de España? Pues ponérselo cada vez más difícil. No solo no ayuda, sino que la coloca en una situación insufrible para un adalid de la limpieza democrática y de la lucha por la igualdad. Mira que Yoli ha aguantado, de todo, hasta a un colaborador en su etapa gallega acusado de pederastia, y la ferrolana supo mirar para otro lado en un alarde de contorsionismo que, casi siempre, es más complicado que afrontar las consecuencias. Pues ella lo ha conseguido, porque es especialista en discursos fofos y en hacerse la longui.
Desde su puesto de vicepresidenta segunda y campeona del feminismo, ha visto cómo Su Sanchidad sentaba a su lado a machistas y a corruptos cum laude, a los que ha aplaudido hasta sangrarle las manos. Pero estaba dispuesta a ponerse de perfil; todo fuera por mantener el chófer y la nómina de vicepresidenta. Ella siempre ha pensado que, si Otegi, Rufián, Puchi y Aitor Esteban aguantaban el tirón, y pasaban de defensores de la regeneración a cómplices de la corrupción, por qué ella iba a ser menos. O más.
A lo más que ha llegado Yoli es a poner el gritito en el cielo, decir que está indignada, a repetir no sé qué tontería de tolerancia cero, ha hecho mohines como solo ella sabe hacer, se ha mostrado enfadada hasta las mechas y dice que jura por Snoopy que Pedro se las va a pagar. Hasta le ha «exigido» que haga una crisis de Gobierno que afecte también a los equipos socialistas. ¿Y qué ha hecho su presidente? Pues decir en la rueda de prensa de balance de la legislatura que no va a mover a nadie. Traducido: que si Díaz quiere remodelación que se cambie de bigudíes. La sabe muerta y quiere que se pudra, por si algún voto descarriado de la ministra de Trabajo le cae. Ayer mandó Yolanda a su portavoz adjunto, Enrique Santiago, a pedir una reunión, tras la decepción del balance del presidente. Tras esta amenaza, en Moncloa no llega la camisa al cuello.
La ministra ha reclamado algo que, ella sabe mejor que nadie, está en su mano. Únicamente en su mano, siempre al día en manicuras. Ni siquiera en la de los demás costaleros de la izquierda y la derecha independentista. Si quiere provocar una crisis de Gobierno es muy fácil: puede dimitir ella y los otros cuatro ministros de su partido –Ernest Urtasun, Mónica García, Sira Rego y Pablo Bustinduy– y ya tendríamos ipso facto un cambio automático del Gabinete, sin esperar a la salida de Pilar Alegría y María Jesús Montero. Y además podrían exigirle al presidente que compareciera para dar explicaciones en el Congreso, esa institución en muerte cerebral que pretenden cerrar hasta febrero. Más sencillo que un lápiz.
Más allá del final que tenga el sanchismo, esta última etapa de degradación está dejando un horrendo lienzo de la brújula moral de Sumar y su líder: la demostración clara de que lo único que les importa es mantener dos, cuatro, diez meses más las prebendas del poder, aunque tengan que tragarse sus imposturas del tamaño de ruedas de molino. Ya no importa dar la vuelta a las encuestas y conseguir más votos. Saben que pagarán haber sido los pagafantas de Pedro y prefieren prolongar lo más posible el chollo porque tienen claro que tras este paraíso vendrá la nada. De la nada vinieron y a la nada volverán. Por eso les conviene aprovechar lo que tienen, aunque, como en otros casos, esto sea engordar para morir.
Como dice de Yolanda su íntimo amigo Pablo Echenique (he de darle la razón en este caso): «Cada seis meses dice lo mismo con la misma sobreactuación. Luego no pasa nada, absolutamente nada y, como consecuencia a la ausencia de consecuencias, ella no hace nada tampoco. Seis meses después volverá a decir lo mismo. Y así ad nauseam.» Amén.











